En el septiembre de 1972 se produjo uno de los enfrentamientos más importantes de la historia del deporte. La URSS y Canadá se midieron en una especie de ‘campeonato del mundo’ para derimir quién era en realidad el mejor país en el deporte del hockey sobre hielo.
Pero más allá de la carga deportiva lógica entre dos superpotencias que se consideraban ambas a sí mismas como superiores al resto, hay que añadir el contexto histórico-político del enfrentamiento: en plena Guerra Fría, la contienda que se evitaba para no desembocar en un nuevo conflicto mundial se concentraba ahora en los 61x26 metros de la pista de hielo.
El nacimiento de la rivalidad
Entre 1963 y 1971, la Unión Soviética se había llevado la victoria en los nueve mundiales disputados de hockey sobre hielo. Algo que, lógicamente, hacía presumir al país de ser el mejor en uno de los deportes más universales. Canadá, cuna del hockey sobre hielo, estaba herida en su orgullo, afirmando que tal afirmación no era cierta, puesto que no se le permitía competir en igualdad de condiciones en las citas mundialísticas.
No le faltaba razón, pues no hay que olvidar que por entonces a los Mundiales tan solo podían acudir jugadores aficionados. Esto es, no profesionales. Aquello implicaba que los mejores jugadores canadienses, que jugaban en la NHL, no pudieran competir. Los soviéticos, por el contrario, sí podían hacerlo pues, pese a que en realidad eran jugadores profesionales, figuraban como soldados o como agentes de policía y, por tanto, amateurs de cara a la Federación Internacional.
La gota que colmó el vaso fue un artículo en el periódico Izvestia en el que se mencionaba que el equipo nacional soviético de hockey sobre hielo estaba aburrido de su incuestionable dominación mundial.
Después de aquel mensaje, la Federación Canadiense no desaprovechó la oportunidad para retar a la URSS a un campeonato oficioso en el que ambas selecciones pudieran enfrentarse con sus mejores jugadores. Los soviéticos no tuvieron más remedio que aceptar el desafío, y se acordó que el vencedor se dirimiría en un total de ocho encuentros: cuatro en Canadá y cuatro más en la URSS.
Mucho más que un duelo deportivo
Además de un encuentro para definir cuál era la mejor selección de hockey sobre hielo del mundo, el duelo escondía otro enfrentamiento.
Hay que tener en cuenta que nos encontramos inmersos en plena Guerra Fría, en el que todos los movimientos a uno y otro lado del telón de acero se medían con mucha cautela. Por eso, el duelo entre Canadá y la URSS era también el duelo entre dos bloques, entre dos sistemas: el capitalismo y el comunismo.
La victoria de uno u otro bando tendría una inmensa repercusión mediática y propagandística, lo que alimentaba más la rivalidad ya de por sí intensa, en uno de los deportes más violentos y menos legislados de la época.
Más igualdad de la esperada
Ambas selecciones presumían ante la otra de ser superior. Pero bien pronto se descubrió que la igualdad entre las dos potencias era máxima. En los tres primeros encuentros hubo una victoria para la URSS (7 a 3), una victoria para Canadá (1 a 4) y un empate (4 a 4), aunque los soviéticos se quejaron amargamente de la agresividad y violencia desplegada por el equipo canadiense.
En dos ocasiones llegaron a solicitar el cambio de los colegiados, afirmando que si los encuentros se hubieran disputado bajo las normas del hockey sobre hielo europeo (mucho menos permisivas), el resultado hubiera sido diferente. Aun así, la URSS consiguió regresar de América con el resultado a su favor, tras imponerse en el cuarto partido por 3 a 5.
Tocaban ahora cuatro partidos consecutivos en tierras soviéticas, todos ellos en Moscú, en el Palacio de Hielo Luzhniki. Remontar el marcador en terreno ajeno se antojaba complicado para los canadienses, que viajaron a Europa acompañados de 3000 aficionados contagiados por la emoción del campeonato.
El quinto encuentro comenzó bajo numerosos actos de propaganda soviética, con Leonid Brezhnev presidiendo el partido. Pese a que al final del segundo cuarto se llegó con el resultado de 0-3 para Canadá, un parcial de 5 a 1 en el último cuarto dio la victoria a la URSS. Remontada y puñalada al orgullo canadiense, y los rusos que se quedaban a un solo partido de llevarse el histórico triunfo.
