La gran fiesta del rugby inglés se vivió el pasado sábado en el corazón del deporte ovalado, el mítico estadio de Twickenham, al suroeste de Londres. Con una temperatura perfecta y en un ambiente envidiable se desarrolló una de las finales de la liga inglesa de rugby –Aviva Premiership– más apasionantes de los últimos años.
Lejos estaban los aficionados del Bayern y el Borussia Dortmund, cuyos equipos peleaban ese mismo sábado en Wembley por la Copa de Europa de fútbol, causando desórdenes públicos en la capital del Támesis, cortando calles e invadiendo Picadilly Circus o Trafalgar Square con sus cánticos, banderas y litros de cerveza. En los alrededores de Twickenham los colores predominantes eran el verde, rojo y blanco, de los Leicester Tigers, y el verde, amarillo y negro de los Northamton Saints.
Las gradas y los alrededores de Twickenham estaban copados de familias enteras ataviadas con banderas y bufandas; muchos padres, dispuestos a demostrar las bondades del deporte del balón ovalado a sus hijos; grupos de amigos o aficionados, como un servidor, que se plantaron engalanados con los colores de su equipo, para guiarlo hacia la consecución del título liguero. El principal a nivel de clubes en todo el mundo.
No era sólo una final. Era una lucha por demostrar cuál es el mejor equipo de las Midlands inglesas en una rivalidad que se remonta a 1894. Es uno de los clásicos, por no decir El Clásico –así, con mayúsculas–, del rugby a nivel de clubes. El favorito sin duda era Leicester que, en su novena final consecutiva, intentaba quitarse el mal sabor de boca de caer ante Harlequins en la final del pasado año, aunque ya lo hizo en parte al eliminar al equipo londinense en la semifinal. Por su parte, Northampton venía de eliminar a los Saracens y meterse en la final cuando nadie lo esperaba. El ambiente era el perfecto para el desarrollo de un gran partido.
Desde la grada y perfectamente pertrechado con los colores de Leicester –en este punto es donde pierdo la objetividad–, este periodista disfrutó de un espectáculo mayúsculo. Sin dejar de ondear la bandera verde con la cabeza del tigre, le pregunté a un aficionado que tenía sentado justo al lado si iba con los míos. Me respondió que él no iba con ninguno, sino que simplemente estaba allí para ver buen rugby. La señora que tenía al otro lado y su marido iban con Northampton, los rivales. El hijo del primero no dejaba de mirar el móvil y de preguntarle a su padre por lo que acontecía en el campo.
La grada no dejó de rugir, cantar y animar a sus héroes desde el calentamiento hasta el pitido final, con gran entusiasmo durante la espectacular entrada de las dos escuadras al terreno de juego, con cañones lanzando fuego mientras sonaba una música épica de fondo. La excepción, eso sí, fue en los tiros a palos de ambos equipos, donde hubo respeto absoluto.
El balón echó a andar impulsado por la fuerza de la patada del apertura de Leicester, Toby Flood, y ya los Tigers no cesaron de atacar zarpazo tras zarpazo a su contrincante. Muy cómodos en su juego, el clásico inglés, de una potente delantera y una línea de 3/4 determinante.
El ala de Leicester, Nial Morris, abrió el marcador y puso en ventaja a los Tigers. El cuadro de Leicester mantuvo esa posición y se hizo con la copa ante su enemigo histórico. Los Saints lo intentaron. Al filo del descanso, y cuando estaban realizando su mejor juego, su capitán Dylan Hartley insultó al árbitro, Wayne Barnes. Expulsado con roja directa, el talonador inglés se enfrenta a una sanción de once semanas que le hará perderse la gira de los British & Irish Lions que se desarrollará en Australia en junio.
Con 14 jugadores Northampton Saints no pudo luchar por la victoria que se llevaron sus vecinos de Leicester por 37-17. Apenas se movió un espectador hasta la entrega del trofeo que levantaron al alimón dos leyendas que abandonan los Tigers esta temporada, el irlandés Geordan Murphy y el ítalo-argentino Martín Castrogiovani.
Leicester Tigers consiguió su cuarta liga en nueve años y la alegría de los hermanos Youngs, Tom y Ben; de Manu Tuilagi; del joven apertura George Ford, que sustituyó a Toby Flood tras un brutal placaje; de los panzers Tom Crof, Jordan Crane, Castrogiovani, Graham Kitchener o Dan Cole se transmitió a los aficionados que rugimos con ellos hasta que completaron su vuelta de honor al terreno de juego.
El ambiente festivo y mágico nos acompañó hasta la llegada al centro de Londres, donde los asistentes a la victoria de los Leicester Tigers nos mezclamos con los aficionados alemanes que no pudieron conseguir su entrada para la final de Wembley y se agolpaban cerveza en mano ante la primera pantalla que encontraban.