Para los aficionados al golf no es fácil convencer a los escépticos. Entre quienes no conocen el juego son muchos los que lo asocian con lentitud, tranquilidad, seriedad, silencio o elitismo. Vamos, como un deporte tirando a aburrido, quizás entretenido de jugar si ya estás un poco viejo, pero muy poco atractivo para ver en televisión. Aquellos que aún tengan esta percepción podrían cambiar de opinión este mismo fin de semana.
De viernes a domingo, EEUU y Europa se juegan la Ryder Cup, una de las competiciones deportivas más apasionantes del planeta. En España puede resultar extraño, pero probablemente estemos hablando de uno de los eventos deportivos más seguidos en todo el mundo. Algunos cálculos apuntan a que más de 400 millones de personas verán algún momento del torneo a través de su televisión. En Escocia, sede de la edición de este año, se habla de un impacto directo de más de 100 millones de euros, en sólo tres días de competición. ¿Y todo esto para ver golf? Pues sí, aunque no se lo crea.
La Ryder es mucho más que golf, pero también es golf en estado puro. Por eso, los no aficionados pueden disfrutarla y emocionarse como lo harían con una final de Champions. Para los que penamos por calles y greenes cada semana, con un palo en la mano, no hay ningún otro evento más especial. Lo tiene todo: emoción, talento concentrado en unos pocos partidos, enfrentamientos directos, deportividad a la antigua… Es la Ryder. Sin más. Si no la conoce y no me cree, sintonice este fin de semana su televisión. Para ayudarle, aquí va una pequeña guía, para que pueda seguir su desarrollo. Las cinco razones que nos hacen pensar que ésta es la competición más emocionante y divertida del mundo.
1. 'Nada' en juego: la Ryder comenzó como un pique. En la década de los años veinte, los mejores jugadores británicos y norteamericanos cruzaban el Atlántico una vez al año para disputar los grandes torneos (el British y el US Open en cada caso). Era un viaje que se alargaba unas semanas, puesto que no tenía sentido hacerse la larga travesía en barco para un campeonato de unos días. No está muy claro quién tuvo la idea original (se apunta a una carta de Golf Illustrated como desencadenante de todo); pero no es difícil imaginar a alguno de los maestros de comienzos de siglo asegurando, delante de una cerveza en el bar de una casa club, que los jugadores británicos eran superiores en todo a los americanos. Y como había tiempo de sobra antes de volver a casa, qué mejor que decidirlo en el terreno de juego. Luego llegaría el señor Samuel Ryder, un comerciante de semillas, que propuso hacer oficial el torneo y donó la copa para la primera edición.
Lo interesante del tema es que sigue siendo exactamente eso: nada más y nada menos que un pique. No hay premios en metálico. No puntúa para el ranking mundial. Los jugadores ni siquiera pueden vestir con las prendas de las marcas que les patrocinan (todos llevan el mismo uniforme). Lo único que hay en juego es el honor y una pregunta: ¿quién es mejor?
2. Europa vs EEUU: sólo el enunciado ya emociona. Sin duda, es lo que hace a la Ryder tan especial. No hay ninguna otra competición que enfrente a las dos potencias occidentales y que reúna a los jugadores de la vieja Europa en un solo equipo. Europeos y norteamericanos tienen una historia en común. Son aliados, amigos, parientes cercanos. Y precisamente por eso, la rivalidad entre unos y otros es tan fuerte.
No es un tema político. No hay más que ver a los euroescépticos británicos saltando con cada putt embocado. En ningún otro lugar se vive la Ryder con tanta intensidad como en las islas. No es la UE la que juega. Aunque la bandera del equipo europeo sea la azul con estrellas amarillas, los jugadores de países de fuera de la UE (Suiza, Noruega…) podrían clasificarse. En realidad, es algo más. De nuevo, es el pique. El Viejo y el Nuevo Mundo enfrentados. Durante una semana, todos formamos parte del mismo equipo. Y sí, aunque parezca mentira, un español vibra con la victoria de un inglés, un francés o un alemán como lo haría con el gol de Iniesta.
Nada hay más alejado de la burocracia comunitaria. Hablamos de un sentimiento de pertenencia cultural. De una historia compartida. Y sí, existe, aunque nuestros políticos no se lo crean. Eso sí, lo que se siente en una Ryder no se puede replicar en una directiva. Por eso, si los Estados Unidos de Europa tienen algún futuro, éste pasa antes por Gleneagles (la sede de este año) que por Bruselas.
3. Igualdad: la Ryder se juega a 28 puntos. Es decir, hay 28 enfrentamientos directos entre jugadores de uno y otro equipo. El viernes y el sábado se juega por parejas (ocho partidos cada día) y el domingo llegan los 12 individuales. Cuando un equipo gana un partido se lleva un punto. En caso de empate, hay medio punto para cada uno.
Por ejemplo, supongamos que el viernes, el capitán del equipo europeo decide que su primera pareja esté formada por Sergio García y Justin Rose, que se enfrentarán a Bubba Watson y Jim Furyk. Pues bien, estos cuatro jugadores se enfrentarán a 18 hoyos y el que gane aportará un punto a su equipo. Nada pueden hacer el resto de los componentes. Sólo ellos deciden la suerte de ese primer punto. De nuevo, el pique: cada jugador es responsable de su batalla. No hay enfrentamientos de todos contra todos. Ni se suman los resultados de los 12. Hay 28 partidos y 28 responsabilidades individuales que acaban en una victoria (o derrota) colectiva.
