El milagro sobre el hielo: cuando EEUU ganó a la URSS en los Juegos Olímpicos de Invierno
Hoy que se disputa la final de hockey sobre hielo de los Juegos de PyeongChang recordamos la que sin duda ha sido la más épica de la historia.
"¿Creen en los milagros? Aquí tienen uno". Esas palabras, pronunciadas por el narrador de la ABC Al Michaels, resumen a la perfección lo que sucedió en la final de hockey sobre hielo de los Juegos Olímpicos de Invierno de Lake Placid de 1980. Estados Unidos se acababa de imponer contra todo pronóstico a la URSS, terminando así con la hegemonía de los soviéticos en los últimos cuatro ciclos olímpicos.
El comandante Brooks
Los Juegos de Invierno de 1980 iban a disputarse en suelo estadounidense por primera vez desde 1960. Precisamente esos 20 años son los que llevaba el equipo nacional de Estados Unidos sin lograr el oro en uno de sus deportes más venerados en todo el país: el hockey sobre hielo. En esos 20 años, o en esos cuatro Juegos Olímpicos transcurridos (Innsbruck, Grenoble, Sapporo y nuevamente Innsbruck) el campeón siempre había sido la URSS. Una excelsa tiranía soviética que parecía no tener fin.
Herb Brooks era el hombre seleccionado para dirigir al equipo estadounidense en Lake Placid, Nueva York. Un Brooks que fue el último descarte de la plantilla que se proclamó campeona en 1960 en Squaw Valley, California. Tenía una espina clavada. Una espina muy grande. Y sabía que Lake Placid era el único lugar y el único momento para deshacerse de ella.
De carácter estricto y determinado, Brooks era un obsesionado del trabajo sobre los patines. Configuró un equipo plagado de jugadores de calidad, pero sobre todo entregados a su causa. "Si en el hockey sólo importase el talento, no ganaríais nunca nada", les solía repetir.
Y todos ellos universitarios, claro. Un detalle a tener muy en cuenta. Jim Craig, Mike Eruzione, Mark Johnson o Buzz Schneider podrían considerarse sus mejores jugadores. Todo lo contrario que el equipo soviético, que contaba en sus filas con grandes estrellas internacionales como Vladislav Tretjak, considerado entonces como el mejor portero del mundo, Vjačeslav Fetisov , posteriormente ministro de deportes en el gobierno de Putin, Valeri Kharlamov o Boris Mihajlov.
Camino inmaculado de la URSS
Estaba claro. La Unión Soviética era la gran candidata al oro. Casi el único. Porque presentaba el mejor equipo, indudablemente, y porque llevaba cuatro Juegos Olímpicos conquistando el oro. Su inicio del campeonato lo confirmaba: cinco victorias en cinco encuentros, con auténticas goleadas: 16-0 contra Japón, 17-4 contra Países Bajos, 8-1 contra Polonia…
Estados Unidos en cambio comenzó dubidativo. Un empate a 2 ante Suecia, que enciende el debate sobre las opciones reales de un equipo que parece mediocre en su juego. De hecho, logrará su clasificación en el último encuentro de la fase de grupos, con una remontada in extremis frente a Alemania, ante la que perdía por 0 a 2 al final del primer tiempo.
Así, en la fase final el grupo está compuesto por Estados Unidos, URSS, Suecia y Finlandia. Habida cuenta de que los enfrenamientos entre selecciones que ya se habían medido en la primera fase (EEUU ante Suecia y URSS ante Finlandia) no se repetían ya que se daba por válido el primer resultado, el duelo entre soviéticos y estadounidenses se tomaba como una semifinal. El que ganaba, se quedaba a un partido de proclamarse campeón. El que perdía, decía prácticamente adiós al oro. Sobre todo en el caso estadounidense.
Mucho más que un partido
Obviamente, el encuentro entre Estados Unidos y URSS venía cargado de mucho más que la importancia del resultado, de una semifinal. Hablamos de 1980, un momento en el que la Guerra Fría volvía a pasar por sus peores momentos, sólo unas semanas después de la invasión soviética de Afganistán.
La respuesta del entonces presidente estadounidense Jimmy Carter no se hizo esperar, anunciando que su país no acudiría a los Juegos Olímpicos de Moscú que se iban a celebrar unos meses más tarde, encabezando el mayor boicot a unos Juegos en la historia. También la URSS se planteó no acudir a Lake Placid, pero finalmente tanto los soviéticos como sus países satélite acudieron a la cita con la intención de demostrar su supuesta superioridad. Es evidente, pues, que no se trataba tan solo de un partido de hockey, sino de un capítulo más del enfrentamiento político entre las dos superpotencias.
