Los perdedores ganan y el Atleti aprende
En el vestuario del Barça pronosticaron que esta Liga no acabará enjoyando su sala de trofeos y uno no es quién para llevarles la contraria, ni para privarles de un capricho que, sin duda, merecen. Lo que amuela es que acusen a la conspiración judeo-merengue de tenerlo ya todo atado y bien atado con miras a dejarles una campaña en dique seco estableciendo así que los demás son indigentes que aplican las migajas del duopolio futbolero.
O sea, que esta Liga es cosa del Madrid por las mismas razones que la presencia de Piqué es recibida en los estadios con música de viento. Porque España les roba (el balón o la hacienda) y España, según parece, es madridista de la cruz a la fecha o, por mejor decir, desde los puntapiés a la cabeza. Sin embargo, este sábado, en el Vicente Calderón -un lugar en el que para encontrar "Blanco de España" sería necesario escudriñar los azulejos- nadie les hurtó nada a los culés, nadie les puso un pero, nadie les discutió una victoria a ley, por derecho y por Messi.
De ahí que el victimismo quejicoso, ventajista y fullero del que han echado mano en el arranque del torneo se justifique únicamente atendiendo a que el Barça, que, al cabo, es más que un club, no puede hacer de menos a esa horda vocinglera que tiene en el Camp Nou el verdadero Circo Máximo de la independencia. De ahí, también, que la hipocresía ofenda a cuantos consideran que, en efecto, cabe la posibilidad de que esta Liga no acabe siendo otro remake de lo de siempre.
Hay que reconocer, no obstante, que, de un tiempo a esta parte, lo de siempre es que el Barça le zurre la badana a un Atleti entregado al ritual del vértigo y que ni tan siquiera el Niño Torres pudo ejercer de talismán en otra noche triste que él, genio y figura, alumbró fugazmente con un arranque digno de un corredor de cuatrocientos. En cualquier caso, el éxtasis duró lo que duró, lo mismo que un canuto en los alrededores de un colegio, y los trescientos de Leónidas abandonaron la contienda buscándose la pulga en el área pequeña.
Total, que los blaugranas se llevaron tres puntos que, a fin de perder la Liga, les venían al pelo. Y los colchoneros, por su parte, dieron cumplida cuenta de que un equipo (un gran equipo) en construcción no cuaja en las pachangas veraniegas y que si la derrota -cualquier derrota- duele, la única que mata es la que resulta estéril.