Con el Sevilla y el Valencia buscándose a sí mismos en el inesperado laberinto del arranque liguero, al Cholo Simeone no va a quedarle otra que apearse del burro de la falsa modestia y admitir que el Atleti puede aspirar a todo o, mejor dicho, puede y además debe. Es cierto que afirmar, tras sólo mes y medio, que hay equipo de sobra para dar guerra en cualquier frente es, quizá, un ejercicio de voluntarismo extremo, un ansia desmedida de acumular certezas, un no sin vuelta atrás, desde el inicio del trayecto, a acostumbrase a ser primeros detrás de los primeros.
Hecha la salvedad del tropiezo ante el Barça (que es, de un tiempo a esta parte, un fijo en la quiniela), el Atleti ha cumplido el expediente sin excesiva brillantez pero con absoluta suficiencia. Ha vencido en estadios -como el del Éibar, por ejemplo- que acabarán siendo una trampa saducea en cuanto asome el general invierno. Y ha sabido amansar a esos outsiders que, defendiendo a muerte y galopando a rienda suelta, son muy capaces de hacer que un mero trámite acabe convertido en una tarde de perros. Lo sustancial, no obstante, no es sólo que los nuestros no hayan perdido comba, ni cedido terreno. Lo significativo, lo mollar, lo que ilusiona a la parroquia y desconcierta a los herejes, es que el míster consiga ordeñar las vacas gordas con la misma eficacia con que exprimía a las famélicas.
Hoy por hoy, el banquillo que Diego Pablo Simeone educa y estructura cual un Pichi porteño, es de una profundidad abisal, amén de tan versátil como una caja de herramientas. No hay, pues, un once fijo, depende del rival, del calendario y de la ITV muscular del profe Ortega que los supuestos titulares ejerzan de suplentes o a la viceversa. Y depende, obviamente, de que el sistema rule, de que lo que se esboza en la pizarra arraigue sobre el césped. Oliver, el Niño Oliver (que tiene el aire, y el aura, de un maletilla hambriento y cuando salta al campo parece que salta al ruedo) es capaz, verbi gratia, de clarificar lo espeso o de espesar, si no anda fino, la sopa de un convento. Simeone lo sienta y santas pascuas: también sentaría a Griezmann si se tercia.
Al cabo, la partitura es suya y es él, no los intérpretes, quien ha de comerse el coco hasta dar con la tecla. La cosa es que, entretanto, el calendario aprieta y si la orquesta desafina cundirá el desconcierto, la morriña, la acedia. El Villarreal, el Benfica y el Madrid (el trío La, la, la, o, a lo peor, el Calavera) aguardan emboscados entre las hojas secas. Los de Castellón están de muerte. Al Benfica, un histórico, hay que tratarle con respeto. Y a los merengues, que les den: no lo que les regalan sino lo que merecen. O sea, que les demos. Y ustedes que lo vean.