Los Juegos Olímpicos de 1996 debían celebrarse en Atenas. Era una cuestión de nostalgia, de respeto, y de agradecimiento. Se cumplían cien años de la recuperación de los Juegos Modernos, y la fiesta iba a ser en el escenario donde habían nacido, en su primera etapa y en la más moderna.
Pero, como se dijo entonces, "la Coca Cola había derrotado al Partenón". Y es que la multinacional de bebidas se encargó de que –con mucho dinero por delante- los Juegos regresaran a Estados Unidos, a su sede, Atlanta (Georgia). Eran unos Juegos "para el negocio", como pronunciaban sus propios impulsores, que vaticinaban unos importantes beneficios económicos, sobre todo tras el éxito de Barcelona.
Pero no fue así. Atlanta no supo estar a la altura. Una mala previsión obligó a finalizar las instalaciones precipitadamente; el calor asfixiante perjudicó a los atletas, minimizando los resultados y por ende el espectáculo; el denso tráfico asfixió a los espectadores; e incluso la seguridad falló, cuando un individuo hizo explosionar un artefacto durante un concierto cercano a la villa olímpica que causó dos muertos.
Michael Johnson eleva el nivel
Con todo, el 19 de julio de 1996 y ante 80.000 espectadores, se llevaba a cabo la ceremonia de apertura en el Centennial Olympic Stadium. Especialmente emotivo fue el encendido del pebetero, no tanto por la espectacularidad del mismo, sino porque el encargado de hacerlo fue el recientemente fallecido Mohammed Ali o Cassius Clay, leyenda del deporte mundial, ya aquejado de Parkinson.
Se volvió a batir el número de países participantes (197), en buena parte gracias a la desmembración de la Unión Soviética, que a diferencia de Barcelona ahora ya participaban como naciones separadas. El número de atletas alcanzó los 10.318, con el hecho reseñable de que por primera vez en la historia había más mujeres que hombres.
El gran héroe de Atlanta 96 fue sin duda Michael Johnson. El atleta de Texas ya había avisado dos meses antes de la cita de su potencial, al rebajar en seis décimas el récord del mundo de los 200 metros lisos, en poder del italiano Pietro Menea desde hacía 17 años.
Y en Atlanta se consagró. Con su peculiar posición erguida a la hora de correr, logró su primer oro en el 400 metros, para muchos la carrera más exigente del atletismo al combinar tanto potencia como resistencia, con un tiempo de 43.49, récord olímpico.
Y sólo tres días más tarde destrozó su propio récord mundial en el 200 (19.32) para sumar otro oro, convirtiéndose en el primer atleta capaz de ganar los 200 y los 400 en unos mismos Juegos. Una marca, por cierto, que no fue superada hasta la irrupción de Usain Bolt en Pekín.
La hazaña de Johnson fue curiosamente repetida por Marie-Jose Perec en el atletismo femenino, al imponerse también en el 200 y el 400. La francesa era la favorita a revalidar el título del 400 conseguido en Barcelona, y lo hizo con holgura: con un tiempo de 48.25, que sigue siendo el récord olímpico.
Pero nadie esperaba que ganara también en el 200, donde además estaba la jamaicana Merlene Ottey. La francesa se impuso con una marca de 22.12, convirtiéndose en la segunda mujer en la historia que lograba el doblete.
Popov manda en la piscina
Y si Johnson y Perec mandaron en el atletismo, en la piscina solo hubo un nombre: el de Alexander Popov, quien ganó, como ya hiciera en Barcelona, el oro en los 50 y 100 metros libres, consiguiendo así ser el primero en conseguirlo desde Johnny Weissmüller, que lo hizo en 1924 y 1928.
Además de los dos oros obtuvo dos medallas de plata junto con el equipo de relevos ruso en los 4 x 100 metros libres y los 4 x 100 metros estilos, siempre superados por Estados Unidos.
Otros nombres a destacar en Atlanta fueron, por supuesto, Carl Lewis, quien con su victoria en el salto de longitud lograba su noveno oro olímpico. Y eso que no pudo participar en los Juegos de Moscú 80 por el boicot estadounidense a la ciudad soviética.
También fue protagonista el austriaco Hubert Raudaschl, que con 54 años sumó su novena participación olímpica, en vela, después de comenzar en Tokio 64. Un hito que hasta el momento nadie ha superado, y que sin duda será muy difícil de alcanzar.
