Simeone avisó de que el partido contra el Depor, lejos de ser un trámite con el que entretener la sobremesa, era uno de esos duelos enrevesados e indigestos que se resuelven (y no siempre) a fuerza de chispa y brega, pero la inquisición mediática decretó, a la carrera, que a otro perro de prensa con el roído hueso. La supuesta humildad del mister argentino (sentenciaría online el tribunal de la Suprema) embarrancaba, una vez más, en la falsa modestia. Por mucho que el equipo de Gaizka Garitano llegase al Calderón espoleado por la urgencia, obligado a ir al límite y a traspasarlo a veces, resultaba impensable que los deportivistas sacasen algo en limpio del fortín colchonero. Tan amarrado estaba el uno en las quinielas de la previa, tan contundente era el dictamen de los augures balompédicos, que, acercando el oído al parche de los versos, se escuchaba, muy queda, la voz de Rosalía pintando la morriña con colores de guerra: "Castellanos de Castilla/ tratade ben ós galegos; /cando van, van como rosas; cando vén, vén como negros".
Mas, ¡oh casualidad!, el Cholo dio en el clavo, anticipó lo venidero y la advertencia que hizo el sábado sobre la peligrosidad del Depor se sustanció el domingo en tres cuartos de horas de cerrojazo y aspereza. Fue un primer tiempo bronco, atropellado, tenso. Repleto de incidentes y, ahí nos duele, de accidentes. Augusto se partió por la rodilla y volverá -paciencia y suerte- cuando el Vicente Calderón esté en un tris de echar el cierre. Acto seguido, la camilla evacuó a Giménez y el paseo de marras se convirtió en una carrera contra la adversidad y contra el tiempo. El Depor resistió dándolo todo (dando cera a mansalva, pongamos por ejemplo) y sólo se vino abajo después de que Fayçal culminara sus ansias de coleccionar tarjetas y se autoexpulsara a pulso y sin redención de pena.
Ahí se despidió el duelo, se descosieron los gallegos ("cando van, van como rosas; cando vén, vén como negros") y comenzó el acoso a ultranza y el derribo a degüello que apuntilló la force de frappe de la sociedad Griezmann-Gameiro. Tres puntos luminosos, una lesión siniestra, un repaso al temario del sufrimiento y la exigencia que nunca está de más con el Bayern en puertas. La tarde, en cualquier caso, no se sustancia en un balance del haber y del debe o en la áspera reyerta que abocetaron en el césped. Lo trascendente, lo mollar, lo que abole el pretérito y absuelve sus miseria, es que una historia obcecada en torcerse acabó enderezándose por fortuna y por méritos. Que lo que amenazaba con ser un déjà vu, un reiterado encontronazo de la incapacidad con el deseo, se conjuró instaurando el orden donde reinaba el desconcierto.
Simeone, que avizoró los riesgos, no quiso ser Casandra y desmintió al agüero. De nuevo la pasión zanjó los titubeos y la fe en la victoria amortizó el esfuerzo. La cosa es que el domingo, a las deshoras de la siesta, nos curamos de espantos y de achaques escépticos. El laberinto de pasiones del sentimiento atlético -¡lo vivo y no lo creo!- es hoy un lugar común, no un perdedero estéril. Amén y a seguir creyendo.