El espíritu de la victoria
"A menos que el hielo se deshaga se espera que la URSS consiga su sexta medalla de oro olímpica consecutiva", rezaba el New York Times el día del partido. Todos creían en la victoria soviética. Todos, menos un hombre: Herb Brooks. Preparó el partido a consciencia, sabedor de que si sus jugadores daban todo en la pista, si asfixiaban al rival y conseguían llegar vivos al tercer cuarto, las opciones eran reales.
Todo pareció desvanecerse cuando, ya en el minuto 9, Krutov adelantaba a la URSS. Pero los estadounidenses no perdieron la fe, y pocos minutos después igualaron mediante Buzz Schneider. El asedio soviético sobre la portería de Jim Craig era arrollador, y pese a la magnífica actuación del guardameta estadounidense Makarov volvía a adelantar a los suyos. 1 a 2. Quien sí cometió un error fue Tretjak, que dejó muerto el puck tras un disparo de Dave Christian, regalo que aprovechó Johnson para establecer el 2 a 2 justo antes del final del primer tiempo.
Probablemente por ese error, Tihonov decidio cambiar a su portero, dando entrada a Myskin. Años más tarde el seleccionador soviético confesaría que ese cambio fue un error. Pero de manera inmediata pareció un acierto: Myskin lo paraba todo, y Malcev logra el 2-3 con el que se llegaría al final del segundo tiempo.
Pero en el tercero la remontada yankee fue meteórica. Una penalización de dos minutos a Krutov espoleó a los estadounidenses, que mediante Johnson volvieron a establecer la igualada. Y dos minutos después, la locura. El capitán Eruzione puso por delante a los suyos, 4 a 3. Un Eruzione que fue de los pocos jugadores de aquel conjunto que no haría carrera en la NHL porque, afirmaba, ninguna sensación superaría a la vivida en aquella final.
Los últimos minutos fueron de asedio soviético, pero entonces Craig se erigió en el héroe del partido, convirtiéndose en un muro infranqueable. Con los nervios a flor de piel y la ilusión de conseguir un imposible, se llegó a los últimos diez segundos, en los que el narrador Al Michaels se contagió del júbilo de los espectadores para pronunciar "¡Once segundos, quedan diez segundos, la cuenta atrás va a terminar ya! Morrow, pasa para Silk. ¡Quedan cinco segundos! ¿Creen en los milagros?... ¡SÍ! ¡Increíble! (...) ¡No hay palabras para describirlo, perdónenme!". Inmediatamente, Herb Brooks se marchó al vestuario y rompió a llorar.
Tras el milagro, el oro
Después de aquella victoria, Estados Unidos aún debía imponerse a Finlandia en el último partido del grupo final para lograr el oro. Pero ahora aquello parecía inevitable. Ni siquiera el hecho de que los finlandeses se fueran con un 1-2 a su favor al final del segundo tiempo impidió la empresa. EEUU volvió a darle la vuelta al marcador, para terminar imponiéndose por 4 a 2, y conseguir así el oro 20 años después. Desde entonces, no lo han vuelto a conseguir. Tampoco en Pyeongchang, tras caer en cuartos ante la República Checa.
La URSS, por su parte, volvería a ganar el oro en las tres ediciones sucesivas de los Juegos Olímpicos (Sarajevo, Calgary y Albertville), lo que sin duda da aún mayor valor si cabe a la proeza estadounidense de 1980.
Trece de los veinte miembros del equipo olímpico estadounidense firmaron contratos profesionales con franquicias de la NHL. También, años más tarde, se incorporaron algunos jugadores soviéticos.
En cuanto a Brooks, continuó su carrera como entrenador, fichando en 1981 por los New York Rangers y dirigiendo diferentes equipos hasta su muerte en 2003 en un accidente de coche.
Sobre el partido, se hicieron dos películas, ‘Miracle on Ice" y ‘Miracle’. Porque siempre así ha sido considerada aquella victoria de Estados Unidos. Como rezan los dos nombres de los films, como pronunció en directo el narrador Al Michaels. Un milagro. Un milagro que está considerado el mejor partido en la historia del hockey sobre hielo y, por supuesto, una leyenda en el deporte estadounidense.
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