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Auto de fe

Sostener que la Champions, hoy por hoy, no es ninguna quimera no es un dogma de fe: hay motivos, hay juego, hay argumentos.

Gar Ebb pidió justicia en la vigilia del encuentro y se hizo justicia en el tribunal del césped. El Calderón condenó al Barça a pagar sus carencias y le restituyó al Atleti lo que le pertenecía por derecho. Ganó el mejor de largo, el más determinado, el más filoso, el más intenso. El que tuvo más fe, en resumidas cuentas, si hemos de creer a pie juntillas en la jaculatoria que difunden los catequistas de los medios. Es harto discutible, sin embargo, que sólo con la fe (ni aún con la sola fide que instituyó Lutero) se pueda barrer del campo a un gigantón que, hasta la fecha, imponía su ley con desahogado engreimiento o con desfachatez palmaria si se encontraba en un aprieto.

El conjunto escultórico que el Cholo Simeone ha esculpido con genio, con ojo y con cantera, es un conglomerado (casi zen) de fluidez y de firmeza. Una atalaya inexpugnable si toca guardar la hacienda y una avalancha incontenible si la ocasión se presta. Lo sustancial, empero, no es que el equipo, después de mucha brega, haya accedido a la excelencia multiplicando la exigencia. Lo significativo, al parecer, no es que las individualidades del Atleti lograran imponerse hombre por hombre, kilo por kilo, cuerpo a cuerpo, a la flota estelar, al ariete caníbal y al tontaina tuitero.

Lo que hizo posible que el campeón de Europa cayese con justicia -¡¡¡CON JUSTICIA!!!- y con estrépito fue la fe, no el talento. Hete aquí que los cronistas deportivos se han revestido con las galas de doctores angélicos y fungen de teólogos con cargo a lo pedestre. El milagro de anoche únicamente se comprende desde la fe salvífica que ensalza a los humildes y redime a los débiles.

Eso explica que el Cholo mandase a Luis Enrique a ver crecer la hierba (quién sabe si a comérsela) al parvulario de los estrategas. Eso explica que Griezmann estuviera sembrado y los demás inmensos. Y eso explica, por último, que un huracán entretejido con cincuenta mil alientos, forzase a la montaña a recular ante el Atleti.

¿No sería más justo -por remachar lo justiciero- dejar en dique seco la fe del carbonero y aventar las razones que justifican nuestro credo? Sostener que la Champions, hoy por hoy, no es ninguna quimera no es un dogma de fe: hay motivos, hay juego, hay argumentos.

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