En 1936, los Juegos Olímpicos se celebraron en Alemania, en Berlín, cumpliéndose así el anhelo de Adolf Hitler y de su Ministro de Propaganda, Joseph Goebbels quienes veían en ellos la posibilidad de mostrarle al mundo no sólo que Alemania funcionaba a las mil maravillas gracias al nacionalsocialismo, sino también la superioridad de la raza aria.
Sin embargo, los Juegos no se desarrollaron como esperaban, provocando el enfado del Führer...
No obstante, también se produjeron ciertos e importantes avances que no conviene pasar por alto... De hecho, los de Berlín de 1936 están considerados como unos de los mejores Juegos de todos los tiempos, a nivel organizativo y competitivo. A pesar de los capítulos negativos a causa de la intromisión de la política en el deporte.
La imagen del III Reich
En realidad, los Juegos Olímpicos ya deberían haberse celebrado en Berlín en 1916. Pero la explosión de la Primera Guerra Mundial dos años antes lo impidió. Ahora, 20 años después, por fin lo conseguía. Aunque, a pesar de lo dicho históricamente, no fue un éxito de Adolf Hitler: la organización ya había decidido en 1931, dos años antes de la llegada del Füthrer al poder, que los Juegos se realizarían en Berlín como compensación por lo sufrido 20 años antes.
Lo que no quita que toda le elite nazi, con Hitler y sobre todo Goebbels, aprovecharan esta magnífica oportunidad para vender su mejor imagen, y poner en marcha un vehículo de propaganda para el régimen como nunca antes había ocurrido. Todo fue solemne, firme, abrumador. Comenzando por la Ceremonia, convertida en una gran concentración de masas de la que tanto gustaban los nazis.
Se batía el récord de participantes, con 4066, y de naciones, con 49. Y por primera vez se llevó a cabo un verdadero traslado del fuego olímpico, desde Olimpia hasta el pebetero ubicado en el Estadio Olímpico de Berlín, decorado con una gigantesca esvástica. Fue para los nazis y los ahí presentes, más de 110.000 espectadores, un gran momento de emoción y orgullo.
Y eso que hubo diversas amenazas de boicot. Muchas eran las voces que afirmaban que con las discriminaciones raciales y religiosas que se imponían en la Alemania nazi se quebrantaba el espíritu olímpico, y que participar en aquellos juegos implicaba a apoyar a Hitler. Especialmente desde Estados Unidos, Francia, Holanda, Suecia o España. Pese a ello, todos estos países terminarían acudiendo a la cita, a excepción de España, así como muchos deportistas individuales de origen judío que se negaron a participar.
Ganador cueste lo que cueste
Para contribuir a ofrecer esa imagen de Gran Estado, era imprescindible que los resultados de sus atletas acompañaran. Y lo hicieron: Alemania fue la vencedora en el medallero, incluso por delante de Estados Unidos, que hasta la fecha se había impuesto en todas las ediciones.
Aunque para conseguirlo tuvieran que recurrir a cosas insospechables, como es la historia de Dora Ratjen. Una alemana que en realidad era un alemán, de nombre Heinrich, quien fue obligado a participar en la competición de salto de altura travestido de mujer con el objetivo de ganar una medalla.
Y todo, porque la campeona alemana, Gretel Bergmann, era de origen judío. "Bajo estado de forma", adujeron los germanos para expulsarla del equipo. A pesar de que en los entrenamientos previos –a un mes de la competición- había saltado 1,60 metros, la marca que le valió a la húngara Ibolya Csak para conseguir el oro. Pero claro, era judía en la Alemania nazi…
Tampoco fue muy limpia la carrera ciclista que ganó Toni Merkens. El alemán tiró al suelo al holandés Arie Van Vliet cerca del final, y en lugar de ser descalificado se le impuso una multa de 100 marcos pero que le permitió mantener el oro.
Sí brillaron de manera natural el equipo de hípica, que conquistó tres oros en individuales y conjunto; o los gimnastas Konrad Frey y Alfred Schwarzmann, conquistando cada uno tres medallas de oro.
Jesse Owen, la estrella y el antihéroe
Aunque el gran héroe de los Juegos Olímpicos de Berlín, y muy a pesar de muchos, fue el atleta negro de los Estados Unidos Jesse Owens, vencedor de cuatro oros.
El primero de ellos, en los cien metros lisos. Una victoria de la que se dijo que Adolf Hitler se negó a darle la medalla, cuando lo cierto es que el Führer solamente había entregado las dos primeras que se otorgaron en los Juegos.
