Louis Zamperini, el héroe olímpico de Hitler que luchó contra los nazis
Su vida transcurrió por el camino que él no esperaba. Sobrevivió a situaciones imposibles. Perdonó a todos. Se marchó como un héroe...
Séptimo día de los Juegos Olímpicos de Berlín. Se disputa la prueba de los 5.000 metros, en la que el finlandés Hockert se impone con rotundidad. Pero hay un atleta que llama especialmente la atención, por su inesperada irrupción. Pese a encontrarse ya exhausto y a mucha distancia de la victoria, se desfonda en los últimos 400 metros para remontar hasta cuatro posiciones, y terminar finalmente octavo. Fue la vuelta más rápida de todos los participantes en toda la final: 56 segundos.
"¡El chico de esa última vuelta rápida!", exclama Hitler desde su asiento tras acabar la carrera. Quiere conocer y saludar personalmente a Louis Zamperini, el atleta estadounidense que había conquistado a todos, incluido el Führer, con su lucha y su tesón. Pese a no conseguir ninguna medalla, aquella vuelta le convirtió en un héroe, tanto en Alemania como en Estados Unidos.
Para Zamperini la experiencia en Berlín fue más que brillante. Ya le sorprendió el buffet libre del viaje hasta Alemania, acostumbrado hasta entonces como estaba a comer lo que podía en un país que aún no había salido de la Gran Depresión. Tenía 19 años cuando acudió a la cita olímpica, siendo el atleta más joven del equipo olímpico estadounidense, y el más joven de quienes disputaran la final del 5.000.
Durante los Juegos se sintió como una estrella, a pesar de su juventud. Y después de la carrera era aclamado por las calles de la ciudad alemana. Jamás pensó que poco tiempo después estaría luchando contra aquellos que ahora le aplaudían.
Todo cambió cuando estalló la Segunda Guerra Mundial. Zamperini fue reclutado como artillero del ejército del aire estadounidense, y enviado a las islas del Pacífico para combatir contra los japoneses. En su cabeza siempre estuvo triunfar en Japón, pero no tan pronto: en 1940 debían disputarse en Tokio los Juegos Olímpicos en Tokio, y después de lo que había hecho en Berlín... ¿qué podría lograr con cuatro años más?
Al bordo del B-24 Super Man, tripulado por 11 personas y que podía llevar hasta 3.700 kilos de explosivos, vivió los capítulos más duros de la guerra. Pero lo peor sucedió en el momento más inesperado: el 27 de mayo de 1943, durante una operación de rescate, sin enemigos cercanos, un error mecánico precipitó su avión al océano. Ocho de los once tripulantes fallecieron. Zamperini fue uno de los tres supervivientes, que quedaron en el mar con una balsa salvavidas.
47 días pasaron perdidos en alta mar, sobreviviendo gracias al agua de lluvia y a pescado crudo y algún albatros que lograron atrapar, hasta que finalmente Zamperini y Russell Phillips consiguieron llegar a tierra firme. El otro superviviente del accidente aéreo, Francis McNamara, había fallecido en el trigésimo tercer día.
Pero aquello no significó la salvación, ni mucho menos. El calvario no había terminado, sólo había cambiado. Zamperini y Phillips no tardaron en ser capturados por la marina japonesa, y enviados al campo de concentración de Kwajalein primero y finalmente al de Öfuna.
Allí coincidió con Mutsuhiro Watanabe, ‘El pájaro’, un sádico guardia que se encontraba en la lista de los criminales de guerra más buscados por Estados Unidos. En cuanto se enteró de quién era Zamperini le vejó, maltrató y torturó hasta la extenuación. Junto a su amigo Russell Phillips estuvieron durante tres años en el campo de concentración, en condiciones infrahumanas. Hasta el final de la guerra.
Al rendirse Japón Zamperini pudo regresar a los Estados Unidos, donde se le había dado por muerto en combate. Pese al severo estrés postraumático y a la exasperación de no poder volver a competir jamás por el maltrato sufrido, consiguió rehacer su vida, gracias en buena parte a su fe, convertido al cristianismo.
Zamperini aprendió a tender la mano. A perdonar. Sin el perdón, jamás se le marcharían los demonios que habitaban en su cabeza. En 1950 regresó a Japón, y visitó la cárcel Sugamo, donde se encontraban muchos de los soldados que le habían maltratado durante su cautiverio en el campo de concentración. Con la ayuda de un intérprete les trasladó un mensaje de amor y perdón, abrazándose con todos aquellos que le reconocieron.
Y a los 81 años Zamperini cumplió su sueño de participar en los Juegos Olímpicos de Japón. Aquellos que debía haber disputado en 1940, pero que le arrebataron. En los Juegos de Invierno de Nagano de 1998 fue invitado a ser uno de los portadores de la antorcha olímpica. Con una sonrisa en su cara corrió por aquel país donde había sufrido todo tipo de maltratos. Sin ningún rencor. Fallecería el 2 de julio de 2014, a los 97 años de edad, por una neumonía.
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