Roma 1960: ni la tragedia pudo con la belleza de Bikila y Cassius Clay
Pese al primer fallecimiento por dopaje en la historia del olimpismo, los de Roma están considerados como uno de los Juegos más bellos de todos.
52 años después de que Italia desistiera en el último momento de organizar unos Juegos Olímpicos por falta de fondos, Roma iba a ser la sede. Más de 26 siglos después, los Juegos desembarcaban en la ciudad que los abolió. Y Roma significó un lavado de cara muy positivo para unos Juegos que habían salido muy dañados de su anterior edición en Melbourne.
Bajo un ambiente único, celebrados en lugares icónicos de la ciudad eterna y llenos de significado histórico, y contando con una organización impecable, los de Roma 1960 están considerados como unos de los Juegos Olímpicos más bellos de todos los tiempos. A todo ello contribuyó enormemente el hecho de ser los primeros televisados internacionalmente.
La victoria en el medallero fue para la Unión Soviética, con mucha ventaja respecto a Estados Unidos -103 medallas, por las 71 estadounidenses-, sorprendiento Italia con sus 36 medallas totales en el tercer lugar.
Claro que con deportistas como Livio Berruti no es tan sorprendente su resultado. El velocista italiano entró en la historia al convertirse en el primer atleta no estadounidense que conquistaba el oro en los 200 metros lisos, sin duda toda una hazaña.
Wilma Rudolph, la Reina de Roma
Pero si Berruti fue uno de los deportistas másculinos más destacados de los Juegos, no hay duda sobre quién fue la deportista femenina más destacada: Wilma Rudolph, la gacela negra.
Una historia de superación, con una infancia realmente complicada que encontró salida en el atletismo. A Roma llegó con tan solo 20 años, y enamoró a todos. Por su carisma, por su manera de deslizarse en la pista, y por sus victorias: tres oros en los 100, 200 y 4x100.
Sorprendentemente Rudolph se retiraría tan solo dos años después de aquella hazaña, para dedicar su vida a los más desfavorecidos, los que, como ella, crecían rodeados de complicaciones. Fallecería en 1994 a causa de un tumor cerebral.
Por cierto que respecto al atletismo femenino, por fin, después de 32 años, se abrió el veto a que las chicas pudieran correr distancias superiores a 200 metros. Se realizó, pues, la carrera de 800 metros, fue perfecta, y a partir de ahí todo lo demás.
El nacimiento de dos estrellas
Además, Roma vio nacer a dos grandes leyendas del deporte, de esas que quedan en el recuerdo para siempre. Por un lado, un tal Cassius Marcellus Clay, posteriormente conocido como Muhammad Ali.
A sus 18 años llevó a cabo una auténtica exhibición en la categoría de los semipesados. En cuartos de final se impuso al vigente campeón olímpico, y en la final le tocó enfrentarse a todo un veterano como Pietrzikowski, con más de 250 peleas y tres títulos europeos en su bagaje. En el tercer asalto, Clay noqueó a su rival.
Sólo un mes después Clay arrojaría al río la medalla de oro conquistada –que siempre llevaba encima- al ver cómo pese a ser campeón olímpico defendiendo a Estados Unidos, no se le permitía la entrada en un restaurante reservado para blancos. Posteriormente, se convertiría en el que para muchos ha sido el mejor boxeador de todos los tiempos.
Por el otro, un pequeño y delgado atleta etíope de nombre Abebe Bikila. Llegaba a Roma completamente desconocido, habiendo participado tan solo en dos carreras hasta entonces, y corriendo sin zapatillas. Sin embargo, su dominio en el maratón fue aplastante, convirtiéndose además en el primer africano de raza negra que conseguía el oro en los Juegos Olímpicos.
Su hazaña se completaría cuatro años más tarde, en Tokio, cuando fue el primer atleta de todos los tiempos que conseguía el doblete en el maratón, la competición más exigente que existe.
Y al nacimiento de estas dos nuevas estrellas, la consagración de una leyenda: Larissa Latynina conquistaba, como ya hiciera cuatro años antes y como repetiría cuatro años más tarde, seis medallas en los Juegos Olímpicos de Roma 1960.
Las nuevas placas en las piscinas
La polémica de los Juegos se vivió en los 100 metros libres de natación. Dos nadadores, el norteamericano Lance Larson y el australiano John Devitt, llegaron al final tremendamente igualados. Los cronometradores dieron la victoria a Larson, registrando incluso una décima menos; pero los jueces 'vieron' tocar antes a Devitt. En la disyuntiva, el árbitro principal se inclinó por los jueces, rectificando incluso el tiempo, y dando vencedor al australiano.
Posteriormente, televisión y cine demostraron que el ganador real había sido Larsen, que había tocado antes, aunque por debajo del agua. Pero ya era tarde. A partir del incidente, se instalarían placas electrónicas en las paredes de las piscinas.
El hockey salva la honra
España presentó en Roma 1960 su expedición más alta en unos Juegos Olímpicos. Nada menos que 144 deportistas, 133 hombres y 11 mujeres, que participaron en 16 deportes. Abanderas por el gimnasta Jaime Belenguer Hervás, en lo que podría interpretarse como un guiño a la muerte sólo unos meses antes del gran Joaquín Blume.
Pero esa expedición más elevada no se tradujo en mayor número de medallas: tan solo un bronce, conseguido por el equipo masculino de hockey sobre hierba.
Además, hay que añadir los diplomas olímpicos conseguidos por José Panizo, sexto en lucha grecorromana; y los boxeadores Alfonso Carbajo y Andrés Navarro, ambos quintos en peso gallo el primero y peso welter el segundo.
Y a modo de curiosidad, destacar que en la ceremonia de apertura, como siempre, Grecia abría el desfile, con el príncipe Constantino de abanderado, seguido inmediatamente después por su hermana Sofía. Por tanto, la futura reina de España ha sido la primera de la Familia Real en participar en unos Juegos Olímpicos. Más tarde lo haría Don Juan Carlos y, posteriormente, sus hijos.
La única mancha
Pero si los Juegos Olímpicos de Roma fueron un evidente éxito, considerados los más bellos de la historia, también tuvieron su lunar. Y muy trágico.
Se produjo en la prueba contra el reloj por equipos de ciclismo. Dinamarca era uno de los favoritos, y el joven Knuda Jensen, de 23 años, su líder. Pero cubierta la mitad de la prueba el danés comienza a sentirse indispuesto, sin fuerzas. Poco después se derrumba, y es trasladado urgentemente a un hospital, donde fallecerá horas más tarde.
En principio, la desgracia se achacó al duro esfuerzo bajo el fuerte sol, pero no tardó en conocerse que Jensen había sido dopado por su entrenador. El producto prohibido, unido al calor reinante, llevó a la muerte al ciclista danés.
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