En realidad, esto lo contamos para explicar que el torneo, de verdad, no comenzó en 1927, sino en 1983. Hasta ese año, lo que había era una sucesión de palizas de los norteamericanos a los británicos. Tan apabullante era el dominio yankee (habían ganado todas las ediciones desde la Segunda Guerra Mundial excepto una) que en 1979 se permitió jugar a los golfistas de Europa continental, a ver si con la ayuda de Seve Ballesteros (el mejor jugador del momento) se conseguía equilibrar el tema. Las dos primeras ediciones con todos juntos, no hubo muchas novedades. Dos palizas de los estadounidenses.
Pero en 1983 todo cambió. Ganaron los americanos, sí, pero el resultado fue 14,5 a 13,5: la menor diferencia posible para una victoria. Y eso que jugaban en casa. El cambio de tendencia se confirmó dos años después (recordemos que la Ryder es una competición bianual), cuando Europa se llevó el trofeo por 16,5 a 11,5. Desde entonces, es el Viejo Continente el que domina 10 a 5.
Pero cuidado, la sensación puede ser engañosa. De las últimas quince ediciones (desde 1983), diez se han decidido por menos de dos puntos de diferencia (15-13 o menos). Es decir, sólo un partido podría haber cambiado todo. Esto lo saben los jugadores y lo sabe el público. Por eso cada punto cuenta, desde el viernes por la mañana hasta el domingo por la tarde. Salvo sorpresa mayúscula, no habrá palizas. La igualdad añade emoción y también impone una terrible presión sobre los hombros de cada jugador. Su punto puede ser decisivo. Son conscientes y se les nota.
4. Hoyo a hoyo: normalmente, el golf se juega a 18 hoyos y consiste en hacer menos golpes que el rival en ese recorrido. En la Ryder, sin embargo, el formato cambia. Los 28 partidos se juegan a match-play: hoyo a hoyo.
Por ejemplo, si en el hoyo 1, la pareja García-Rose hace 8 golpes y la pareja Watson-Furyk hace 4, estos ganan el hoyo. Se ponen uno en ventaja. Pero nada más. Los cuatro golpes de diferencia son igual de valiosos que si en el hoyo 2, ganan los europeos haciendo 3 golpes por 4 de los americanos.
Para el no aficionado al golf, quizás no haya demasiada diferencia. Le parecerán muchos número sin demasiado sentido. Por eso, es mejor que lo vea por sí mismo. La gracia del match-play es doble: por un lado, permite partidos muy abiertos. Al jugarse por hoyos, incluso aunque una pareja esté jugando mucho mejor que la otra, puede llegarse al final con una situación más o menos equilibrada. Por otro lado, es más fácil de seguir para el espectador. No hay números altos, ni cifras negativas de bajo par, ni nada de eso… Cada partido se resume en una frase como ésta: "Europa está 2 arriba con cinco hoyos por jugar". Y claro, la tensión en cada uno de esos hoyos será máxima.
5. Un juego de equipo: el golf es el deporte individual por excelencia. De hecho, casi no hay competiciones por países. Quizás eso cambie algo con su inclusión en los Juegos Olímpicos, pero hasta entonces, el día a día de los profesionales se marca por sus logros. Tiger puede ser tan seguido en China como en EEUU.
Eso tiene un lado bueno: los golfistas están entre los deportistas mejor pagados del mundo. Pero a todos nos gusta sentirnos de vez en cuando parte de un equipo. Y esto es lo que da la Ryder.
Como explicamos anteriormente, el torneo se decide a 28 puntos, con el siguiente calendario:
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Viernes mañana: 4 partidos por parejas fourball. Consiste en que cada jugador de la pareja juega su bola y gana el hoyo el jugador con menos golpes. Por ejemplo, supongamos que en el primer hoyo García hace 4, Rose 5, Watson 3 y Furyk 8. Aunque Furyk lo haya hecho mal, su equipo se pone uno arriba.
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Viernes tarde: 4 partidos por parejas foursomes. En esta modalidad, cada jugador da un golpe de forma alternativa y gana la pareja con menos golpes. Es decir, cada pareja juega una sola bola: García da el primer golpe del hoyo uno, Rose da el segundo, García da el tercero y así sucesivamente…
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Sábado mañana: 4 partidos por parejas fourball.
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Sábado tarde: 4 partidos por parejas foursomes.
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Domingo: 12 partidos individuales.
Este formato le da mucho poder al capitán. En los dos primeros días, él decide quién juega y quién no. Sólo ocho de sus pupilos entran en juego en cada turno del viernes y el sábado. Puede darse el caso (de hecho, ha ocurrido) que un jugador no participe en ninguna de las jornadas por parejas, mientras otro miembro del equipo suma hasta cuatro apariciones.
Por eso, es decisivo que todos se sientan parte del grupo. Jueguen o no. Si Europa domina en las últimas tres décadas es porque ha sabido crear grupos cohesionados. Si analizamos por ranking mundial, sus jugadores casi siempre son peores que los americanos. Pero para un jugador de golf no es fácil cambiar de chip. Para una estrella de nivel mundial (y casi todos lo son) no es sencillo esperar en el banquillo. Tampoco es cómodo ver cómo das un gran golpe y luego tu compañero falla un putt de un metro.
Pero al final, también esto hace mágica a la Ryder. Los aficionados al golf podemos disfrutar un Masters o un British Open viendo la habilidad y el talento de nuestros jugadores favoritos. En la Ryder, vamos un paso más allá y por eso animamos a los no aficionados a que se nos unan. Ya no son sólo jugadores habilidosos. Es un equipo, el nuestro, y cada golpe lo damos nosotros con ellos. Curiosamente, es precisamente este sentimiento el que domina todo el torneo. Y por eso, golfistas que no dudan en la última jornada de un grand slam, cuando se están jugando millones de dólares en premios, sentirán la presión en Gleneagles. Se pone en juego algo mucho más importante: hablamos del honor de un continente.