La expulsión del Niño Torres no tiene ningún misterio. Podría decirse, incluso, que el delantero rojiblanco se condena a sí mismo cuando acusa a la UEFA. Antes de irse hacia Busquets, alguien con su experiencia debería haber considerado que ya tenía una tarjeta y que hay una tradición que dictamina que, siempre que el Barça está en el campo y la Champions en juego, los colegiados van al límite y no hacen prisioneros. Echemos la vista atrás, si les parece.
En marzo del 2011, durante un Barcelona-Arsenal, Van Persie se fue a los vestuarios tras un episodio casi idéntico al que protagonizó el ariete colchonero. Primero se ganó una amarilla sumarísima y acto seguido otra por desconsiderado y por imbécil. Por mandar -ahí es nada- el cuero a hacer puñetas con ocasión de un offside bastante discutible que se le atragantó en exceso. Cabe pensar que, en un contexto diferente, monsieur Busacca, el referee, le habría amonestado de palabra en lugar de acogerse a la literalidad del reglamento. Mas prefirió, no obstante, pecar de puntilloso y apuntilló a Van Persie con la misma presteza que monsieur Brych, el martes, sacó a Torres del césped.
La cuestión es que ambos, el holandés y el madrileño, cometieron el mismo error con lustro y pico de por medio. La falta del nueve atlético -la única, la verdadera falta, a los efectos- fue el haber hecho falta en el Camp Nou en un cruce de Champions y con un árbitro UEFA. Medite el colchonero sobre la máxima de Cruyff y, en lo sucesivo, procure aplicarse el cuento: "Antes de equivocarte, abstente".
(Lo anterior es un extracto de las consideraciones que Bruno Roger-Petit, uno de los grandes nombres del periodismo balompédico, vertió en "Le Figaro" tras el escandaloso gatuperio y que un servidor de ustedes les brinda como ejemplo de que lo que es verdad aquende los Pirineos, no siempre es mentira allende).