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Atlética Legión

Raúl García, uno de los nuestros

Para poder ganar hay que saber perder, pero eso es sólo un resultado. El Atlético ataca sin cuartel, no hace prisioneros, pero no abandona a nadie en la retirada. Circuitos eléctricos o códigos genéticos, el sentimiento de la jauría se fundamenta en las formaciones espartanas y en el espíritu de los mosqueteros. A mí la Legión y a mí el pelotón. La elástica rojiblanca, la zamarra atlética, la camisola colchonera es una impedimenta que imprime carácter y deja huella. Muchos son los llamados, pero pocos los escogidos. No es cuestión de táctica, ni asunto de vitrina, retórica de pizarra o milonga de al pie. Es una forma de entender el instante en la trinchera y la caza en la sabana. Solera y trapío, compañerismo extremo. La diferencia entre el Atlético de Madrid y el resto.

Despedidas. Malas noticias. Melancolía pasajera, zumo de zapatones. La historia de los clubes de fútbol se divide en clubes de fútbol, más que clubes de fútbol y no sólo clubes de fútbol. A esta última categoría pertenece un equipo que sabe honrar a sus soldados y despedir como se merecen a quienes son capaces de arriesgar el físico entre el balón, el cráneo de un rival y el poste de un campo contrario. Trigonometría del riesgo. García, Raúl García se nos ha ido, pero siempre será del Atleti. Captó el mensaje y se integró en la jauría, el mediocentro de futbolín sin brazos en el que rebotan todas las bolas, la última esperanza del último minuto en el último córner de la historia. La llamada de la selva, el atávico último zarpazo.

Puede que el banquillo del Atlético de Madrid sea el único de España en el que todavía impera la ley de la botella, el que la tira va a por ella. Raúl García entiende los códigos, el argot del balón quemado, la doctrina del controla y para, la áspera geometría del punterazo y de la tarascada. Es uno de esos zapadores que despejan, golpe a golpe, verso a verso, las incógnitas del campo de batalla, en lugar de atisbarlas desde lejos como tantos presuntos mariscales.

Todos los equipos tienen su García, el hombre común fuera de lo común que transforma el sudor en una poción mágica. La diferencia entre el infierno y los otros es que nosotros les reconocemos el mérito, les dedicamos los goles en vez de montarles ruedas de prensa patéticas. Hasta pronto. De García a García, el señorío nos avala.

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