Los Juegos Olímpicos regresaban a continente americano, en esta ocasión a Canadá. Tras lo ocurrido en Munich cuatro años antes, Montreal se vio obligada a disponer un complejo dispositivo de seguridad, dando la sensación de que los deportistas vivían en una burbuja, en un mundo aparte, custodiado por edificios herméticos y gran cantidad de policías y soldados.
Pero en esta ocasión el problema estaba fuera: en el mundo ajeno al deporte. En la sociedad. Un enorme boicot proveniente de África, que hizo que, como se declarara en más de una ocasión durante aquellas fechas, "a la bandera olímpica se le cayera el aro de color negro".
Después de que cuatro años antes solicitaran la exclusión de Rhodesia en Munich, con razones que eran más que obvias, en esta ocasión la petición no parecía tan clara. Porque lo que solicitaban era que se excluyese a Nueva Zelanda por haber disputado un partido de rugby en terreno sudafricano, ignorando el "antiapartheid".
Pero hay que tener en cuenta que el rugby no era ni siquiera un deporte olímpico, y que poco o nada tenía que ver aquel partido con la delegación neozelandesa que se desplazaría hasta Montreal. Eso, unido a que se trataba de una posible expulsión de un país miembro de la Commonwealth en una competición que se iba a disputar en otro país miembro de la Commonwealth hizo que la petición fuera desestimada, provocando entonces la negativa a participar de un total de 23 países africanos. Sólo Senegal y Costa de Marfil decidieron acudir a Canadá.
A este boicot se añadiría el de la República Popular de China y la República de China. En el caso de la primera, se negó a participar porque el COI reconocía la división de ambas partes. En el caso de la segunda, porque eran obligados a participar con el nombre de Taiwan, algo que rechazaron.
Todo esto provocó que los países participantes fueran sólo 92, número bastante reducido respecto a anteriores ediciones.
Un lastre económico
Aun así, como ya venía siendo habitual, la organización de los Juegos fue realmente buena. Montreal se volcó en su celebración, y no sólo en el aspecto deportivo. Inauguró un aeropuerto, un moderno metro, y dotó de grandes accesos a las autopistas.
Eso, unido a que la mayoría de las instalaciones deportivas fueron nuevas, incluyendo el Estadio Olímpico de Montreal, hizo que el presupuesto inicial se quintuplicara, y que los Juegos resultaran un fiasco económico, generando una deuda que tardó décadas en saldarse. Exactamente, en 2006.
Pero en el momento de inaugurarse los Juegos, todo eso quedó en un segundo plano. Muy simbólica fue la llegada de la antorcha olímpica al Estadio. Por primera vez era una pareja, y no una única persona, quien la transportaba. Stephane Prefontaine, de 18 años y de habla inglesa; y Sandra Henderson, de 16 años y francófona, fueron los encargados de encender el pebetero, simbolizando la unidad de ambas comunidades en Canadá.
La desagradable sorpresa de Alemania Oriental
La victoria en el medallero fue clara para la Unión Soviética, quien conquistó 125 medallas, 49 de ellas de oro. Estados Unidos se tuvo que conformar con la tercera plaza, al verse sorprendida por Alemania Oriental, un país que seguía un sistemático plan de dopaje, como hemos visto en este periódico en más de una ocasión.
La ausencia africana no mermó la calidad en el atletismo, deporte en el que se batieron cinco récords mundiales y siete olímpicos. Lasse Viren, quien repetía el éxito de cuatro años antes conquistando el oro en el 5.000 y el 10.000, fue uno de los más destacados. También el soviético Viktor Saneyev, quien ganó su tercer oro olímpico consecutivo en el triple salto; o el húngaro Miklos Németh, vencedor en lanzamiento de jabalina, convirtiéndose en el primer hijo de un medallista de oro que también conquistaba el oro. Su padre, Imre, había ganado el lanzamiento de martillo en 1948.
En la piscina brilló con luz propia John Naber. El estadounidense conquistó nada menos que cuatro medallas de oro -100 y 200 espalda, y 4x100 y 4x200-, además de una medalla de plata, en el 200 libres.
Comaneci, la historia
Pero si hubo un héroe en Montreal o, mejor dicho, una heroína, esa fue sin duda Nadia Comaneci. Una niña rumana de 14 años, 1,53 de estatura, y 40 kilos de peso, que enamoró a todos en Canadá. Para siempre.
Comaneci ganó el oro de la general individual, tras hacerlo en paralelas y barra, siendo tercera en los ejercicios sobre el suelo y cuarta en salto de potro, empujando a Rumanía a una plata en equipos, meta inimaginable unos años atrás.
En total, tres medallas de oro, una de plata, y otra de bronce, para una niña que cambió la gimnasia rítmica para siempre, puesto que alcanzó hasta en siete ocasiones el 10 del jurado, una puntuación hasta entonces jamás alcanzada por nadie. De hecho, se tuvieron que incorporar nuevos marcadores que incluyeran el doble dígito, porque no existían.
El nacimiento del primer héroe español
En Montreal 1976 España envió a un total de 114 deportistas (103 hombres y 11 mujeres), que participaron en 13 deportes, con el boxeador medallista cuatro años antes Enrique Rodríguez Cal como abanderado.
Y ahora sí los resultados comenzaron a mostrar una cierta mejoría. Se consiguieron varios diplomas, siete en total: tres en piragüismo; uno en judo con José Luis de Frutos, quinto; uno en atletismo, con Mariano Haro sexto en el 10.000; uno en hípica, sextos en salto por equipos; y otro en hockey sobre hierba, con la sexta plaza del equipo masculino.
Pero también se consiguieron medallas. Concretamente, dos platas. La de Antonio Gorostegui y Pedro Lluis Millet en la clase 470 de vela, abriendo los éxitos que este deporte nos depararía en el futuro. Y la del K-4 1.000 metros de piragüismo, con un equipo formado por José María Esteban Celorrio, José Ramón López Díaz, Luis Gregorio Ramos Misioné y Herminio Menéndez Rodríguez.
Precisamente este último se convertiría en el primer héroe del olimpismo español. Por esta plata –en Montreal conseguiría, además, la cuarta plaza en el K-1 500 metros–, y por las dos medallas más conquistadas en los Juegos de Moscú 1980. Dos platas y un bronce, en total. Además, fue abanderado en Moscú y relevista en Barcelona 1992.