Dopaje masivo en la Rusia de Putin: la estrategia para mantener la posición en la política internacional
Desde los tiempos de la URSS, el deporte ha sido un arma política en el país. Con la administración Putin, la idea es la misma.
El futuro deportivo de un país tan poderoso como Rusia pende, ahora mismo, de un hilo que, si se rompiera, podría provocar un drástico cambio en la estructura de una de las mayores potencias competitivas del momento. Tras la publicación del Informe McLaren, la credibilidad de las instituciones rusas ha quedado muy en entredicho, al establecerse que, durante los Juegos Olímpicos de Invierno de Sochi 2014, el propio Estado promovió un concienzudo sistema de dopaje con un objetivo claro: quedar por delante de Estados Unidos en el medallero.
Y es que esa tan cacareada frase que muchas veces habrán leído y escuchado de que en el deporte lo importante es participar puede ser real para un juego de niños. Sin embargo, el éxito en la competición ha sido siempre un arma para el lucimiento particular de multitud de países, que en no pocas ocasiones unieron sus triunfos a su poderío en la política internacional. Y uno de los máximos representantes de ese hecho, fue, sin duda, la todopoderosa Unión Soviética, que a partir de la II Guerra Mundial, además de liderar uno de los grandes frentes del planeta, a un lado del Telón de Acero, se encargó también de convertirse en uno de los Estados más exitosos jamás conocidos a nivel deportivo. Desde los Juegos Olímpicos de Helsinki en 1952, y con la excepción de Los Angeles 1984, boicoteados por los soviéticos, los deportistas de la URSS rivalizaron con los estadounidenses en el medallero a la par que sus líderes políticos lo hicieron en la trastienda del mundo durante la Guerra Fría. A principios de la década de los 90, la desintegración de la Unión Soviética terminó definitivamente con ese dominio deportivo del gran país del noreste de Europa, convertido a partir de entonces en quince Estados independientes, cuyo peso político y deportivo en el planeta difícilmente volvería a ser el mismo tras el final del sueño del comunismo soviético.
A finales de la década de los 80, los problemas económicos del coloso socialista habían dado lugar a la toma de medidas drásticas por parte de Mijail Gorbachov. La perestroika buscó una reactivación de la economía interna mientras que, paralelamente, la glásnost, trató de obtener una mayor liberalización de un sistema político a todas luces obsoleto a partir de 1985. A nivel deportivo, la repercusión fue inmediata, con la progresiva salida de algunas de las grandes estrellas del deporte nacional a competiciones de Occidente. La llegada del portero Rinat Dassaev al Sevilla, en 1988, o de los baloncestistas Arvidas Sabonis, Valdemaras Homicius y Alexander Belostenny a la ACB, a Valladolid los dos primeros, lituanos, y a Zaragoza el tercero, ucraniano, al mismo tiempo que Sarunas Marciulionis o Aleksandr Volkov marchaban de camino a la NBA, a los Golden State Warriors, y los Atlanta Hawks, en el verano de 1989, fue el definitivo punto de partida para que alguna de los principales nombres del deporte soviético cruzaran, al fin, sus fronteras para trabajar en otros países.
Era ese un escenario increíble apenas unos años antes, cuando los deportistas soviéticos no tenían permitido jugar fuera de los límites de su ingente país. Algo más condescendientes eran las normas yugoslavas, también bajo régimen socialista, en el que los jugadores podían salir a los 28 años, tendencia rota por Drazen Petrovic, fichado por el Real Madrid a los 23 años, en un acuerdo cerrado más de un año antes. Una anécdota poco conocida la relata el historiador del baloncesto, Antonio Rodríguez: "En el verano de 1986, la potente universidad de Louisiana State (LSU), trató sin éxito final de reclutar a un joven Arvydas Sabonis, por entonces con apenas 21 años. Para ello, se buscó incluso la influencia de Ronald Reagan, que no se implicó directamente pero sí buscó la ayuda de potentes empresarios con influencia en la URSS. Finalmente, todo se fue al traste, pero Sabonis estuvo cerca de jugar en LSU, lo que habría supuesto un bombazo en plena Guerra Fría". No era el posterior jugador del Real Madrid el más afín al régimen soviético. En el Mundial de Argentina 1990, el equipo de la URSS ya jugó sin lituanos, y a partir de entonces nada volvió a ser igual. En Estados Unidos, tras Volkov y Marciulionis, el fichaje de los beisbolistas rusos Zhenya Puchkov, Rudy Razjigaev e Ilya Bogatyrev por los California Angels de la MLB fue otro de esos episodios pioneros para un nuevo escenario que apenas daba sus primeros pasos.