El segundo oro llegó en la prueba de salto de longitud. Pero lo logró sobre todo gracias al local Lutz Long, en uno de los gestos deportivos más bonitos y emocionantes que se recuerdan en la historia del deporte olímpico, y que levantó ciertas ampollas en la Alemania nazi de la época, que no podía soportar la victoria de un atleta negro con la ayuda de otro alemán que representaba a la perfección lo que ellos definían como raza aria.
La tercera victoria de Owens fue en los 200 metros, con nuevo récord olímpico. Y la cuarta, en el 4x100, en otra carrera que tampoco estuvo exenta de polémica. Porque para sorpresa de todos, Owens estaba en el equipo 'suplente', igual que su compatriota Metcalfe, dos atletas que habían conseguido por marcas entrar en el equipo, pero dos atletas negros. Los únicos.
Finalmente, el entrenador decidió incluirles en el cuarteto. Algunas opiniones apuntan a que lo hizo por el temor a verse superados por Holanda, con un gran equipo. Otras, a que les incluyó del equipo en detrimento de Gluckman y Stoller, dos atletas blancos, pero de origen judío, en un claro guiño a Hitler. Hay que recordar que si bien los nazis nunca maniobraron para que los atletas de color no participaran en los Juegos de Berlín, sí lo hicieron contra los judíos.
Sea como fuere, Jesse Owens terminaría conquistando su cuarto oro, marca que no pudo ser igualada hasta que en 1984 lo hiciera Carl Lewis. "Al regresar escuché historias sobre Hitler y cómo me despreció, pero en mi tierra no podía sentarme en los primeros asientos de los autobuses ni vivir donde quisiese. ¿Cuál era la diferencia?" comentaría poco después Owens.
El fútbol más fascista
Como en ediciones anteriores, se produjeron grandes polémicas en el campeonato de fútbol. Si bien éste ya iba perdiendo fuelle, a causa del crecimiento del Mundial de fútbol, seguía manteniendo su esencia, y con ello sus conflictos.
En el partido de cuartos de final entre Perú y Austria, los sudamericanos se impusieron por 4 a 2. Las informaciones, un tanto confusas, afirman que Hitler se mostró muy furioso por este resultado, y presionó a los organizadores para que repitieran el partido, alegando que varios aficionados habían invadido el terreno de juego para agredir a un futbolista austriaco. Lo cual era cierto.
Fuera por lo que fuera, el partido se canceló, y se mandó repetir a puerta cerrada. Los futbolistas peruanos no dieron crédito, y como método de rechazo decidieron no presentarse al partido.
Así, Austria se plantó en semifinales, donde derrotó a Polonia, y se midió a Italia en la final. El combinado italiano demostró su superioridad, alzándose con el título, que se añadía al conquistado en el Mundial de dos años antes, y al que conquistaría en el Mundial de 1938. Un hito que fue aclamado por los seguidores de Benito Mussolini como la muestra de la superioridad del régimen fascista.
El arma Riefenstahl
Y para terminar de redondear todo aquel aspecto de solemnidad y grandeza, se tuvo en gran consideración a los medios de comunicación, claro. De hecho, los Juegos Olímpicos de Berlín de 1936 se retransmitieron por primera vez en directo y en circuito cerrado. 150.000 personas pudieron contemplaron el milagro de ver en directo las pruebas disputadas sin necesidad de estar ahí presentes.
Era un experimiento, y supuso toda una revolución. A partir de ese mismo momento la televisión comenzó a reestructurar su programación y dar mayor cabida a la información deportiva, especialmente a las transmisiones de competencias de interés público, que ayudaron a aumentar las audiencias y con ello los anuncios, elevando su precio hasta cotas inimaginables poco antes, y que ha llegado hasta el gran gigante que conocemos hoy día.
Fue Leni Riefenstahl, que ya había trabajado para el régimen nazi y filmado el congreso de Núremberg de 1936, quien se encargó brillantemente de la filmación de la mayor parte de los Juegos.
En lo que respecta a la radio, hubo más de 3 mil transmisiones radiofónicas para más de 50 países. Solo en los Estados Unidos, más de cien estaciones de radio transmitieron relatos y reportajes desde Berlín.
Y los periodistas, como no podía ser de otra manera, fueron invadidos por el espíritu nazi, ara manifestar más tarde su grandeza y eficiencia, hablando de un país dinámico, en continuo crecimiento, alegre, que gozaba de gran bienestar. No tardaría mucho en desenmascararse esa mentira.