El 9 colombiano sería, pues, la última víctima de un míster saturnal que antes deglutió a Cerci, a Mandzukic, a Jiménez y, rien ne va plus, a Torres, que es lo que nos faltaba por oír y lo que al susodicho le faltaba para que The Jackson Five no fueran The Jackson Four y el ingenioso titular se le viniese abajo. Según el retrato al odio que Juan Manuel Rodríguez acaba de colgar en su pabellón de caza, Simeone es un jeta que se las da de gerifalte, un embustero empedernido, un charlatán mesiánico que embeleca a la prensa y encandila a la hinchada sin que nadie le tosa, le apee de los altares y le obligue a explicarse cuando mete la plancha, que es lo nuestro, en lugar de la pata.
Llegados a este punto, el juicio popular empieza a cobrar tintes de proceso kafkiano. El alegato es prescindible, el veredicto inapelable y la condena desafina (desatina) aun estando cantada. ¿Quién es el responsable de que Jackson, que en el Estádio do Dragão se salío, en cambio en el Vicente Calderón, no entrase ni empujándole? Simeone, en efecto, que no quiso tocarle con su varita mágica. ¿Quién no supo atajar la galbana de Jackson, la desazón que le produjo el Profe Ortega y sus expeditivas enseñanzas? Simeone, obviamente, por no haberle arrullado -"el músculo duerme y la ambición descansa"- con el fuelle del tango.
¿Y quién, por concluir y por cuadrar la caja, ha osado blanquear el saldo del fracaso al revertir en plusvalía la espantada? Endilgarle el marrón a Simeone sería un disparate mayestático, aunque, ajustando el tiro e hilvanando la trama, no es sino el tirabuzón final: el disparate de los disparates.
¿Pleitos llegan? Que pasen. En pleno Carnaval se consiente el desmadre, se aliñan imposturas y se adjudican máscaras. A Simeone, la de coco no le asusta. Miedo, lo que se dice miedo, dan los que eligen la de caco.