Con la definitiva ruptura del coloso de las quince repúblicas, y su efecto de arrastre sobre otros países del Telón de Acero comenzó a concluir un sistema que, a nivel deportivo, había reportado enormes éxitos. No sólo en la Unión Soviética, sino en otros Estados afines, como Checoslovaquia, Rumanía o, muy especialmente, la República Democrática Alemana, cuyos éxitos competitivos siempre estuvieron muy por encima de su teórica potencialidad por su población y su peso político en el mundo. Eso sí, la alargada sombra del dopaje siempre estuvo detrás de algunos éxitos todavía hoy no igualados, principalmente en categoría femenina, por atletas procedentes de Checoslovaquia o la Alemania del Este.
El deporte de equipo, el gran punto débil
Efectivamente, la Unión Soviética, el Pacto de Varsovia, o el Telón de Acero son hoy parte de los libros de historia. Sin embargo, casi tres décadas más tarde, el gran propósito de la principal federación de las que formaron parte de la URSS, Rusia, sigue siendo el de mantener una posición privilegiada en la geopolítica mundial. En palabras de Víctor Colmenarejo, periodista español destacado en la zona, "la consigna de la política exterior con Vladimir Putin es volver a tener un papel protagonista en el mundo, el que perdió tras la caída de la URSS, durante la etapa Yeltsin. Ese rol no pasa sólo por los países vecinos, como Ucrania o Georgia, sino también por Siria o Irán, por nombrar dos asuntos importantes de la agenda mundial en los que Rusia es o ha sido bastante protagonista". En todo ello, claro, el deporte juega un papel fundamental, como añade el corresponsal: "Los éxitos deportivos son un instrumento más para azuzar el patriotismo en el país, que es una de las líneas maestras del discurso de Putin. Esa importancia que se concede al deporte se demuestra en una sólida financiación a federaciones y clubes a través del presupuesto estatal, las primeras, y de empresas de propiedad estatal, como Gazprom o RZD, las segundas", reflexiona. En la misma línea se expresa otro periodista español con experiencia sobre el terreno, Jaime Salvador, al hacer hincapié en que "el deporte se ve como algo clave para la imagen que Rusia desea proyectar, algunos hasta creen que podría ser parte de la política nacional. Basta con decir que hay un ministerio que se encarga de los deportes". Efectivamente, en Rusia las preseas y trofeos internacionales valen su peso en oro, acaso por la "conocida gran afición de Putin al deporte, pues es practicante de varias disciplinas", como recuerda Salvador.
Los éxitos deportivos son un instrumento para azuzar el patriotismo, línea maestra del discurso Putin
Empero, no siempre la potencia económica se ha invertido en el mejor sentido, como aclara Abel Amón, economista responsable de la planta rusa de Bodegas Valdepablo desde hace dos décadas, y exjugador profesional de baloncesto: "La caída de la URSS y la crisis que trajo consigo significó una caída en los fondos para la actividad deportiva, pero Rusia sigue siendo una potencia mundial con éxitos a nivel internacional, aunque el deporte, al menos el de equipos, está mal organizado. Los clubes no desarrollan ni cuidan la cantera, y los colegios no tienen equipos deportivos. Están muy lejos de las estructuras que tenemos en España. Todo se basa en unas 'escuelas deportivas' donde entran los que tienen más talento físico o los más pudientes económicamente". Efectivamente, el peso social del deporte en el día a día ruso no se acerca a los niveles españoles. "Los pabellones y estadios tienen mucha menor afluencia y nadie queda para ver un evento deportivo por televisión, en un bar o una casa. Quizá a ello contribuye que el deporte está mucho más atomizado, no hay un deporte ni a años luz tan importante como lo es el fútbol en la sociedad española", recuerda Víctor Colmenarejo. Y pese a todo ello, el pésimo rendimiento de la selección de fútbol en la Eurocopa de Francia, ha movilizado al país, a través de una campaña en la que se han recogido más de un millón de firmas en pos de una reestructuración total del equipo de cara a 2018, fecha de celebración del mundial allí. En la movilización, a través de la plataforma Change.org, los solicitantes piden literalmente "disolver la selección de fútbol de Rusia. Queremos enorgullecernos, no avergonzarnos". El orgullo, la patria por bandera, una vez más. No parece que el hecho de que "varios jugadores fueron sorprendidos a altas horas de la madrugada tras ser eliminados de la Eurocopa y en estado poco presentable", como recuerda Amón, ayudara mucho en ese sentido.
