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40 años de la muerte de Steve Prefontaine, el atleta inalcanzable

Estaba llamado a ser un atleta de leyenda. Su estilo, y sus recientes logros, así lo atestiguaban. Pero con 24 años falleció en un accidente de coche.

Wikipedia

Steve Prefontaine era uno de esos deportistas de moda de los años 70. Imagen rebelde, actitud díscola, pero un estilo propio en la carrera y una genialidad a la hora de competir al alcance de muy pocos. Con 24 años ya había batido todos los records del medio fondo. Era el ídolo del atletismo mundial. Todos le amaban. Le esperaban los mejores años…

Pero todo se truncó de repente. Un accidente de tráfico cuando regresaba de una fiesta, y que nunca se llegó a aclarar del todo, terminó con su vida. Y con él, con la carrera de uno de los mejores deportistas que jamás haya visto el atletismo, y el recuerdo de un genio irrepetible. Hoy, se cumplen 40 años de su muerte.

Un elegido

Steve Roland Prefontaine (25 de enero de 1951, Oregon) era un atleta atípico. Sus inicios se produjeron en el fútbol y el baloncesto. Nunca paraba. Un diagnóstico del siglo XXI le hubiera calificado de hiperactivo. Entonces, era sólo un chaval inquieto. De pequeño jugaba a todo. Y era bueno en todo. Pero su corta estatura le impedía vislumbrar con optimismo su futuro deportivo.

Hasta que con 12 años descubrió el atletismo. Y vio que ahí de poco importaba su escuálida figura. Antes al contrario. Cuando entró en el instituto de Marshfield pasó a formar parte del equipo de atletismo de campo a través, y pese a que los inicios fueron difíciles, en su tercer año como atleta junior terminó imbatido, llevándose el campeonato estatal.

Fue entonces cuando el ilustre entrenador Bill Bowerman se interesó por él, convenciéndole para que se enrolara en la Universidad de Oregón. Ahí le prometió que se convertiría en uno de los mejores atletas de medio fondo del planeta. Y a razón que lo hizo.

Talento y entrega

Prefontaine era bueno. Eso era indudable. Pero fue sobre todo su capacidad de sacrificio a la hora de entrenar lo que le convirtió en el mejor. Siempre dispuesto a hacer lo que le pedía su entrenador. Y éste, consciente de ello, le exigía el máximo. De la mano, alcanzaron el éxito.

Primero en la Universidad, donde estuvo tres años completos imbatido en todas las pruebas en las que participó. Cross, 2000, 3000, 5000… daba igual. Lo ganaba todo. Siete títulos nacionales universitarios, y dos absolutos. Casi nada.

Pero era sobre todo su manera de correr lo que llamaba la atención. No había estrategia, no había control del rival, no había pulsómetro… desde que arrancaba iba al máximo, y hasta donde daba. Normalmente, hasta el final. Aquello le valió el calificativo de atleta inalcanzable.

"Mucha gente corre para ver quién es el más rápido. Yo corro para ver quién tiene más agallas. Nadie va a ganar una carrera de 5.000 metros después de correr dos millas fáciles. Al menos no conmigo", afirmaría. Esa forma de correr le daría celebridad en todo el país. Sus títulos, también.

En esa etapa llegaría quizá su carrera más importante. Fue en julio del 72. En juego, una plaza en los Juegos Olímpicos de Munich. Debía luchar contra los mejores atletas del país. Era muy complicado, siento tan joven. Pero logró el record de los Estados Unidos en los 5.000 metros, con una marca de 13:22.8, y un billete a Alemania.

En Munich terminó cuarto. Era el más joven, con diferencia, en una final que tenía una media de 26 años. De hecho, ningún atleta menor de 25 años había ganado jamás los 5000 metros olímpicos. Él tenía 21. Dominó desde el principio, y luchó hasta los últimos metros por el podio, pero terminaron adelantándole. La cuarta plaza y el rozar la medalla le supo a poco. Aún así, era consciente de que sus mejores años aún estaban por llegar. Todo el mundo era consciente.

Récord tras récord

Entre 1973 y 1975 no dejó de cosechar records. Uno tras otro, para un total de ocho. En el 1500, la milla, el 3000, el 5000, el 10000…Y récords que duraron años. Fue segundo en los campeonatos mundiales de 1973 y 1974. Desde 1975, su cabeza sólo estaba puesta en los Juegos Olímpicos de 1976. Aunque eso le valiera algún que otro enfrentamiento con la Federación de Atletismo, y ganar mucho menos dinero del que podía, ya que los deportistas profesionales no podían ser olímpicos. Pero él sólo pensaba en un oro.

En Eugene, donde había conseguido su brillante victoria de 1972, volvería a marcar otro hito histórico. Con una marca de 13.23.8, consiguió su 25ª victoria consecutiva en una distancia superior a la milla. Nadie podía con él. Era el 29 de mayo de 1975. Quedaba un año, pero pocos podían dudar de sus opciones para la medalla olímpica. Lo que nadie podía imaginar es que esa iba a ser su última competición.

Prematura desaparición

La misma noche de la carrera, Steve Prefontaine acudió a una fiesta junto a otros compañeros de entrenamiento. Al regresar hacia su casa, ya de madrugada, perdió el control de su flamante MGB naranja. Jamás se llegó a aclarar si había bebido o no; o la posible existencia de un segundo vehículo. Qué importa ya.

Su coche se salió de la carretera, chocó con una roca, volcó, y todo el peso del vehículo cayó sobre él. Intentaba escapar, pero no podía. Un vecino le encontró aún con vida; intentó sacarle, pero tampoco pudo. Fue a buscar ayuda, pero al regresar, Steve Prefontaine ya había muerto. Como en los últimos metros de Munich 72, se había quedado sin aire. Pero esta vez, para siempre.

Adiós a las promesas, adiós a las medallas que estaban por llegar, adiós a los récords que iba a seguir cosechando. Adiós al que iba a ser uno de los mejores atletas del medio fondo de la historia. En realidad, ya lo había sido. Aunque fuera por tan poco tiempo. Ganó 120 de las 153 carreras que disputó. Porque siempre había corrido al máximo, y eso le había granjeado todos los títulos, records, y la admiración del planeta. Lo tenía claro: "Dar algo menos que lo mejor sería sacrificar el don que llevo dentro".

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