L D (EFE) Luxemburgo, "el comandante", llegó al vestuario merengue con la vitola de ser el entrenador más laureado del campeonato brasileño. A sus 53 años había conseguido cinco títulos de Liga; Palmeiras (1993 y 94) Corinthians (1998), Cruzeiro (2003) y Santos (2004), además de conducir al Bragantino al centro nacional en Segunda División (1989) Campeonato brasileño. En su trayectoria también destacaba la Copa América lograda con la selección brasileña en 1999.
'Luxe' llegaba al Madrid con fama de duro, trabajador y con el perfil de ese tipo de entrenador que no se casa con nadie. En poco tiempo demostró que su fama estaba bien ganada porque no dudó en sentar a Ronaldo, estilete del equipo, en cuanto lo creía conveniente. Sin embargo, el mayor pulso tuvo nombre y apellidos: Luis Figo. En un trascendental encuentro contra el Barcelona, osó dejarlo en el banco para dar entrada a Michael Owen. La jugada le salió perfecta y ganaron 4-2. La Liga no pudo ganarla. Ni tampoco a la afición. A favor tenía que cuando llegó estaba a trece puntos del Barcelona y el juego debía dejarlo para otra temporada. Sólo interesaba la victoria. Ahí se movió como pez en el agua. El Bernabéu se aburría. El Real Madrid le daba el balón al rival y jugaba al contragolpe de Ronaldo. Pero todo se perdonaba.
Hasta se le perdonaron los dos descalabros en la Copa del Rey y Liga de Campeones: el primero, pese a ser derrotado por un Segunda División, el Valladolid, porque apenas llevaba tres semanas en el cargo. El segundo porque perdió contra uno de los equipos más poderosos de Europa, el Juventus de Fabio Capello. Finalmente, el equipo quedó a cuatro puntos del Barcelona y a Luxemburgo se le dio la oportunidad de empezar una temporada desde el inicio. Con pretemporada incluida y con los fichajes a su gusto. El equipo fichó a dos brasileños más, Baptista y Robinho, se hizo con la opción de un tercero, Cicinho y además trajo a uno de los jugadores españoles con más proyección; Sergio Ramos. Todo aderezado con los fichajes de los uruguayos Pablo García (Osasuna) y Carlos Diogo (River Plate).
El técnico brasileño ya no tenía excusa. Empezaba en igualdad de condiciones y el público quería espectáculo. Pero este nunca apareció. Bien es cierto que la plaga de lesiones que azotó al equipo se cebó en los jugadores clave (Baptista, Ronaldo, Zidane, Raúl, Helguera..), pero no es lo menos que el equipo nunca dio la sensación de saber a qué jugaba. Del "cuadrado mágico" se pasó a un 4-2-3-1. Del contragolpe a intentar tener el balón. De Beckham en el medio centro a la banda. Pablo García por Gravesen. Baptista por la izquierda y luego por el centro. Robinho de delantero centro, de segunda punta, de extremo... al final la paciencia se agotó y el público estalló.
Y lo hizo contra el Olympique de Lyon. Al equipo sólo le valía una goleada y cambió a Beckham por un defensa, Michel Salgado. Esto encendió a la grada que pidió su dimisión. A la semana siguiente, tras un empate en San Sebastián y la pírrica victoria contra el Getafe, se hizo realidad. El comandante deja el cargo sin títulos, con la sensación de no haber convencido a nadie con su juego, incluidos los jugadores, pero "sin cadáveres en el armario". Los jugadores hace siete días, con el entrenador en la calle en el encuentro contra la Real Sociedad (2-0 a falta de cinco minutos), dieron la cara, terminaron empatando y salvando el cuello del técnico. Ahora, el turno le toca a Juan Ramón López Caro.
'Luxe' llegaba al Madrid con fama de duro, trabajador y con el perfil de ese tipo de entrenador que no se casa con nadie. En poco tiempo demostró que su fama estaba bien ganada porque no dudó en sentar a Ronaldo, estilete del equipo, en cuanto lo creía conveniente. Sin embargo, el mayor pulso tuvo nombre y apellidos: Luis Figo. En un trascendental encuentro contra el Barcelona, osó dejarlo en el banco para dar entrada a Michael Owen. La jugada le salió perfecta y ganaron 4-2. La Liga no pudo ganarla. Ni tampoco a la afición. A favor tenía que cuando llegó estaba a trece puntos del Barcelona y el juego debía dejarlo para otra temporada. Sólo interesaba la victoria. Ahí se movió como pez en el agua. El Bernabéu se aburría. El Real Madrid le daba el balón al rival y jugaba al contragolpe de Ronaldo. Pero todo se perdonaba.
Hasta se le perdonaron los dos descalabros en la Copa del Rey y Liga de Campeones: el primero, pese a ser derrotado por un Segunda División, el Valladolid, porque apenas llevaba tres semanas en el cargo. El segundo porque perdió contra uno de los equipos más poderosos de Europa, el Juventus de Fabio Capello. Finalmente, el equipo quedó a cuatro puntos del Barcelona y a Luxemburgo se le dio la oportunidad de empezar una temporada desde el inicio. Con pretemporada incluida y con los fichajes a su gusto. El equipo fichó a dos brasileños más, Baptista y Robinho, se hizo con la opción de un tercero, Cicinho y además trajo a uno de los jugadores españoles con más proyección; Sergio Ramos. Todo aderezado con los fichajes de los uruguayos Pablo García (Osasuna) y Carlos Diogo (River Plate).
El técnico brasileño ya no tenía excusa. Empezaba en igualdad de condiciones y el público quería espectáculo. Pero este nunca apareció. Bien es cierto que la plaga de lesiones que azotó al equipo se cebó en los jugadores clave (Baptista, Ronaldo, Zidane, Raúl, Helguera..), pero no es lo menos que el equipo nunca dio la sensación de saber a qué jugaba. Del "cuadrado mágico" se pasó a un 4-2-3-1. Del contragolpe a intentar tener el balón. De Beckham en el medio centro a la banda. Pablo García por Gravesen. Baptista por la izquierda y luego por el centro. Robinho de delantero centro, de segunda punta, de extremo... al final la paciencia se agotó y el público estalló.
Y lo hizo contra el Olympique de Lyon. Al equipo sólo le valía una goleada y cambió a Beckham por un defensa, Michel Salgado. Esto encendió a la grada que pidió su dimisión. A la semana siguiente, tras un empate en San Sebastián y la pírrica victoria contra el Getafe, se hizo realidad. El comandante deja el cargo sin títulos, con la sensación de no haber convencido a nadie con su juego, incluidos los jugadores, pero "sin cadáveres en el armario". Los jugadores hace siete días, con el entrenador en la calle en el encuentro contra la Real Sociedad (2-0 a falta de cinco minutos), dieron la cara, terminaron empatando y salvando el cuello del técnico. Ahora, el turno le toca a Juan Ramón López Caro.