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Múnich 1972: los Juegos del Terror

El atentado terrorista perpetrado por el grupo palestino Septiembre Negro en la sede de la delegación isarelí en la Villa Olímpica dejó 17 muertos.

El atentado terrorista perpetrado por el grupo palestino Septiembre Negro en la sede de la delegación isarelí en la Villa Olímpica dejó 17 muertos.
Uno de los terroristas se asoma al balcón del edificio donde permanece secuestrada parte de la delegación israelí. | Archivo

Se podría hablar de los Juegos de Mark Spitz, de Lasse Viren o de Valery Borzov. Incluso de los Juegos del perro salchicha Waldi, primera mascota olímpica. Pero no hay forma de evocar los Juegos de Munich de 1972, sin recordar la inmensa sensación de pánico que les rodeó cuando el grupo terrorista palestino Septiembre Negro atacó la residencia del equipo de Israel en la Villa Olímpica, matando a dos deportistas, y tomando a otros nueve rehenes.

La tragedia continuó cuando un asalto fallido de la policía alemana para rescatar a los rehenes se saldó con 15 muertos más; nueve israelíes, cuatro palestinos, un policía y un piloto de helicópteros.

El grupo terrorista palestino, que unos meses atrás había matado al primer ministro de Jordania, Wasfi Tall, reclamaba la liberación de 234 prisioneros alojados en cárceles israelíes. Y decidió que los Juegos Olímpicos, con la magnitud que ya habían alcanzado, eran el mejor lugar y el mejor momento para hacerlo.

El 5 de septiembre se colaron en la Villa Olímpica armados con fusiles AK-47 y granadas escondidas en bolsas de deporte, y sin ningún impedimento entraron en el 31 de la calle Connolly, sede de la delegación israelí. El ruido al iniciar el asalto, y los momentos de confusión, permitieron que nueve atletas lograran escapar, quedando los demás prisioneros.

El entrenador del equipo de halterofilia, Moshe Weinberger, intentó atacar a un terrorista con un cuchillo que tenía cerca; el levantador de pesas Josef Romano le robó el arma a uno de ellos para defenderse. Los dos fallecieron de inmediato. La sede estaba tomada.

Un hombre encapuchado de Septiembre Negro anunció a la Policía que o se liberaban a 200 presos palestinos en cárceles israelíes, o morían todos. Las negociaciones fueron en balde, hasta que los terroristas solicitan volar a El Cairo. La policía accede a trasladarles al aeródromo militar de Fürstenfeldbruck, donde les tienen preparada una emboscada.

Pero no sale como estaba prevista, y se inician los tiroteos que terminan con los terroristas y los deportistas encerrados en el helicóptero. En torno a las doce de la noche uno de los terroristas salta dejando dentro una granada, que terminará con la vida de todos los rehenes. Cinco terroristas son abatidos, y tres más son detenidos.

Muchas fueron las voces que solicitaron la cancelación de los Juegos, pero la Organización se mantuvo firme en su continuidad, y tras un acto de homenaje a los atletas israelíes caídos, se prosiguió con el programa previsto.

Mark Spitz... por los pelos

Un programa que había arrancado diez días antes, el 26 de agosto, con una majestuosa ceremonia de apertura en el Estadio Olímpico de Munich. Un Munich que le había ganado la partida final para ser sede a Madrid, quien luchó por primera vez por albergar unos Juegos, quedándose a las puertas.

La participación volvió a superar récords, alcanzándose los 7.134 atletas -6.075 hombres y 1.059 mujeres- de 121 países, y eso que Rhodesia fue finalmente expulsada por el conflicto que se había levantado en el continente africano. Se incorporó por primera vez el balonmano, en su categoría masculina, y el número de deportes ascendió a 23, con 195 especialidades.

La victoria en el medallero fue para la Unión Soviética, con 99 medallas, 50 de oro, frente a las 93 -33 de oro- de Estados Unidos. El tercer lugar fue para Alemania Oriental, y el cuarto, para Alemania Occidental.

Y si hay un atleta que destacó por encima del resto, este fue el nadador estadounidense Mark Spitz. Y eso que estuvo a punto de ser descalificado, pues al subir al podio lo hizo con unas zapatillas Adidas en sus manos, saludando a todas las cámaras que se encontraba. Era obvio que se trataba de publicidad; el COI pensó en actuar, pero finalmente desistió ante el huracán que se hubiera levantado.

