Tal día como hoy, un 11 de febrero, pero del año 1900, nacía en Usworth, muy cerca de Durham, Thomas Edgar Ball.
Hijo de un minero del carbón, y el cuarto de seis hermanos, no tardaría en entrar a trabajar él también en las minas, a la vez que disfrutaba de su gran pasión de niño: el fútbol.
Pasión que le iba a valer para encontrar un futuro mejor. Cuando menos más salutífero. A los 20 años ficharía por el Newcastle, uno de los gigantes del fútbol inglés (y muy cercano a su localidad natal). Sin embargo, no llegaría nunca a vestir la negriblanca de los magpies; antes de debutar sería contratado por el Aston Villa, que por aquel entonces se codeaba también con los mejores equipos del país -con seis ligas y seis FA Cups ya en su palmarés-.
No hay duda de que Tommy Ball era un gran proyecto de futbolista, y en Birmingham tenían claro que si querían seguir en la élite, debían contar con las mayores promesas del país.
A pesar de que inicialmente Ball fue suplente. Y en aquella época ser suplente significaba no jugar prácticamente nunca. No había cambios; y el 11 titular debía serlo siempre, a no ser de alguna lesión o de alguna catástrofe.
El puesto de central titular, el de Ball, lo ocupaba Frank Barson, quien era además el capitán del equipo. Un tipo peculiar y considerado como uno de los más duros en la historia del fútbol británico. Con todo lo que eso conlleva.
Pero en verano de 1922 se marcharía al Manchester United. Se le abría la puerta de la titularidad a Tommy Ball. Y no la desaprovechó, dando la razón a aquellos que apostaron por su incorporación a pesar de Barson. La complicada salida del capitán del equipo fue rápidamente suplida por el joven futbolista, que pasó a ser titular indiscutible en aquella temporada 22-23, rallando a un gran nivel, hasta el punto de llegar a ser citado con la selección de fútbol inglesa (aunque no llegaría a debutar).
En total, Tommy Ball disputaría 74 partidos con los villanos. El último de ellos el 10 de noviembre de 1923 ante el Notts Count, al que se impusieron por 1 a 0. La tarde siguiente, Ball era asesinado.
Un disparo inesperado
En los tres años que llevaba ya en Birmingham, Ball había tenido tiempo –además de ganarse la titularidad- de conocer y casarse con Beatrice. Pronto se instalaron en una de las mejores zonas de la ciudad, en una vivienda propiedad de George Stagg, excombatiente en la Primera Guerra Mundial y policía en la reserva. Stagg vivía en la casa adyacente. Pensaba que no podía haber un lugar más seguro...pero nada más lejos de la realidad.
La relación entre el policía y el futbolista no era la mejor. Pero aquella tarde del 11 de noviembre las cosas fueron demasiado lejos.
Después de unas agradecidas pintas en un pub cercano, Tommy y Beatrice volvieron andando a casa. Era un buen momento para sacar a pasear al perro, pensó él al llegar a casa. Hacerlo bajo la luz de la luna y con el silencio de la ciudad dormida le permitiría además rememorar la gran victoria de ayer. Ella aceptó, imaginando que pasar un rato a solas en casa sería una forma agradable de continuar la tarde.
Pero al poco de entrar en su habitación, oyó un disparo. No sabiendo para nada qué era lo que había ocurrido, la cercanía y potencia del sonido la hicieron salir corriendo de casa.
No hizo falta correr mucho. Pocos metros cerca de la puerta yacía su marido en el suelo sobre un inmenso charco de sangre. "Me ha disparado" acertó a decir Tommy cuando vio llegar a Beatrice. Ella le sostuvo en sus brazos, implorando que no se marchara. Unos segundos después un nuevo disparo la hizo estremecerse. La bala había pasado rozando su hombro.
El disparo procedía de la casa de George Stagg. No había duda. Beatrice levantó la cabeza y vio al policía correr la cortina de la ventana del salón. Mientras Tommy Ball exhalaba su último suspiro en brazos de su mujer.
Un vecino perturbado
Instantes después, la policía se personaba en la vivienda y detenía a George Stagg. Desde el primer momento mantuvo que se había tratado de un accidente.
Posición que mantuvo durante el juicio, que arrancaría ya en febrero de 1924.
Primero dijo que disparó cuando vio a alguien –no era capaz de ver claro quién- trepando por la puerta del jardín. Falló el disparo, y vio cómo su vecino Tommy Ball, visiblemente borracho, le atacaba. Discutieron, pelearon, y entonces el arma se disparó por accidente, cuando el futbolista trataba de arrebatársela.
Una historia llena de contradicciones, como se explica en el extenso artículo de The Guardian sobre el caso. Tanto el propietario de la taberna en la que Beatrice y Ball habían estado anteriormente como el conductor de un autobús que les había visto caminar insistieron en que Ball estaba perfectamente sobrio. Stagg aseguró que Ball había trepado por la puerta, cuando podría haber entrado en el jardín pasando por encima de un pequeño muro de no más de un metro. ¿Y qué estaba haciendo Stagg con una escopeta cargada, como si estuviera esperando que alguien trepara por su puerta?
Cuando se vio acorralado, tachó a Tommy Ball de alcohólico y de agredir repetidamente a su mujer. Algo que sería refutado por Beatrice, quien argumentó que su marido jamás la había golpeado ni amenazado; y por su entrenador en el Aston Villa, quien sostuvo que Ball había llevado siempre una vida saludable, y que ningún efecto del alcohol le había afectado nunca en su rendimiento.
El jurado tardó poco menos de dos horas en dar su veredicto. George Stagg era culpable. Fue condenado a muerte.
En cualquier caso, Stagg conseguiría salvar la ejecución. Afortunadamente para él, el proceso tuvo lugar justo en mitad de un debate nacional sobre la conveniencia de la sentencia de muerte. La llegada al gobierno del partido laborista, con Ramsay MacDonald -contrario a la pena de muerte- como primer ministro, supuso cambios en este sentido. Entre ellos la sentencia a George Stagg, que sería sustituida por una cadena perpetua.
Tres años más tarde sería declarado enfermo mental, y pasaría por diversas instituciones mentales hasta su muerte en 1966, con 86 años, en el hospital psiquiátrico Highcroft de Birmingham.
El adiós a una estrella
El funeral de Tommy Ball se ofició el 19 de noviembre. Acudieron centenares de personas. Entre ellos, sus compañeros del Aston Villa, así como representantes de todos los equipos del fútbol inglés.
Con 23 años, se marchaba uno de los futbolistas más prometedores del país. En un caso, una tragedia, que hoy, casi 100 años después, sigue siendo recordada. Su tumba, en la iglesia de San Juan Evangelista en Perry Barr, es lugar de peregrinación para aficionados del Villa. En ella, la lápida reza ‘A T.E. Ball. Una muestra de la estima de sus compañeros del Aston Villa FC’.