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La aventura de Alejandra Carretero, la fan del Atlético de Madrid que está creando una ONG en Tanzania a través del fútbol

Enrolada en el proyecto Football Charity Mwanza, la entrenadora almeriense buscará desarrollar el fútbol femenino en un país muy complejo para ello.

Enrolada en el proyecto Football Charity Mwanza, la entrenadora almeriense buscará desarrollar el fútbol femenino en un país muy complejo para ello.
Alejandra Carretero (I), con su camiseta de Fernando Torres, junto a niños de Mwanza | LD

"Después de acabar la licenciatura en Madrid, volví a Almería, donde acabé coordinando una escuela de pádel, en la que, pese a que conseguimos grandes resultados en un año, las condiciones de trabajo no eran nada buenas. Me marché a Dublín a aprender inglés y, mientras hacía un Máster de Gestión Deportiva, volví a buscar trabajo". Son palabras de Alejandra Carretero, una joven andaluza de 24 años y licenciada en Ciencias de la Actividad Física y el Deporte, pero que podrían ser aplicables a la inmensa mayoría de la juventud española, frustrada en no pocas ocasiones ante la falta de oportunidades de un nivel acorde a su formación.

Esta apasionada del fútbol, y antigua campeona andaluza de pádel sub 23, pertenece a un grupo de once valientes (alemanes, suizos, estadounidenses y británicos) que están iniciando un ambicioso proyecto en Mwanza, la segunda ciudad más grande de Tanzania, próxima al lago Victoria. Todo comenzó hace un año, cuando uno de ellos, que hoy coordina las actividades desde Alemania, viajó a la zona, y allí descubrió que, a través del fútbol, se podría crear una ONG que ayudara a mejorar las condiciones sociales de la población tanzana. "Cuando vi la oferta supe que era lo que necesitaba en ese momento", asegura Alejandra, que en 24 horas aceptó la oferta para crear "desde cero" una asociación en Mwanza, con todo lo que eso significa. Estará seis meses allí, sin cobrar y sufragando todos los gastos. Sus ahorros se quedarán en África, pero la maleta llega repleta de ilusión. "Todo aquí es relativamente barato, aunque lo costeemos nosotros".

Harta de ejercer como monitora de pádel, tenis o gimnasio a cambio de sueldos irrisorios, esta enamorada del deporte, que sueña con trabajar algún día en unos Juegos Olímpicos o en el mundo del fútbol (especialmente en el Atlético de Madrid, su gran pasión), no lo dudó ante la oportunidad. Necesitaba un punto de fuga. El presente en España, sencillamente, le ahogaba: "con 15 años empecé a dar clases de tenis a 5 euros la hora. Ahora cobraba en un gimnasio la hora a 5.80, era algo verdaderamente frustrante".

Mwanza

"Recuerdo que cuando sobrevolamos Dar es Salaam (la capital del país), se veían bastantes caminos asfaltados desde el cielo. Sin embargo, en Mwanza los caminos son de tierra, aquí no existe apenas el asfalto". Alejandra lleva sólo unos días en su nueva casa, que comparte con compañeros de proyecto. Todavía le chocan algunas cosas, como no podía ser de otra manera. Por ejemplo, el mercado donde compra con asiduidad frutas, verduras y otros alimentos de consumo diario. "Es como el clásico mercadillo que en España vemos los domingos, pero aquí esta todos los días, y las condiciones higiénicas no son las mejores, de primeras te cuesta pensar que vayas a comer alimentos de allí". Podría elegir la opción de ir al supermercado, pero los precios son mucho más altos y sólo acude allí a comprar alimentos no caducos, como arroz.

Y es que desde que llegó a Mwanza, no para de estimular sus sentidos. En el minúsculo aeropuerto de la localidad, empezó a descubrir donde se metía: "es como una pista asfaltada grande, con una casa pequeña y una cinta transportadora donde coges las maletas, nada más. Es muy, muy pequeño", señala. La organización de la urbe fue lo siguiente que llamó su atención: "son casas bajas, separadas, no parecen estructuradas como una ciudad. Cada una es de un color o de una forma, pero no son chabolas, tienen buena estructura". No en vano, la almeriense aún no ha podido olvidar su viaje a India, donde si convivió con la extrema pobreza. "Después de estar allí, esto es el paraíso", aclara. Sin embargo, hay mucho por hacer, pues Tanzania está entre los países menos desarrollados del mundo, ocupando el lugar 159 en un total de 187 países en el índice de desarrollo humano de 2013. Una de las cosas que más le ha sorprendido es la buena educación vial del lugar, a diferencia de otros países africanos y asiáticos con hábitos mucho más agresivos.

