Si los Juegos de Londres y Helsinki significaron un paso inmenso hacia delante del movimiento olímpico tras superar un periodo de 12 años de parón por la Guerra, los de Melbourne de 1956 supusieron un tremendo paso atrás en ese sentido.
En realidad, casi todo fue un desastre, desde el principio hasta el final. El experimento del nuevo presidente del Comité Olímpico Avery Brundage de llevar los Juegos por primera vez fuera de Europa y Estados Unidos fue un fracaso. Incluso en la propia Australia, donde los celos de Sidney ante la victoria de Melbourne y la rivalidad entre partidos políticos estuvieron a punto de dar al traste con la iniciativa y regresar a Europa, concretamente a Roma.
Al final, la organización supo rectificar, excepto respecto a las leyes australianas de entrada de animales, que obligaba a una cuarentena de sesis meses a los caballos, lo que provocó que las pruebas ecuestres se trasladaran hasta Estocolmo.
Además, el desfase estacional redujo la atención a nivel global, y la participación de los deportistas, quienes en el verano australiano se encontraban en su invierno, se produjo en unas deficientes condiciones físicas.
Demasiados conflictos, demasiados boicots
Pero el principal problema con el que se encontró Melbourne poco o nada tuvo que ver con Australia. Más bien, la conflictiva situación geopolítica, unida a la nula capacidad de gestión del nuevo presidente del Comité Olímpico Internacional, Avery Brundage, provocaron que fueran muchos los países que declinaran acudir a los Juegos.
Así, por ejemplo, China fue una de las grandes potencias que no se presentó, aludiendo a que la inclusión de Taiwan en la competición era una ofensa.
Por otro lado, el conflicto egipcio-israelí propició la ausencia de varios países. Tras la crisis del Canal de Suez, Egipto pide que Francia y Gran Bretaña sean excluidas de los Juegos. El Comité Olímpico Internacional se niega, y Egipto se niega a participar, junto con Líbano e Irak.
Pero el suceso más conflictivo fue, sin duda, la reciente invasión de Hungría por parte de la Unión Soviética. Holanda, Suiza y España rechazaron acudir a Melbourne como protesta por esa invasión soviética, aunque finalmente Hungría –principalmente empujada por la URSS– sí envió un equipo reducido.
El partido más sangriento
Pero la presencia de este equipo dio lugar al que está considerado como el partido más violento de toda la historia en los Juegos Olímpicos. Se produjo en el duelo final de waterpolo. El destino quiso que magiares y soviéticos se encontraran en él. A los primeros les valía el empate para ser campeones; los segundos necesitaban la victoria.
Bajo un ambiente tremendo, Hungría, que contaba con el público a su favor, iba dominando el marcador por 4 a 0, cuando un jugador soviético le dio un cabezazo a un rival, partiéndole la boca y manchando de sangre el agua. A partir de ahí, batalla campal. En la piscina, y en las gradas, donde el público antisoviético no perdonaba todo lo que había ocurrido sólo unos días antes. Ante tal situación, el colegiado se vio obligado a dar por concluido el encuentro.
Frente a todos estos conflictos y boicots, sólo una luz apareció en contraposición: la presencia de las dos Alemanias, la Oriental y la Occidental, formando un solo equipo. Aunque la idea no duraría demasiado...
Pese a todo, dominio soviético
La URSS, que recordemos había debutado como tal en los Juegos Olímpicos de cuatro años antes, fue quien se impuso en el medallero con 98 preseas –37 de ellas de oro–, frente a las 74 de Estados Unidos.
Buena parte de la culpa la tuvo la eclosión de Larisa Latynina, para muchos la más grande gimnasta de todos los tiempos, y que en Melborne se estrenó con nada menos que cuatro medallas de oro, una plata y un bronce.
Latynina se convertiría con el paso de las ediciones en la única deportista capaz de ganar 18 medallas –seis en cada Juegos–, la única con 14 metales en pruebas individuales, y una de las tres mujeres que se han impuesto en la misma prueba –suelo– durante tres Juegos Olímpicos consecutivos.
También destaca fue la actuación del estadounidense Bobby Morrow, "la flecha blanca", quien rompió con la hegemonía de los atletas negros en la velocidad. Morrow se llevó el oro en los 100, 200 y el 4x100. Por su parte, el mediofondo fue dominado por el soviético Vladimir Kuts, quien se llevó la victoria en el 5.000 y el 10.000.
Otro gran protagonista fue el lanzador de disco norteamericano Alfred Oerter, el discóbolo eterno, quien en Melbourne conquistaría el primero de sus cuatro títulos olímpicos consecutivos: en Roma 60, en Tokio 64 y en México 68.
Y por lo que respecta a la participación femenina, brillaron las chicas de oro australianas: Betty Cuthbert en el 100 y el 200 femenino; De la Hunty hacia lo propio en el 80 metros vallas; y el equipo australiano se llevaba el 4x100.
El boicot de España
Como en las primeras ediciones, España no participó en los Juegos Olímpicos de Melbourne del 56. Lo hizo a modo de protesta, de boicot, por la invasión de los tanques soviéticos en las calles de Budapest un mes antes de que los Juegos arrancaran.
Fueron muchos los países que, inicialmente, mostraron la misma postura que España: si la URSS participaba, ellos no lo harían. Aunque a la hora de la verdad, además de los nuestros, sólo lo hicieron Suiza y Holanda.
Y aquella decisión privó de la participación olímpica del que sin duda ha sido uno de los mejores deportistas que jamás ha dispuesto España: Joaquín Blume. El gimnasta no pudo participar en Australia, adonde hubiera llegado como uno de los grandes favoritos. Incluso pensó en nacionalizarse alemán –país de origen de su padre– para poder competir, aunque finalmente Samaranch, entonces presidente del COE, le convenció para no hacerlo.
Al año siguiente Blume se hacía con el oro en el concurso general individual del Europeo disputado en París –entonces los europeos tenían valor mundial dado el dominio de los países del bloque del Este–, por delante de Titov, quien en los Juegos de Melbourne había conquistado cuatro medallas. Además Blume se imponía también en tres aparatos: paralelas, caballo y anillas.
La tragedia evitaría de nuevo la participación de Blume en los Juegos de Roma 60, ya que un año antes, en el 59, el gimnasta español y su mujer morían en un accidente aéreo.
Aunque hay que decir que, técnicamente, España sí participó en los Juegos Olímpicos del 56... en Estocolmo. Como relatábamos al comienzo del artículo, las estrictas leyes australianas sobre la entrada de animales al país propiciaron que las competiciones ecuestres se disputaran en la capital sueca.
Hasta allí se desplazaron los jinetes españoles López Quesada, Paco Goyoaga y Figueroa para obtener un meritorio sexto puesto y, por tanto, diploma olímpico.