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Acuse de recibo

Hete aquí que el penúltimo raulista vivo ha dado un nuevo ejemplo de su espectacular viveza a la hora de hilvanar pellizquitos de monja y estocadas traperas. En un visto y no visto, mi dilecto colega ha puesto a un servidor como chupa de dómine y como no digan dueñas por pretender, según sentencia, vestir con sedas éticas a la mona (de Pascua) del resentimiento. Especialista en juicios rápidos y rotundas condenas, mi compañero -y sin embargo amigo- me envía, por piedad, al purgatorio de los cursis en lugar de abismarme en el infierno de los necios. Se agradece el detalle y, si me apuran, se celebra: un antimadridista visceral no se esperaba menos del infalible oráculo del madridismo a tumba abierta.

Dicho lo cual, vayamos al asunto, al lío y al turrón (del duro, por supuesto). Sostiene Juan Manuel Rodríguez que esa trinchera que separa a los que son muy suyos de los que son muy nuestros, sólo es, en realidad, un burladero. Que la humildad impostada es el disfraz de la impotencia. Que la mitología dickensiana del sufridor perpetuo es una mixtificación, un embeleco, una irrisoria tapadera. Que el descarado ninguneo por parte de los medios es fruto de la mano invisible del mercado en lugar de un amaño en el que prevalecen los de siempre. O sea -refranes vienen-, que si la envidia fuera tiña, cuántos tiñosos hubiera en la feligresía atlética.

Blanco y en botella: según el diagnóstico de mi correligionario de la tecla, el antimadridismo es una suerte de enfermedad moral que bastardea los espíritus, ahorma las seseras y hunde sus raíces en un historial anémico. Lo demás son pamemas, quincalla emocional y melodramas de fogueo. El futbol -zanja el penúltimo con fachendosa suficiencia- es un juego venial y no hay porqué ir metiéndose en charcos trascendentes. Se acepta la moción a cambio de una enmienda: el fútbol es un juego en el que se pone mucho en juego.

¿O no es cierto que el clásico, el verdadero clásico, es el que enfrenta al estado opresor con la esquilmada periferia? Rien ne va plus, señoras y señores. Húrguense en los adentros y hagan sus apuestas. Admiren el tinglado de la antigua farsa y a los protagonistas de la gigantomaquia posmoderna. Y recuerden: el fútbol es un juego, únicamente un juego. ¿Cuesta entenderlo? Cuesta.

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