Lo cierto es que Spitz se alzó en una semana con siete medallas de oro, acompañadas de siete récords del mundo. Aun con los problemas de horarios, fue capaz de lograr la victoria en el 200 metros mariposa, el 4x100 libre, el 200 metros libre, el 100 metros mariposa, el 4x200 libre, el 100 metros libre y el 4x100 estilos. Se había convertido en una leyenda.

Además, de este modo el nadador estadounidense acallaba a aquellos que se habían burlado de él –y probablemente con razón- después de su fanfarronada cuatro años antes, cuando con 18 años anunció antes de llegar a México que iba a conquistar seis medallas de oro, y a la hora de la verdad se tuvo que conformar con una plata y un bronce.

En la natación estuvo bien secundado por la nadadora australiana de 16 años Shane Gould, quien se llevó cinco medallas: oro en 200 y 400 libre, y en 200 estilos; plata en 800, y bronce en 100.

La hazaña de Borzov

En el atletismo, un joven rubio ucraniano de 22 años, Valery Borzov, fue capaz de acabar con la tradicional supremacía de la raza negra en la velocidad. Se impuso en los 100 metros con un tiempo de diez segundos justos, aunque la victoria fue puesta en entredicho porque dos atletas estadounidenses, Hart y Robinson, ambos con mejor marca personal de 9’9, no llegaron a la final por confusión horaria de su entrenador.

En cualquier caso, Borzov, que a partir de entonces sería conocido como el hombre cohete, se llevaría la victoria también en el 200, con un tiempo clavado de veinte segundos. Sólo sería derrotado en el 4x100, donde el equipo estadounidense se tomó su pequeña venganza.

Y también brilló con luz propia el atleta finlandés Lasse Viren, quien sólo un año después de su llegada al atletismo senior, se adjudicó dos medallas de oro, en las pruebas de 5.000 como 10.000 metros. Además, en esta última batió el récord mundial con 27:38,4 en una carrera épica en la que llegó incluso a irse al suelo, en la vuelta 12, lo que no fue óbice para conseguir la victoria y el récord.

Tres segundos eternos

En lo deportivo, quizá la imagen de Munich 72 se produjo en la cancha de baloncesto. La final la disputaban Estados Unidos y la URSS. Algo así como la guerra fría con un balón y dos canastas.

En un partido duro, incluso aburrido en lo que al espectáculo se refiere, se llegó a tres segundos para el final con el marcador de 49 a 48 a favor de los soviéticos. El estadounidense Collins recibió una falta y anotó dos tiros libres, y el crono ya señaló el final. Los jugadores yanquis comenzaron a abrazarse, e incluso hubo invasión de campo.

Pero el seleccionador ruso y el secretario general de la FIBA, Mister Jones -estadounidense, por cierto, pero molesto con su equipo-, se abalanzaron sobre la mesa de jueces, reclamando que faltaban tres segundos por disputarse, y que habían solicitado tiempo muerto.

Tras no pocas discusiones se decretó que se jugarían los tres segundos, con balón para la URSS. Y con los estadounidenses más pendientes de los árbitros que de la cancha, Palauskas mandó el balón de un extremo a otro del campo para que Alexander Belov encestara completamente solo. Marcador final: 51 a 50.

Se montó tal trifulca en la cancha que no fue hasta las cinco de la madrugada cuando el Comité, después de más de nueve horas de reunión, dio por vencedor final a la URSS. Estados Unidos decidió optar por no acudir a recoger la medalla de plata…

El boxeo salva a los españoles

Después de 12 años sin tocar medalla, el boxeo permitió a la expedición española volver a conseguir una. Fue de bronce, la conseguida por el asturiano Enrique Rodríguez Cal, en la recién estrenada categoría de minimosca.

Una expedición que llevó a Munich 123 deportistas –cinco de ellos mujeres-, y que tuvo como abanderado al esquiador Paquito Fernández Ochoa, quien unos meses antes había conseguido la hasta la fecha única medalla de oro en unos Juegos Olímpicos de Invierno.

Además del bronce de Rodríguez Cal, España consiguió diploma por medio del atleta Mariano Haro, cuarto en la final del 10.000; el tirador Jaime González Chas, quinto en la modalidad de pistola rápida en 25 metros; y dos boxeadores más, Antonio Rubio Fernández y Juan Francisco Rodríguez Márquez, ambos quintos en peso pluma y peso gallo, respectivamente.

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