
En una de las salas del precioso Craven Cottage, el estadio del Fulham que rezuma fútbol por todos sus costados, una gran foto con el escudo del Atlético de Madrid se alza entre los visitantes. El año pasado tuve la fortuna de recorrer el lugar con más solera del fútbol británico y me sorprendió la instantánea. Enseguida la encargada de comunicación del equipo te explica. "Nos ganaron la Europa League en 2010 pero hay que tener un detalle con el campeón. Aunque perdiéramos el hito para nuestro club es muy grande". Esa anécdota te sirve para valorar la esencia del fútbol en las Islas. Todo es sentimental hasta el punto de recordar para siempre el equipo que te ha dejado sin un título europeo. El 12 de mayo de 2010, en Hamburgo, el Atlético de Madrid vencía a los londinenses en la final de la antigua UEFA, la UEFA de siempre, convertida ahora en Europa league.
Aquella noche Forlán acertó en dos ocasiones con la portería de Schwarzer. Es cierto que la segunda vez tuvo que ser sobre la bocina y cuando los penaltis amenazaban con elevar al campeón. El uruguayo había marcado a la media hora pero Davies había empatado para el Fulham apenas cinco minutos después. Lo demás es historia hasta una prórroga intensa, llena de nervios, que culminó feliz para los intereses colchoneros. Aquel recorte de Agüero, el pase y la puntera de Forlán.
Mucho había luchado ese Atlético para que el torneo no fuera una losa. Rebotado de la Champions donde el papel había sido poco menos que lamentable. No había ganado el equipo, primero de Abel, luego de Quique, ningún partido de la liguilla y al Apoel Nicosia sólo le había sacado dos empates. Derrotas en Oporto, en Londres ante el Chelsea, en el propio Calderón ante los portugueses y un empate en casa ante los ingleses. Pobre recorrido para un club que deambulaba en Liga, pero que hizo de las Copas, a partir de enero, su ilusión aquel año. En la de España llegó a la final, perdida ante el Sevilla una semana después de esta noche feliz. En Europa caminó tambaleándose hasta el último día pero llegó a la meta.
Del viaje del Atlético por la competición todo es una montaña rusa. Idas, venidas, nervios y tensión. Todas las eliminatorias decididas en el partido de vuelta y algunas, in extremis. Empezó regular la cosa ante el Galatasaray en el Calderón con empate a uno, salvado el trago con un gol de Forlán en Estambul, sobre la hora. Ante el Sporting de Lisboa empate a nada en casa, salvado el trance con dos goles de Agüero en Portugal.
Qué decir de Valencia y Liverpool. En cuartos, tras un empate a dos en Mestalla, sufrimiento en el Calderón, penalty a Zigic y tiro al larguero de David Villa incluido. Y contra el Liverpool un gol salvador del héroe de aquella copa. El uruguayo, siempre fiel, rescató en Anfield a un equipo que se moría.
De la final quedan los recuerdos de un partido más tosco que bonito. Más táctico. Las lágrimas de Tiago en la grada. El portugués, que llegó en invierno, no pudo jugar aquella competición. La sensación de que el Atlético volvía justo a tiempo. Dos años antes un gol de Forlán había metido al equipo en la Champions tras años en el ostracismo. Después de esa Europa League, la Supercopa ganada al Inter en verano. Volvía de alguna manera el Atlético y Quique puso las primeras notas a esta sinfonía. Justo en la mitad de camino desde el descenso al infierno (2000) y la época de ahora, muy gratificante (2020). En este viaje de 20 años hubo luces y sombras pero esa noche de Hamburgo fue el punto de inflexión, todo comenzó de nuevo a florecer.