O Vitaly Scherbo, la gran estrella de la gimnasia en Barcelona, con seis medallas de oro, y que compitiendo ahora con Bielorrusia fue capaz de conquistar cuatro medallas de bronce, todas en concursos individuales.
Desgraciadamente, también fue protagonista Linford Christie. Anhelaba repetir el oro en el 100 metros lisos cosechado cuatro años antes en Barcelona, pero ni siquiera pudo intentarlo: en la final, dos salidas nulas consecutivas provocaron su expulsión. El británico abandonó la pista entre lágrimas, y viendo cómo Donovan Bailey se hacía con la victoria.
Vuelve el terror a los Juegos
El 27 de julio de 1996, en la segunda semana de competición, volvió a planear el terror por un atentado terrorista sobre los Juegos Olímpicos. Obviamente, no tuvo comparación con lo sucedido en Munich en 1972, pero el atentado de Atlanta, perpetrado por el ultraderechista Eric Robert Rudolph, dejó dos muertos y centenares de heridos.
Un artefacto explotó pasada la medianoche en el parque de las afueras del Estadio Olímpico, donde miles de espectadores se habían reunido para asistir un concierto de la banda Jack Mack and the Heart Attack.
Si no hubo que lamentar más pérdidas fue gracias al guardia de seguridad Richard Jewell, quien descubrió la bomba antes de que se detonara, logrando desalojar a la mayoría de los espectadores del parque. Se llegó a pensar incluso en una suspensión de los Juegos, pero una vez más estos continuaron adelante.
Indurain lidera a España
España venía de cosechar los mejores resultados de toda su historia sólo cuatro años antes, y por ello se esperaban de nuevo varias medallas. Evidentemente, no se pudieron repetir los increíbles registros de Barcelona, pero aun así se ofrecieron unos buenos guarismos.
Abanderados por el regatista Luis Doreste, uno de los 13 oros de Barcelona, el mayor hito se consiguió en el ciclismo en ruta. Atlanta permitió la participación de ciclistas profesionales, y España no dudó en llevar sus dos mejores espadas en la lucha contra el crono: Miguel Indurain, quien se adjudicó el oro, y Abraham Olano, la plata. Los dos españoles terminaron por delante de especialistas como Chris Boardman, Tony Rominger o un incipiente Lance Armstrong.
La vela, como no podía ser de otra manera, continuó dando alegrías en forma de medallas de oro: dos en este caso, las conseguidas por la pareja masculina Fernando León y José Luis Ballester en la clase Tornado, y por la pareja femenina Theresa Zabell y Begoña Vía-Dufresne en la clase 470.
Especialmente meritorio fue el oro conseguido por el equipo femenino de gimnasia rítmica en el concurso completo por conjuntos, el primero conseguido en la historia. Marta Baldó, Nuria Cabanillas, Estela Giménez Cid, Lorena Guréndez, Tania Lamarca y Estíbaliz Martínez así lo permitieron.
Y también el del equipo de Waterpolo, que con los mismos jugadores que cuatro años antes se habían llevado un tremendo varapalo tras caer en la final, en casa, ante Italia tras dos prórrogas, ahora lograron la victoria por 7 a 5 ante Croacia.
Fermín Cacho, oro en Barcelona, se tuvo que conformar con la plata en el 1.500 tras verse superado por Noureddine Morceli, quien veía así culminados sus tres oros mundiales previos.
El tenis cosechó dos medallas de plata más, las logradas por Sergi Bruguera en el masculino individual y Arancha Sánchez Vicario en el femenino individual. Así como el judoka Ernesto Pérez Lobo. Y también con la miel en los labios, aunque la plata también tuvo muy buen sabor, se quedó el equipo masculino de hockey sobre hierba, que se plantó sorprendentemente en la final, donde sucumbió ante Holanda (3-1).
Finalmente, sumaron medallas de bronce el equipo masculino de balonmano; dos judokas más: Yolanda Soler e Isabel Fernández; la pareja femenina de tenis formada por Arancha Sánchez Vicario y Conchita Martínez; el boxeador minimosca Rafael Lozano; y el atleta de 50 km marcha Valentín Massana, quien se resarcía así de la eliminación en Barcelona cuando marchaba segundo a pocos kilómetros de llegar a Montjuic.
En total, cinco medallas de oro, seis de plata y seis de bronce, que no hacían sino confirmar el inmenso crecimiento que había vivido el deporte español gracias a Barcelona 92.