El asesinato de un aficionado radical del Deportivo de la Coruña el pasado domingo en las inmediaciones del Vicente Calderón tras una reyerta programada por las redes sociales entre seguidores de ambos equipos ha vuelto a poner en evidencia que el fútbol tiene un grave problema con la violencia que, en no pocas ocasiones, se ha asociado a él, y que incluso sirve como medida disuasoria para que muchas familias decidan no acudir cada fin de semana a los campos de fútbol de sus ciudades, ante el temor no ya de poder asistir a peleas, sino de que sus hijos puedan escuchar insultos de todo tipo hacia rivales o árbitros. La consideración de los recintos deportivos, muy especialmente los futbolísticos, como ciudades sin ley en la que los aficionados liberan sus tensiones tras la dura semana de trabajo ha alcanzado límites exagerados que sin duda las autoridades de toda Europa deberán empezar a atajar para conseguir concienciar a la sociedad del grave problema que ahora mismo supone esta situación.
Que el fútbol es un motor social de un enorme peso específico no lo pone en duda absolutamente nadie. Capaz incluso de dar inicio a una guerra, como lo ocurrido tras los lamentables sucesos en el Estadio Maksimir de Zagreb en 1990 en un partido entre el Dínamo de Zagreb y el Estrella Roja, donde la famosa patada de Zvonimir Boban a un policía fue, en opinión de no pocos analistas, uno de los detonantes de la guerra más cruenta que viviera Europa en la recta final del siglo XX. Hoy, aunque los peores días de enfrentamientos entre aficiones de la extinta Yugoslavia parece que pasaron a mejor vida, aún el odio por un conflicto todavía reciente se sigue viendo asociado al deporte. No hace tanto, allá por agosto de 2007, el Partizán de Belgrado fue expulsado de la Copa de la UEFA, después de que sus aficionados provocaran graves disturbios con motivo de su visita a Móstar (Bosnia-Herzegovina) para medirse al Zrinjski, en eliminatoria previa de dicha competición. En la ida de dicha eliminatoria, con victoria serbia por 1-6, el duelo tuvo que ser suspendido durante varios minutos debido a los incidentes entre los hinchas del Partizán y la policía bosnia.
Inglaterra, el ejemplo a seguir
Si un país sabe de lo que es sufrir serios problemas debido a la actitud de sus seguidores, ése es Inglaterra. La tragedia del Estadio de Heysel (hoy Rey Balduino) de Bruselas, donde, un 29 de mayo de 1985, en los instantes previos a la final de la Copa de Europa entre Juventus y Liverpool, los enfrentamientos entre aficiones de ambos equipos provocaron una terrible avalancha que causó 39 muertos y más de 600 heridos, provocó una ejemplar sanción, desmedida para algunos, pero eficaz sin duda vistos sus resultados, en la que el Liverpool estuvo seis años sin participar en competiciones europeas, y todos los clubes ingleses fueron apartados durante cinco años, con el consiguiente perjuicio económico para sus arcas al restar sus ingresos publicitarios. Inglaterra y los hooligans se habían convertido en un grave problema para Europa cada vez que salían de la isla.
Sin embargo, el 15 de abril de 1989, y nuevamente con el Liverpool en escena, en un partido de semifinales de la FA Cup ante el Nottingham Forest, la tragedia de Hillsborough, donde murieron 96 personas por una nueva avalancha, supuso el acicate definitivo para que las autoridades inglesas se pusieran manos a la obra para arreglar un asunto que, sin duda, manchaba, y de qué manera la imagen internacional del fútbol en el país de sus creadores. El gobierno de Margaret Thatcher, poco amiga del balompié, estableció una serie de iniciativas que, entre otras cosas, provocaron que las gradas de pie desaparecieran, y todos los estadios fueran con todos sus asientos sentados, con lo que resultaba más sencillo controlar los excesos en la grada, reduciendo sobremanera el riesgo de nuevas avalanchas. Hoy día hay quien pide que vuelvan las gradas de pie en Inglaterra, aunque no parece sencillo que ese hecho se produzca.
Además, la conciencia social entre la mayoría de aficionados de que algo debía cambiar, consiguió dar grandes pasos en ese sentido. A partir de la temporada 1987-88, la afición del Manchester City comenzó a portar plántanos hinchables en los partidos de su equipo, como símbolo de una mayor diversión en as gradas. Lo que empezaron siendo plátanos se extendió y multitud de hinchables aparecieron en los estadios donde jugaba el City cada semana.
Pero, sin duda, la mejor medida establecida en el fútbol inglés contra los violentos fue la tolerancia cero. Hoy día, cualquier agresión, insulto, cántico homófobo o racista que se produzca en un estadio supone la expulsión inmediata de sus precursores, y posteriores sanciones importantes. Un camino que quiere emprender el Córdoba en España, al ser el primer club en nuestro país que ha declarado que expulsará del Nuevo Arcángel a todos los aficionados que ejerzan violencia verbal o física en el recinto blanquiverde.