La pelea

Pero si algo impacta a los ojos de un español medio en Mwanza es la educación. Como parte de su actividad en la zona, la española a veces acude a dar clases a los colegios locales… Si `la pelea´ se lo permite. En aulas que cuentan con unos 30 alumnos, no es inhabitual que algún día a primera hora sólo estén unos pocos. El resto están en `la pelea´, el duro correctivo que infligen los profesores a los alumnos que incumplen alguna conducta o sus ordenanzas. En los colegios de Mwanza, privados o públicos, no hacer los deberes, comportarse de forma irrespetuosa, o simplemente llegar unos minutos tarde, es una sentencia inmediata. Cuando eso ocurre, el docente corta una rama de un árbol para azotar a los escolares como castigo. Y hay días que hay hasta cien condenados al azote por centro, retrasándose las clases hasta que la severa reprimenda concluye. No hay que buscar motivos religiosos a dicha acción, pues cristianos y musulmanes conviven en los centros escolares. Sencillamente, dicha actuación es inherente a la cultura del país.

Este es sólo uno de los grandes problemas de la educación en Tanzania, donde apenas un 50% de las niñas están escolarizadas, y de las que lo están, sólo una cuarta parte supera los exámenes. El destino lógico de la mujer local es acabar trabajando en casa, y pocas aspiran a más que eso. Sólo las que tienen un alto nivel académico, y la posibilidad económica, logran, con no poco esfuerzo, acudir a la universidad o trabajar fuera del hogar familiar.

Alejandra Carretero, junto a uno de los grupos de niñas con los que trabaja

Uno de los primeros objetivos de la organización, Football Charity Mwanza, fue organizar un torneo de fútbol para niñas y niños de la región. Apenas dos chicas se presentaron, entre una ingente cantidad de chavales. El motivo, para Alejandra, es claro: "la mayoría de niñas no lo ven como una opción porque cuando salen de clase, si es que van, deben irse a la casa a ayudar, no existe ocio". Y para las que se plantean mirar más allá de lo que la estructura social les impone, la situación puede llegar a ser francamente comprometida. "Las que lo intentan muchas veces juegan a escondidas de los padres, que no se lo permitirían", así de rotundo.

El proyecto

Football Charity Mwanza tiene como objetivo general es mejorar las condiciones del balompié en Tanzania, pero detrás de todo ello hay mucho más, y es lo que resulta realmente más ilusionante del trabajo de campo. Ayudar al Toto African, el club más representativo de Mwanza, es uno de sus principales proyectos en la zona. Cuenta con un equipo en la primera división del país, situado en el puesto 136 en la última actualización del ranking FIFA, y cuya liga de primera está compuesta por 15 clubes esta temporada. Pero los problemas son evidentes. "No existe presupuesto para casi nada. No comen en los desplazamientos, por supuesto, ni viajan con hotel. Muchos entrenamientos se cancelan porque los jugadores no han comido". Así es la cruda realidad de un país en el que los frecuentes cortes en el suministro eléctrico dejan a sus habitantes entre 48 y 72 horas sin luz. La cruda realidad en Mwanza.

Actualmente cuatro voluntarios alemanes trabajan en el proyecto para ayudar a estabilizar al Toto, que al menos dispone de uno de los pocos campos de césped de todo el país, el Kirumba Stadium, una instalación polideportiva con capacidad para 35.000 personas. Eso sí, las calvas, baches, y un césped anormalmente alto a ojos de un europeo son sus signos de distinción, lo que hace bromear a la entrenadora: "está bastante bien dentro de lo malo, pero si Xavi estuviese aquí, no sé cómo aguantaría sin quejarse…", esgrime sonriente Alejandra.

Kirumba Stadium, en Mwanza

Otro de los grandes caballos de batalla es dónde jugar. El Kirumba Stadium es la humilde joya de la corona, pero en Mwanza, para jugar al fútbol, es necesario adaptarse a hacerlo donde sea. Un descampado, unas piedras, y a disfrutar. "Me sorprende la adaptación de los niños a jugar en cualquier lado", señala. Y la capacidad de organización, incluso en los más pequeños. "Hace unos días vi un grupo de niños de apenas 5-6 años que estuvieron toda la tarde jugando con sólo unos petos". Sin necesidad de entrenador, ni árbitro ni nada. Algo así en España, es imposible a esa edad. Pero a fuerza ahorcan, claro. Lo positivo, por supuesto, es que entrenar en esas condiciones es una fábrica de atletas. Y un motivo para la reflexión de los entrenadores del opulento primer mundo. "Entrenan en cualquier descampado con dos porterías, con hierbas, baches, piedras en medio y cosas así, pero están acostumbrados. No tropiezan, no se caen, saben prever el irregular bote de la pelota, y por supuesto físicamente son espectaculares, tanto los niños como las niñas. Aquí no existen niños patosos". ¿Casualidad?