De lo que no cabe duda es del peso que hoy en día mantienen las diferentes especialidades olímpicas en la sociedad rusa. La herencia soviética es notoria en ese sentido, con disciplinas donde Rusia sigue estando hoy a la vanguardia internacional, como la gimnasia, el patinaje, o la natación sincronizada, donde los antiguos métodos siguen estando, en no pocas ocasiones, presentes. En todo caso, aclara Colmenarejo que existe cierta leyenda al respecto de dichas formas de entrenamiento: "No significa que maltraten a las niñas o se utilicen inhumanos métodos espartanos. Puede que los métodos sean exigentes, el precio de la perfección, pero más que eso sucede que hay muchos, experimentados y bien preparados entrenadores", recuerda. En el horizonte de esos sistemas, una misión clara para Abel Amón: "Fomentar el desarrollo personal y, por supuesto, un instrumento político".
La Unión Soviética, siempre presente
"Quien no extrañe la URSS no tiene corazón, pero quien la quiera de vuelta no tiene cabeza", palabras de Vladimir Putin, que definen perfectamente el posicionamiento del líder ruso, al que Víctor Colmenarejo reconoce como "probablemente el presidente más de derechas de Europa, que fue y es la contraposición al comunismo". Eso sí, siempre con el patriotismo por delante, lo que no le permite ignorar ningún momento de la prolija a la par que polémica historia de un país que hoy abraza al capitalismo, pero con matices. Rusia, recuerda Amón, "cuenta con todas las instituciones propias de naciones capitalistas, como un derecho mercantil, bolsa de valores, o propiedad privada. Se puede exportar e importar cualquier producto, o invertir en una fábrica. Presenta, eso sí, excesivas trabas, como la insufrible burocracia, corrupción en ciertas instancias y, a veces, inseguridad jurídica", problemas que no han ido sino a más tras el conflicto con Ucrania, que ha derivado en un veto de múltiples productos de la Unión Europea, dificultando las exportaciones.
Efectivamente, comparar los resultados de Rusia con los de la URSS no parece sensato, al reducir una población de casi 300 millones a los 145 del nuevo país. Pero, más allá de eso, el interés por mantener una posición dominante en la política internacional sigue estando ahí, como se puede comprobar en los diferentes frentes abiertos por la administración Putin hoy día. Y el deporte debía seguir siendo un elemento a tener en cuenta. La organización de eventos globales se ha incrementado exponencialmente en los últimos años, como herramienta de promoción del país. "Se gastaron cantidades colosales en los Juegos Olímpicos de Sochi, quintuplicando su presupuesto inicial", apunta Amón. Se añade a ello la organización, también en Sochi, de un gran premio de Fórmula 1, y, por supuesto, quizá el premio gordo, la organización del Mundial de fútbol de 2018, no exenta por supuesto de polémica.
¿Dopaje de Estado?
Pero si algo ha sacudido al deporte ruso en las últimas fechas, es sin duda la macrosanción a sus atletas por un caso de dopaje masivo y ocultación de positivos a través de su Federación. En un lugar donde a su habitante medio le resulta enormemente importante el país de su papel en el mundo, y en el que, en palabras de Colmenarejo, "el ministro de Exteriores, Lavrov, y su portavoz, Zajarova, están a todas horas en la televisión cual estrellas de rock, y son más conocidos que el futbolista ruso más famoso", evidentemente no puede pasar desapercibida la posibilidad más que real de que los atletas rusos no acudan a Río y, si lo hacen tenga que ser bajo la bandera olímpica, hecho al que por ejemplo la pertiguista Yelena Isinbayeva, de ideología política afín a Vladimir Putin, ya se ha negado categóricamente.
Tras caer el Muro de Berlín, pocos países quisieron acabar de verdad con esos sistemas masivos de dopaje
Una situación que a la gente más conocedora del atletismo mundial no ha sorprendido especialmente. Esteban Gómez, periodista de Televisión Española experto en atletismo, es tajante a este respecto: "Las sospechas estaban ahí porque desde la caída del Muro de Berlín muy pocos países quisieron de verdad acabar con ese sistema masivo y estatal de fomentar el dopaje", afirma. ¿Había, pues, dopaje de Estado en la Rusia actual? "No lo afirmo categóricamente, pero sí diría que desde organismos públicos (federaciones, Ministerio de Deporte y hasta laboratorios) se hacía conscientemente la vista gorda y en algunos casos incluso se ayudó a ocultar pruebas", añade Víctor Colmenarejo. No cabe duda de que los rusos no hicieron todo lo que estaba en sus manos por limpiar algunas sombras no tan lejanas, como recuerda Esteban Gómez: "En Alemania se denunciaron las prácticas irregulares llevadas a cabo con las nadadoras de la DDR e incluso las propias interesadas sacaron a la luz las desgraciadas existencias que llevaron a cabo para cumplir con las exigencias del dopaje que les convirtieron en ratones de laboratorio. Sospechábamos del dopaje masivo en el atletismo ruso con los éxitos que conseguían en algunas especialidades como la marcha, donde los pupilos del gurú Viktor Chegin arrasaban en todos los campeonatos donde participaban, y cuando atletas en pleno ocaso de su carrera deportiva y tras haber desaparecido de la escena internacional reaparecían para mejorar sus registros y brillar sobre todo en plena temporada de pista cubierta".
