James Connolly, el desconocido primer campeón olímpico
Para quienes le conocen, Connolly fue un reputado escritor de literatura marítima. Sin embargo, también fue el primer campeón olímpico.
James Brendan Connolly pasa por ser uno de los mejores escritores de la literatura marítima de todos los tiempos. Con más de 25 novelas y 200 cuentos publicados, la mayoría de ellos basados en sus experiencias en diferentes barcos –militares y de pesca mayormente- es El libro del pescador de Gloucester su obra maestra.
No fue el único género que cultivó, puesto que ya antes había escrito crónicas de guerra en el Boston Globe, redactando el enfrentamiento entre España y Estados Unidos en Cuba, donde estuvo sirviendo en la novena infantería.
Hoy tiene un espacio reservado a su nombre en la biblioteca de la Universidad de Colby College, en Waterville, Maine, EE.UU. Ahí, junto a todas sus obras y algún que otro mapa, se ubica una medalla de oro. Pero no es una medalla de oro cualquiera: es la primera medalla de oro que se entregó nunca en unos Juegos Olímpicos.
Reputado saltador
Fue en la universidad de Harvard, donde había entrado a estudiar ingeniería, donde descubrió su pasión –y sus facultades- por el triple salto. Tras ser plusmarquista estadounidense pidió un permiso a la universidad para acudir a Atenas, donde se iban a celebrar los primeros Juegos Olímpicos de la era moderna.
Harvard le denegó el permiso, y Connolly decidió acudir por su cuenta, abandonando los estudios. Ayudó, y mucho, el hecho de ser de origen irlandés –sus padres eran inmigrantes de la isla- puesto que fue una iglesia católica de ascendencia irlandesa la que le financió el viaje.
A Atenas llegó con el tiempo justo para competir en el triple salto, la primera prueba olímpica. Y, por tanto, al proclamarse vencedor, se proclamó también el primer ganador de un oro olímpico. Lo hizo con un salto de 13,71 metros, con más de un metro de ventaja sobre el segundo clasificado, Tufferi.
En aquella cita iba a conseguir aún dos medallas más: la de plata en salto de altura, y la de bronce en salto de longitud.
Connolly, que nunca regresó a Harvard, volvió a competir en los Juegos Olímpicos de París de 1900. Y no pudo retener la corona en el triple salto, viéndose superado por su compatriota Meyer Prinstein, y conformándose con la medalla de plata.
En 1904 volvió a los Juegos, en este caso en San Luís, aunque no lo hizo como atleta, sino como periodista. Sus crónicas y artículos, unidos a los de la guerra entre España y Estados Unidos en Cuba pocos años antes, le valieron un nombre como escritor, que terminaría configurando en los años posteriores.
Hoy, como afirma la responsable de la biblioteca de Colby College Patricia Burdick en un artículo que recoge El Mundo, "cada año unas 200 personas se interesan por la colección de Connolly. A todos les gusta ver la medalla, aunque la mayoría vienen por su obra".
Pese a que se trata de una de las piezas más valiosas de la historia del olimpismo, pocos conocen su existencia. Ni la historia de Connolly, el primer campeón olímpico de la historia. Su personaje literario superó al deportista.
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