Después del radiante éxito de Estocolmo 1912, la siguiente edición debía ser la consagración de los Juegos. Iba a ser en Berlín en 1916, en el seno de una Alemania muy sensible con el orden deportivo. Pero una fuerza mayor, una Guerra Mundial, lo impidió. El mundo estaba enfrentado, y no había tiempo para el deporte.
Muchos pensaban que iba a significar su fin. Más cuando usaban como bandera el hecho de que en la Antigua Grecia hubo ocasiones en que las guerras se detuvieron durante un período determinado para que se pudieran celebrar los Juegos.
Sin embargo, estaban muy equivocados. La celebración de Amberes 1920 confirmó lo que ya se había intuido ocho años antes: los Juegos Olímpicos ya habían llegado de verdad, y para quedarse.
Los Juegos de la Paz
Los Juegos Olímpicos ya habían sido prometidos a Bélgica para 1920 antes de la Primera Guerra Mundial. En principio la sede escogida era Bruselas, pero finalmente se trasladó a Amberes. Hasta ahí se desplazó el mayor número de deportistas que haya congregado jamás una competición hasta la fecha: 2591 –de los cuales 65 eran mujeres-, procedentes de 29 países.
Hubo muchas reticencias a su celebración, pues pese a la ausencia de los países bélicos vencidos en el Frente (Alemania, Austria, Turquía y Hungría), que no fueron invitados, había temor a que volvieran a aflorar tensiones de una Gran Guerra recientemente finalizada.
Pero nada más lejos de la realidad. La ciudad, medio destruida y aún con restos de alambradas, se volcó al completo en los Juegos a modo de homenaje a sus muertos. Unos Juegos modestos, con pocos medios, pero dignos y emotivos, en los que todos los atletas también se unieron. Por eso, fueron conocidos como "Los Juegos de la Paz".
Eso sí. Se tuvo que correr, pues no fue hasta 1919, un año antes, cuando se decidió de manera definitiva que Amberes sería la sede de los Juegos. Se construyó un modesto Estadio Olímpico, con dos tribunas de madera, y se aprovechó el amplio foso de una de sus fortificaciones para, llenándola de agua, convertirla en piscina.
Se presentaron por primera vez los cinco anillos entrelazados que simbolizan los Juegos Olímpicos. Y que, por mucho que se haya afirmado, no tienen nada que ver con la representación de cada uno de los cinco continentes principales, sino que se escogieron aquellos cinco colores (verde, amarillo, rojo, negro y azul) porque como mínimo uno de ellos está presente en todas las banderas de todas las naciones. De tal manera que con aquellos cinco anillos, están representados todos los países del mundo. A su vez, en Amberes 1920 se realizó por primera vez el juramento de los atletas, pronunciado por Victor Boin, esgrimista y waterpolista belga, y quien más tarde sería presidente de la Prensa deportiva.
Nace la furia española
Dentro de las 29 naciones participantes estaba, por primera vez de manera oficial, España. Un total de 67 deportistas de nuestro país acudieron a Amberes, aunque, eso sí, en condiciones deplorables y gracias a que el marqués de Villamayor, presidente del COE, puso el dinero de su bolsillo. El portador de la bandera en la ceremonia de apertura fue el futbolista Mariano Arrate.
El equipo de polo logró una meritoria plata –si bien es cierto que tan solo participaban cuatro equipos en la competición-, y el tenista Manuel Alonso consiguió la quinta posición en el campeonato individual de tenis masculino.
Pero donde brilló España, cómo no, fue en el fútbol. Hay que tener en cuenta que en aquel entonces no existían Mundiales, ni Eurocopas, y la Copa América era de reciente creación. Así que la competición de verdad, donde se debía demostrar quién era el mejor del mundo, eran los Juegos Olímpicos. No como en la actualidad.
España llegó a Amberes para luchar por las medallas, juntoa 13 países más. Debutó ante Dinamarca, uno de los favoritos, y cuando iba por delante en el marcador Samitier se marchó lesionado. Como por aquel entonces no había cambios, los jugadores se tuvieron que desdoblar para amarrar la victoria, con uno de ellos brillando especialmente: Ricardo Zamora.