Lejos quedan ya, por tanto, aquellos tiempos en que los aficionados ingleses eran el terror de Europa. Hoy, la Premier es una liga modélica, en la que rara vez se producen incidentes entre aficionados. Y fuera de sus fronteras, poco o nada tiene que ver el escenario actual con el de los 80, pese a pequeños altercados producidos por el exceso de alcohol como el ocurrido este año en la visita del Liverpool a Madrid en la Champions League. Sin duda, Inglaterra se ha convertido en el ejemplo a seguir para el resto de Europa.
Italia y Grecia, escenarios similares a España
Evidentemente, no sólo España tiene graves problemas con sus aficionados más radicales. Países como Italia o Grecia viven situaciones similares a la piel de toro. El caso más llamativo es el del país heleno, donde recientemente la liga ha estado paralizada con motivo de la muerte de un aficionado por una pelea entre hinchas de equipos de tercera división, y posteriormente, por la agresión a un ex árbitro. Y es que no son pocos los altercados que se producen en Grecia cada cierto tiempo. La muerte en enero de 2008 de un seguidor del Olympiakos apuñalado por hinchas del Panathinaikos llevó al gobierno a tratar de implementar una serie de medidas que hoy, casi siete años más tarde, siguen estando a medio camino, y permitiendo que se sucedan incidentes, especialmente entre ultras de los dos equipos más poderosos del país.
Por el momento, se ha prohibido que los equipos puedan ser acompañados por sus seguidores en los encuentros que jueguen fuera de casa, con el consiguiente perjuicio económico que ello supone para la liga y sus clubes. Pero quizá sean necesarias medidas ejemplarizantes, como las que funcionaron en Inglaterra, para una sociedad con demasiados problemas económicos y laborales y que en ocasiones busca salida a sus frustraciones desahogándose en el fútbol.
Otro país donde hemos visto problemas muy serios es Italia. Desde los más llamativos, como el lanzamiento de una moto desde las gradas más altas del Giuseppe Meazza en un partido entre el Inter y el Atalanta en 2001 (¿Cómo pudo llegar un vehículo hasta allí sin que nadie se diera cuenta?), hasta los más graves, como el fallecimiento del inspector de policía Filippo Raciti en los incidentes producidos en Catania en febrero de 2007 tras un encuentro entre el equipo local y el Palermo, ambos equipos sicilianos. Bien es cierto que la muerte del policía cambió en algo las cosas en el país transalpino, pero no menos cierto es que hoy principalmente las aficiones del sur del país, especialmente la del Nápoles y los equipos de la isla de Sicilia, siguen haciendo y deshaciendo a su antojo con la connivencia de los clubes. En el Norte, existe algo más de control sobre los hinchas más agresivos de Juventus, Milán o Inter, pero según se avanza hacia el sur el descontrol aumenta, pasando por la capital y los peligrosos duelos entre Roma y Lazio, hasta llegar a Napoli y Sicilia, donde, aún hoy, un puñado de aficionados radicales siguen siendo los que mandan en los estadios, con el visto bueno de unos directivos que prefieren tenerles contentos para que, cuando lleguen malos resultados deportivos, sean ellos quienes eviten que la afición se subleve contra su gestión. ¿Les suena este caso? Demasiado fácil pensar en situaciones así en España.
Tampoco en Francia se libran de hechos desagradables, aunque la frecuencia sea menor. En marzo de 2010, un joven fallecía como consecuencia de las heridas que tres semanas antes se le produjeron tras una brutal pelea entre aficionados del Paris Saint Germain y el Olympique de Marsella. Tras ello, el Ministro del Interior, Brice Hortefeux, se apresuró a asegurar que su gobierno tomaría "las medidas que hicieran falta" para evitar más sucesos de este tipo, que ahuyentaron a muchos aficionados de acudir al fútbol cada fin de semana. La prohibición de la entrada a los estadios a las asociaciones radicales fue la principal de ellas, medida que hoy día sigue en vigor en el país galo.
En definitiva, el fútbol español tiene una oportunidad excelente para atajar este problema antes de que se convierta en algo aún peor como terminó siendo con las Barras Bravas en Argentina, donde los incidentes se convirtieron en algo relativamente habitual no hace tanto. La UEFA, que tantas veces promulga medidas desafortunadas para los aficionados, quizá y por una vez dio en el clavo con la sanción a los clubes ingleses en los 80, por más exagerada (e injusta para algunas aficiones inocentes) que pudiera ser aquella decisión. ¿Se atreverá nuestro país a actuar de verdad contra este problema, o en un tiempo se nos habrá olvidado todo hasta el siguiente incidente? Pronto lo sabremos.