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El partido más violento en la historia de los Juegos Olímpicos

En Melbourne 56 se vivió uno de los capítulos más negativos de los Juegos Olímpicos. Sucedió en una piscina, que terminó teñida de sangre.

En Melbourne 56 se vivió uno de los capítulos más negativos de los Juegos Olímpicos. Sucedió en una piscina, que terminó teñida de sangre.
Zador, saliendo ensangrentado de la piscina.

Los Juegos Olímpicos siempre han abogado por la limpieza en el deporte. Incluso, en sus orígenes, se detenían los conflictos para que aquellos que tuvieran que participar pudieran hacerlo tranquilamente. Sin embargo, en la época moderna eso no siempre ha sido así. Diversos escándalos han salpicado sus distintas celebraciones; sobre todo desde que dejara de ser amateur y se convirtiera en profesional.

Pero probablemente el capítulo más negativo en lo que se refiere a lo estrictamente deportivo se vivió en los Juegos Olímpicos de Australia de 1956. Sucedió en una piscina, que terminó teñida de sangre.

Una guerra en los Juegos

Pongámonos en antecedentes. El 24 de Octubre de 1956, a un mes de la inauguración de los Juegos Olímpicos -fueron en diciembre para ser en el verano australiano-, se iniciaba la Revolución Húngara contra la invasión soviética. Los integrantes del equipo olímpico de waterpolo magiar -oro en Helsinki 52- quedaron atrapados en un lugar cercano a Budapest donde se entrenaban, sin poder acercarse a ver a los suyos, oyendo en la distancia el ruido de los disparos, y contemplando sus edificios incendiados.

Tuvieron que ser desplazados a Praga y, desde ahí, poner rumbo a Australia, donde estaban a punto de comenzar unos nuevos Juegos Olímpicos. Y una vez ahí, en Melbourne, conocieron que el ejército soviético -con doscientos mil hombres- había vuelto y estaba aplastando su país: hubo cinco mil muertos, y más de doscientos mil húngaros optaron por el exilio.

Fruto de ello se produjo un movimiento contra la presencia de la URSS en los Juegos, pero Avery Brundage, presidente del Comité Olímpico Internacional -el mismo que declinó hacer ninguna referencia a la muerte de deportistas israelíes en la Masacre de Múnich- afirmó que "los Juegos son competiciones entre individuos y no entre naciones".

Así que finalmente los soviéticos estuvieron en Australia. También una representación húngara -aunque muchos desistieron- bendecida por el COI. Su presencia en el día de la inauguración fue acogida con una gran ovación en el Cricket Ground (115.000 espectadores), mientras un silencio sepulcral recibía la presencia rusa.

Durante la competición, y aunque la tensión era palpable, todo transcurrió con tranquilidad. Los jugadores húngaros se habían conjurado para aprovechar aquella competición de waterpolo como una reivindicación, como una protesta. "Sentíamos que estábamos jugando no por nosotros, sino por todo nuestro país", declararía uno de los jugadores magiares. Y poco a poco, fueron ganando todos los partidos, gracias sobre todo a una hasta entonces inaudita -posteriormente frecuente- estrategia defensiva.

Mucho más que un partido

Hasta que llegó el partido decisivo del campeonato, que por ironías del destino debía enfrentar a invasores e invadidos. Era un 6 de diciembre. A Hungría le bastaba el empate para luchar por el oro; la URSS necesitaba la victoria, puesto que había perdido antes con Yugoslavia. Toda la afición, claramente del lado magiar, alentaba a los jugadores ondeando la bandera húngara sin el escudo soviético. Tal como habían hecho los manifestantes soviéticos aquel 23 de octubre.

"Trata de imaginar la situación", comentaba Gyarmati, capitán del equipo de Hungría. "Una superpotencia destruye con armas y tanques tu país, un país que nunca ha pedido que ese poder este ahí, y después de que la revolución de los tuyos es aplastada, te encuentras ante la posibilidad de enfrentarte a los representantes de esa potencia".

Desde el principio, los agarrones habituales bajo el agua habían sido sustituidos por arañazos y golpes en los testículos. Para más escarnio soviético, Hungría se había colocado por delante en el marcador. La tensión iba en aumento, lo que aprovecharon los magiares para, bajo el lema "nosotros jugamos, ellos pelean", ir poniendo aún más nerviosos a los rusos. Insultos, provocaciones... que sacaban del partido a los soviéticos, mientras los magiares seguían jugando. Y marcando. Hasta alcanzar el 4-0.

Y a falta de poco más de un minuto para finalizar el partido, estalló todo. Prokopov, uno de los mejores jugadores soviéticos, no aguantó más, y le propinó un cabezazo a Zador. "Le estuve diciendo (a Prokopov) que era un perdedor, que venía de una familia de perdedores... Pero cometí un error. Pregunté por qué el árbitro había hecho sonar el silbato, y me distraje un momento. Lo siguiente que recuerdo es su cabeza cayendo sobre la mía", reconocería años más tarde el jugador húngaro.

El agua que había alrededor de Zador se llenó de sangre. Y a partir de esa acción se inició una batalla campal. "Le dije a Zador que se saliera de la piscina", recuerda Gyarmati, "pero no por donde estaba, sino por enfrente de la tribuna, donde había 8.000 peronas. Cuando salió del agua, parecía que había salido de una carnicería; y en cuanto el público lo vio, explotó".

De repente, la pelea se generalizó. La piscina se tiñó de rojo por los golpes entre rusos y magiares, pero también en las gradas comenzaron a producirse enfrentamientos, con la Policía intervininiendo para frenar al público antisoviético, que no perdonaba todo lo que había ocurrido sólo días antes. Ante tal situación, el árbitro se vio obligado a dar por concluido el encuentro, con el resultado de 4.0.

Hungría, ya sin Zador en el equipo, se impondría dos días después a Yugoslavia, y conquistaba el oro . Pero el waterpolo había quedado en un segundo plano. En Hungría, la imagen de Zador saliendo ensangrentado de la piscina se convirtió en un símbolo de la resistencia ante la URSS. Para el mundo del deporte y del olimpismo, pero, quedó como una de las más funestas y violentas de su historia moderna.

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