En el siguiente partido, sin embargo, se cayó ante la anfitriona Bélgica (3-1), así que España fue por el denominado "camino de consolación". Hasta llegar a la final, en la que se impuso por 2 a 0 a Italia. Por tanto, era merecedora de la medalla de bronce. Pero entonces comienza la rocambolesca historia de Checoslovaquia.
La final era Bélgica – Checoslovaquia, y como quiera que al descanso el marcador ya era de 2 a 0 a favor de los locales, los checos se retiraron del partido por "persecución arbitral". No queda muy claro si se les quitó la medalla de plata a modo de castigo, o si como afirman algunas fuentes estaba previsto un partido entre el vencedor de la final de consolación y el perdedor de la final del campeonato.
Sea como fuere, España se midió a Holanda en busca de la plata, y se impuso por 3 a 1, con dos goles de Sesúmaga y uno de Pichichi. De esta manera, controversias aparte, la selección española de fútbol conseguía una más que honrosa segunda posición, el único triunfo del fútbol español hasta la Eurocopa de 1964.
Paavo Nurmi, el finlandés volador
El medallero fue dominado una vez más por Estados Unidos, quien consiguió 95 medallas, 41 de ellas de oro. Completaron el podio, muy lejos, Suecia y Reino Unido. Pero el gran duelo se vivió en el atletismo, entre Estados Unidos y Finlandia.
Ya ocho años antes Hannes Kolehmainen había demostrado de qué eran capaces los finlandeses en la media distancia. De hecho, el propio Kolehmainen se llevaría una medalla de oro, demostrando que ni el parón de ocho años por la Guerra le había afectado.
Pero en Amberes se destapó un tal Paavo Nurmi, el finlandés volador, considerado como uno de los mejores deportistas de toda la historia. Nurmi, con 23 años, 1,72 de estatura, y unas piernas cortas pero tremendamente poderosas, comenzó en Amberes su exitosa carrera que le llevaría a conquistar nueve medallas de oro y tres de plata.
Conseguiría las victorias en las pruebas de 10.000 metros, venciendo al francés Guillemot y al británico James Wilson en la curva final y mejorando su marca personal en casi un minuto; en cross individual, también sobre 10 kilómetros; y en cross por equipos; y quedaría segundo en la final de 5.000.
Al final, el duelo Finlandia – Estados Unidos en atletismo se resolvió con empate a nueve victorias, si bien los finlandeses fueron los vencedores morales.
Respecto a Amberes, no habría que pasar por alto la figura del esgrimista italiano Nedo Nadi, quien ganó cinco medallas de su especialidad, de las 23 que consiguió Italia. O la saltadora de trampolín estadounidense Aileen Regg, quien con 13 años se convirtió en la campeona más joven.
Ni tampoco a Jack Kelly, quien tras conseguir el oro en skiff y doble scull –dos modalidades de remo- lanzó su sudada gorra al rey de Inglaterra. Con este gesto, el que más tarde sería el padre de Grace Kelly protestaba por su exclusión unas semanas atrás de las regatas reales de Henley porque "ni obreros, ni artesanos ni comerciantes podían participar".
El deporte como transmisor de paz
A pesar de las dudas iniciales, se terminaban con gloria los VII Juegos Olímpicos, pese a que era su sexta disputa. "Una Olimpiada puede no celebrarse, pero su período le pertenece, y en la historia debe figurar como cancelado", afirmaría Pierre de Coubertin.
Fueron unos Juegos emotivos, modestos pero valientes y brillantes, con grandes resultados, con una ciudad entera implicada a pesar del dolor que aún reinaba, y que sirvió para enviar un mensaje: el deporte como transmisor de paz. Quiza ese era el mensaje que llevaban las palomas mensajeras que se soltaron en la ceremonia de clausura desde el estadio. Volando todas en diferentes direcciones; portando un mensaje de paz a todos los países del mundo.