Entre todos los portentos físicos, Alejandra ya ha echado un ojo a un renacuajo de apenas un metro al que todos llaman `Messi´. Tiene 10 años, levanta escasamente un metro del suelo, y destaca enormemente del resto por su nivel de juego. "Es diferente", confirma Alejandra, que la primera vez que le vio jugar no entendió por qué todos los demás no paraban de nombrar al crack argentino del Barça. Quizá era una palabra en suajili que no entendía. Pero no. Todos nombraban a su referente, simplemente. Uno de los objetivos del programa es, precisamente, poder ayudar a niños como `Messi´ a crecer en el mundo del fútbol.

Un entrenamiento en un descampado de Mwanza

Empero, el potencial físico y la capacidad de supervivencia no es suficiente. Los medios son escasos. "En algunas academias, no en todas, hay balones de fútbol y quizá un par de conos, poco más. Incluso el primer equipo del Toto tiene eso y poco más". Y tiempo, mucho tiempo, pues la vida pasa lentamente en esa parte del mundo, que vive a otra velocidad. Señala Alejandra sus problemas para citarse con el seleccionador femenino de Tanzania. "Habíamos quedado hace unos días, después de que anulara la cita la semana anterior. Ahora nos la ha vuelto a aplazar, y aquí las cosas no se dejan para el día siguiente, sino para la próxima semana". Todo transcurre despacio en Mwanza, donde comprar un billete de avión puede suponer invertir una hora de la vida una vez que se llega a la oficina de compra. Pero no faltan el cariño y las buenas caras, pese a las complejas condiciones. La almeriense recuerda con mucho cariño como un chaval local que vestía la camiseta con el 9 de España de Fernando Torres, se acercó corriendo a ella esbozando una enorme sonrisa cuando la vio con la camiseta del de Fuenlabrada en el Atlético al grito de "¡Torres, Torres!", para abrazarla y que se hicieran una foto juntos.

Más allá del fútbol femenino

Alejandra es la encargada de una de las tareas más difíciles, el proyecto destinado a impulsar, frente a las rígidas imposiciones culturales, el fútbol femenino. Cada día acude a una de las academias que hay por la ciudad, donde la reciben con los brazos abiertos, tanto los monitores como los pequeños jugadores. De momento, ya han logrado que las niñas puedan mezclarse en los entrenamientos con los chavales en alguna ocasión, todo un hito cuando empezó la idea a caminar. Ella misma ha sufrido en sus carnes lo que supone ser mujer en Mwanza: "a partir de las siete de la tarde nos han recomendado que no vayamos solas por la calle, pues no es seguro, aunque yo de momento durante el día no he tenido más problemas que en España. Eso sí, un día salí a correr con una compañera y debí rodear la zona donde se entrenaba un equipo masculino del Toto. No podíamos ocupar la instalación al mismo tiempo que ellos".

Las niñas de Mwanza empiezan a jugar al fútbol con los niños

A día de hoy, existen tres equipos en la ciudad. El objetivo de Football Charity Mwanza es que surja alguno más, y por supuesto que todos cuenten con sección femenina. El sueño sería poder organizar en unos meses un torneo con jugadores llegados desde las ocho regiones de Mwanza, que aprovecharían para impartir charlas como las que ya dan en los colegios, y tratar de convencer a los lugareños de que las niñas pueden jugar al fútbol, con ellos incluso. "Sin embargo, para un niño tanzano medio, el choque es importante, pues él sólo entrena con niños y no concibe lo contrario", recuerda. Y, de nuevo, los plazos no juegan a su favor para organizar actividades. "Aquí cuando hablan a futuro es un `ya veremos´. Muchas veces tratamos de organizar charlas y nos dicen `sí, vente mañana´, pero mañana llegas y no hay nada organizado".

¡Shoes, shoes!

Las miras de este puñado de valientes son ambiciosas, no cabe duda. Pero lo más importante es cultivar para el mañana, no pensar en el hoy. Formar a los entrenadores de las academias locales para cuando ellos se marchen es uno de los retos más importantes, tanto como implicar a los colegios, y academias de Mwanza en la integración de las niñas, quizá el más complejo de todos.

Pero las necesidades del día a día son perentorias, y en ello se centran también y se volcarán próximamente a través de las redes sociales. "Cuando te acercas a los niños, como quieren comunicarse contigo en inglés, te sueltan algunas palabras. La más repetida es `¡Shoes, shoes!´. Quieren zapatillas, y nos piden que les ayudemos. Muchos de ellos juegan descalzos, o con zapatillas rotas. Suelen vestir más o menos bien, aunque algunos lleven camisetas viejas, o rotas, pero el calzado para jugar al fútbol es otra historia". Por eso, próximamente lanzarán a través del hashtag en twitter #DonaTusZapatillas una campaña para conseguir calzado y que los niños de Mwanza puedan desarrollarse con su deporte favorito. "No importará que sean zapatillas usadas o no, casi cualquier cosa nos valdrá", recuerda Alejandra, que se encuentra tan implicada en este fantástico proyecto que próximamente empezará sus clases de suajili. Quizá seis meses no sea suficiente. Quizá se queden cortos. La empresa, desde luego, lo merece.

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