El derbi de Arbeloa
Después de cumplir el trámite del partidillo contra el Malmö, el amigo Arbeloa quiso exhibir ante los micros el desparpajo que no luce sobre el campo. De ahí que, preguntado por cómo veía el derbi desde el privilegiado observatorio de una pachanga inane, solventase el dilema entrando en plancha y afilando el colmillo en lugar de los tacos. Dice Álvaro Arbeloa que éste domingo el Calderón será un Cabo de Hornos para la escuadra blanca y que están obligados a darlo todo -y más- si no quieren, de nuevo, salir desarbolados.
Dice eso y dice bien porque, a tenor del 4-0 que cosecharon hace un año, el Manzanares es un coto en el que los merengues se están dando un hartón de pescar sapos. Lo malo es cuando, luego, apostillando que el encuentro es un trago de aúpa, un verdadero encontronazo, sostiene que el motivo de que les hagan sudar sangre es que ellos se juegan únicamente los tres puntos y los de Simone, en cambio, van a envidar la temporada. Hay que ser boquiflojo, perdonavidas y pazguato para menoscabar tan burdamente al enemigo so capa de halagarlo.
O sea que el Atleti, a juicio de Arbeloa, en el caso, improbable, de que aún le quede algo, con ganarle al Madrid un mano a mano en casa ya habría aprobado el curso y superado la reválida. La Liga, por supuesto, la damos por perdida. Y de la Champions, ay, de la Champions ni hablamos. Lo cierto es, sin embargo, que, aunque la hinchada colchonera tenga, de cara al derbi, una hambruna feroz, un ansia inextinguible de encadenar revanchas, el festín dominguero sólo consta de un plato.
Si nos los merendamos, que aproveche. Dieta y bicarbonato, si se nos atragantan. Contra el Villareal caímos con justicia. Contra el Benfica con el concurso de los hados. Contra la prepotencia de Arbeloa habrá que echar el resto y darle una lección, si no de fútbol, de modales.