El empate sin goles con el que se saldó el primer asalto de la eliminatoria de Copa frente al Celta anuncia un partido eléctrico en el Vicente Calderón, un desafío a todo o nada entre la espuma y el cemento, entre el relámpago y el trueno. En Balaídos, el Atleti cumplió como los grandes ante un equipo que, inspirado, jibariza a cualquiera. Aguantó el chaparrón sin aturullo, capeó con oficio la galerna celeste, se vació a la hora de secar al rival y no renunció jamás a mojarle a la oreja.
Bien es verdad que la ansiedad de Jackson por sacudirse esas legañas que le impiden ver puerta deslució, una vez más, su brega y su talento para amansar balones que le llueven del cielo. Como también es cierto que el talismán de Griezmann se extravió en un césped picado de viruelas y que, por una vez, los recambios del Cholo no fueron tan providenciales como suelen. El entramado que Berizzo puso en suerte para zurcir el roto de la competición liguera, no se deshilvanó con la velocidad de Vietto ni con la efervescente picardía de Correa y, al cabo, es de justicia, reconocer que el Toto gestionó la estrategia mejor que su colega.
Pero la cosa es que, aun así, aun teniendo delante a la mejor versión del Celta, sólo ese lance en el que Augusto hizo honor a su nombre con una pifia egregia comprometió el capo laboro de la defensa colchonera en la que, para variar, Godín ejerció de maestro y Savic sentó plaza de doctorado en ciernes. Si al Atleti marcar se le hace cuesta arriba, marcarle es escalar un Everest en pleno invierno.
De ahí que el cero a cero que cosechara en Vigo en un choque que fue un toma y daca con el vértigo tenga mayor enjundia, mayor significado y mayor mérito que algunas goleadas entretejidas de bostezos. Ese fortín inexpugnable en el que se conjugan el músculo y la entrega, la intensidad y la disciplina, la jerarquía y el criterio, es la clave de bóveda que, además del presente, habrá de sostener lo venidero.
Lo inmediato, ahora mismo, es pleitear con el Sevilla. Acto seguido, toca dictar sentencia.