Habría que estar ciego -o, por lo menos, tuerto, como el arbitrario referee que descosió al Atleti- para no ver que el Barça tiene, amén de una gran plantilla y un presupuesto inmenso, notorios valedores entre los demiurgos de la UEFA. El romance de la entidad blaugrana con la élite que rige el Gran Circo europeo se sustanció en una campaña en la que, sin escatimar en medios, se pretendió vender el fútbol como un credo ecuménico, como una floración del humanismo a ras de césped, como una suerte de escolanía filosófica en la que se hibridaban la ética y la estética.
Guardiola escribió la música y acompasó la orquesta; Platini, por su parte, coordinó a los corifeos y las fuerzas de choque del 'sport-power' de Qatar se ocuparon de que los muecines de Al Jazeera difundieran el virtuoso desempeño del bienaventurado Messi y sus humildes 'fraticelli'. ¿Hay que añadir que en el organigrama de Al Jazeera, que es el mayor network del mundo y el principal proveedor de contenidos balompédicos, una empresa española (pero catalanista hasta los tuétanos) tiene un asiento de platea? Jaume Roures, Mediapro, a lo mejor les suena.
Con tales ingredientes -los emiratos, los culés, los petrodólares, las plusvalías de la Champions y los enjuagues panameños- que cada conspiranoico aliñe el sapo a su manera. A un servidor de ustedes le trae más a cuenta tirar de refranero: arrieritos somos y junto al Manzanares nos encontraremos. Corramos hasta entonces un estúpido velo sobre la noche del Camp Nou, la impunidad caníbal y el bandidaje a verso suelto: "Vinieron los sarracenos/ y nos molieron a palos, / que Dios ayuda a los malos / cuando son más que los buenos".