Resurge Canadá
Y cuando las cosas parecían más complicadas, llegó la reacción canadiense. Victoria por 2 a 3 en el sexto partido, que ha quedado para el recuerdo por una de las acciones más antideportivas que jamás se han visto sobre la pista. Kharlamov, que estaba siendo uno de los mejores jugadores del equipo soviético, tenía molestias en el tobillo, y el entrenador asistente de Canadá ordenó a Bobby Clarke que le golpeara. Dicho y hecho. Le dio un golpe con su stick en el tobillo dolido, y Kharlamov ya no volvería a jugar más. Ni en ese encuentro, ni en los siguientes. Clarke declararía años más tarde que "aquello era como la guerra, y en la guerra todo vale".
La acción desató las iras de los jugadores y aficionados rusos, pero con la victoria conseguida los ánimos canadienses aumentaron, hasta el punto de que se adjudicarían también el séptimo encuentro por el resultado de 3 a 4. La tensión entre ambas selecciones seguía creciendo, y todo se iba a decidir en el octavo y último encuentro, al que las dos selecciones llegaban empatadas a tres victorias.
Un duelo para la historia
Un último encuentro que, como no podía ser de otra manera, se rodeó de polémica ya antes de comenzar. Los colegiados designados para el vital partido cayeron enfermos por una intoxicación alimentaria, y la URSS escogió a dos alemanes sobre los que caían severas sospechas de estar comprados. Canadá se quejó, amenazando con no jugar, y finalmente se optó por la decisión salomónica de que cada equipo elegiría a un árbitro. La URSS escogió a uno de los dos alemanes.
Arrancado el encuentro, los soviéticos volvieron a mostrar el buen juego que les había reportado tres victorias. Al final del segundo periodo el marcador era de 5 a 3 a su favor. Pero en el último cuarto Canadá demostró por qué se consideraban los mejores, y volvió a igualar la contienda.
No podía haber más igualdad. No podía haber más tensión. En la batalla entre soviéticos y canadienses se llegaba al último minuto del último partido con todo por decidir. Hasta que a falta de 34 segundos Henderson, tras una magnífica jugada individual, marcó el 5 a 6 definitivo para Canadá.
Al concluir el partido, estalló el júbilo en los jugadores y aficionados canadienses. Lágrimas, abrazos, el himno cantado con extremo sentimiento... y unas magníficas consecuencias utilizadas por ambos bandos tras unas series inolvidables.
La victoria en Canadá sirvió para refrendar su sentimiento patriótico, lo que sin duda ayudó al primer ministro canadiense Trudeau a conseguir pocos días después el triunfo en los comicios, con una política basada en el nacionalismo.
En la URSS, por su parte, se aprovechó la situación para enviar el mensaje de que efectivamente era una superpotencia del hockey sobre hielo, si no la mejor, y no una selección que hacía trampas en los campeonatos internacionales, que era el poso que había quedado después de sus numerosas victorias recientes.
Un nuevo hockey sobre hielo
Las Summit Series del 72 también sirvieron para que a partir de ese momento en ambos lados del telón de acero se comenzara a vivir un cierto aperturismo en el deporte. Se dieron los primeros pasos para que jugadores soviéticos llegaran a la NHL, y las técnicas de entrenamiento de la URSS se fueron popularizando en la liga estadounidense.
"Los soviéticos cambiaron el juego físicamente", declararía el héroe canadiense Henderson. "Nunca tuvimos la forma física que tenían ellos. Eran muy superiores, con sistemas de entrenamiento mucho mejores que los nuestros". Sistemas que, poco a poco, fueron entrando en el hockey profesional norteamericano.
Pero más increíble fue aún el efecto que tuvieron las Summit Series en el hockey internacional. Desde su conclusión, se incrementó notablemente el interés por el hockey de selecciones, generándose continuas giras y enfrentamientos entre equipos europeos y de la NHL. Se podría decir que la competición sirvió para revitalizar el hockey mundial, crear nuevos y emocionantes torneos, dar ejemplo a otros deportes, y también, por qué no, mejorar las relaciones deportivas entre el bloque comunista y el bloque capitalista.
Y es que, como afirmaría el defensa canadiense Guy Lapointe, "¿Quién dice que nada dura para siempre? Estas series sí".