¡No dejes de creer!
Recuperado -Laus Deo- de un vil contubernio entre los años y los días, entre los alifafes biológicos y los achaques atmosféricos, un servidor de ustedes vuelve a empuñar los remos ahora que el Atleti navega a toda vela después de haber burlado al galeón merengue y de ganarle un pulso agónico al bergantín flamenco. "¡No dejes de creer!", clamaba el Calderón a voz en cuello la noche -¡vaya noche!- en que la fe se sobrepuso al vértigo.
Y lo cierto, llegados a éste punto, es que hay munición de sobra para seguir creyendo y para redimir de la ignorancia a un hatajo de incrédulos. Esa avalancha emocional que el martes (casi trece) exorcizó los titubeos, esa conjura hipnótica de la grada y el césped, ponen de manifiesto que la nación atlética ya no se reconoce en la mitología gemebunda del sufridor perpetuo. Que ha exorcizado el maleficio invirtiendo los términos: vencemos como nunca, sufrimos como siempre.
Mucho habrá que sufrir para dejar en la cuneta a ese Barça estelar (por esteladas que no quede) contra el que nos jugamos media Champions, o cuarto y mitad al menos. Sin embargo, es ahí, en la capacidad de sufrimiento, dónde la intensidad bien temperada del bloque colchonero sustancia sus virtudes y alcanza la excelencia. Ahí, en el combate "à bout de souffle", en las batallas que se libran en las postrimerías del aliento, se equiparan las fuerzas, los presupuestos se nivelan, la inspiración y la transpiración corren parejas.
Consolidado el pódium de la Liga, armonizada la plantilla y engrasado el sistema, la falange mecánica del Cholo Simeone tiene el trapío, el ímpetu, el cuajo y los perendengues que requiere un asalto a la cumbre europea. Vayan pasando, pues, que urge ajustar las cuentas con un sino macabro y una historia usurera. Primero los blaugranas y luego los que vengan. "Qualsevol nit pot sortir el sol", digámoslo en vernáculo a ver si Piqué se entera. Cualquier noche, en efecto, puede salir el sol y los presuntos favoritos pueden salir por piernas.
"¡No dejes de creer!" Amen a eso.