Fue una práctica reiterada en el tiempo, pero con dos momentos clave: los Juegos de Invierno de Sochi 2014 y el Mundial de atletismo de Moscú 2013, donde Colmenarejo sitúa un punto fundamental en las dudosas prácticas rusas: "Ya se sabe que hay cierta presión de resultados para el anfitrión. Se apretó el acelerador y se cometieron excesos que han acabado saliendo a la luz y manchando todo el deporte ruso. Rusia ganó contra pronóstico el medallero de aquel campeonato, en algunas disciplinas con una suficiencia sospechosa, pienso, por ejemplo, en la marcha".
¿Sanción deportiva, o algo más?
Sin embargo, ¿cómo acepta la sociedad rusa la situación generada tras el escándalo de dopaje generalizado en sus deportistas? ¿Existe autocrítica, o acaso el victimismo predomina en el pensamiento popular y de los gobernantes? Ciertamente, es una mezcla de ambos factores. Jaime Salvador es contundente al resumir la situación: "La sanción a los deportistas es considerada por los rusos como un castigo a todo el país". Colmenarejo profundiza más en la polémica, estableciendo una doble lectura del asunto por parte del gobierno ruso: "Existen dos discursos, uno para consumo interno y otro para fuera del país. Dentro de Rusia se explica como una nueva afrenta de Occidente, en esta especie de Guerra Fría 2.0 que comenzase con el conflicto en Ucrania. Se han escuchado discursos rocambolescos de diputados de la Duma, que aprobaron una moción que tacha la sanción de 'violación de los derechos humanos'. Pero de puertas afuera, el Kremlin admite los casos de dopaje demostrados, se afirma que son aislados y se promete trabajar en prevenir más, tratando de mostrar una posición constructiva de colaboración con la Agencia Mundial Antidopaje".
En todo caso, esa doble postura no parece haber cuajado en la sociedad rusa, pues, pese a la teórica buena voluntad de las instituciones en lo que a colaborar para limpiar su deporte se refiere, el ciudadano de a pie tiene "poca fe en el sistema internacional y en los entes que rigen el deporte global, porque todavía no fueron presentadas pruebas suficientes de las acusaciones que existen en los informes, incluido el McLaren, sobre el atletismo, ni en las famosas películas de Alemania sobre dopaje en el atletismo ruso", añade Jaime Salvador, recalcando la desconfianza de la sociedad rusa en las decisiones tomadas desde fuera de sus fronteras, que muchos ven como un ataque a su sistema, y que los más críticos con Putin aprovechan, claro, como arma arrojadiza contra el actual presidente.
Finalmente, ¿puede suponer un antes y un después para el deporte ruso lo ocurrido, especialmente si se confirmara la ausencia de los Juegos Olímpicos? Esteban Gómez tiene claro cuál debería ser el camino a seguir a partir de ahora por deportistas y gestores del país: "El castigo es duro, terrible para el deporte de cualquier país, y ha de servir para que aquellos países que protegen el dopaje masivo sepan que, mediante las trampas, no se avanza, sino que se retrocede. Los más perjudicados, los atletas, creo que han recibido el mensaje. Algunos se han revelado contra la sanción a su país como Isinbayeba, pero lo ético es ponerse en manos de las autoridades internacionales y que sean estas las que pongan en orden el deporte mundial. La gran incógnita ahora es saber si las autoridades rusas están dispuestas a llevar a cabo una purga que termine con esta desgracia”, concluye.
Desde luego, si el equipo olímpico ruso queda finalmente excluido de Río, tendrán motivos más que sobrados para pensar en pasar la aspiradora en profundidad a un deporte tan históricamente exitoso como, ahora mismo, señalado desde las más altas esferas internacionales.
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