Un 13 de abril de hace diez años algo empezó a cambiar en la historia reciente del Real Madrid. Europa siempre ha respetado al rey, impertérrito ante las adversidades de varios torneos locales pero siempre respondiendo en el continente. La historia así lo decía pero el fútbol y los resultados le daban la espalda al equipo madridista en las últimas ediciones Champions. Desde 2005 hasta 2010 seis eliminaciones en octavos de la máxima competición. Y esa noche de 2011 en Londres, de repente, el Madrid subió dos escalones y se plantó en las semifinales, terreno que no pisaba desde 2003.
Confirmó el Madrid con un partido serio, el 4-0 de la ida ante el Tottenham en el Bernabéu. Volvió a ganar 0-1 y al entrar al vestuario las caras lo decían todo. Dicen que José Mourinho sólo les tuvo que mirar fijamente. La noche anterior, en Ucrania, el Barcelona había ratificado su pase a semis ante el Shaktar. Llegaban, desde ese instante, días fuertes que cambiarían, quizá para siempre, el fútbol español.
Porque lo que se avecinaba a partir de aquel 13 de abril de hace diez años era una cascada de emociones difíciles de igualar. Llegaban cuatro Clásicos en apenas tres semanas. El sorteo de esa edición de la Champions, como se hace ahora, había decidido ya el camino global hacia la final de Londres. Si Barcelona y Madrid pasaban los cuartos, se verían las caras en semifinales. Ambos lo sabían porque ambos eran grandes favoritos a ganar sus eliminatorias. Y sucedió.
Pero, a la vez, la fecha del 16 de abril estaba guardada para un clásico de liga, intrascendente, es verdad, por la gran ventaja azulgrana pero cuatro días después el destino había guardado una final de Copa. Como parecía ser normal el primero de los enfrentamientos fue el más anodino porque los puntos no importaban pero el Madrid retrasó algo el alirón azulgrana empatando en el Bernabéu. Lo que venía después sí que era importante.
Porque en esas dos semanas cambió para siempre la rivalidad. Todo traspasó lo deportivo, se convirtió en una batalla cruenta que antes no se había dibujado. La final de Copa supuso el zarpazo definitivo del Madrid que igualó, con su intensidad y con la estrategia de Mourinho, el juego del Barcelona. Mou decidió ir a la guerra para combatir con el portaviones blaugrana. Y lo logró con un título que no visitaba las vitrinas blancas desde hacía 18 años.
La semana siguiente llegó el partido de ida de la Champions con un planteamiento muy defensivo del Madrid, quizá lo único que le hacía vivir, permanecer enchufado para el partido de vuelta. El equipo blanco apenas se mostró en ataque. La batalla había empezado en la rueda de prensa previa con las críticas de Mourinho a Guardiola por criticar los aciertos del árbitro de la final de Copa y con el discurso de Pep hacia su adversario esgrimiendo aquella tarde que en esa sala "Mou era el puto amo de todo".
En el partido, el día después, una expulsión de Pepe por un entrada a Dani Alves desató las iras del portugués en otra rueda de prensa para el recuerdo: "No entiendo por qué siempre reciben ayudas arbitrales". El Barcelona ganó 0-2, cumplió en la vuelta con el expediente y se llevó la palma en la eliminatoria. Luego venció el United en la final de Wembley conquistando su cuarta Copa de Europa. Pero lo que sucedió tras la eliminatoria fue un vuelco generacional a cómo se vivían los clásicos hasta entonces. Nunca el fútbol estuvo tan dividido. Nunca ser del Madrid significaba odiar tanto al Barcelona y viceversa. Incluso nunca ser del Madrid significó que tu entrenador te dividiera el corazón. Tantos detractores tuvo Mourinho dentro del club que hubo gente que empezó a separar el mouriñismo del madridismo.
Estos días se cumplen diez años de todo aquello y aún se recuerda. Viene a la mente porque el ambiente se enrareció tanto que afectó a la selección española. Meses después el capitán del Real Madrid, Iker Casillas, llamó personalmente a Xavi Hernández, capitán del Barcelona. Eso le costó críticas y le costó parte de la relación con su entrenador. Un año después, en la Eurocopa, se tuvo que convocar una reunión de urgencia entre los pesos pesados de los dos clubes. Allí estaban Casillas, Ramos, Xavi, Iniesta, Piqué. Muchos dicen que, aunque se intentó, nada fue lo mismo ya porque por el camino se perdieron relaciones personales. Y todo por un partido de fútbol, o por varios, o por la sucesión casual de Clásicos, muy emocionante para el espectador pero altamente destructiva, nunca vista.