La vida de Fred Spiksley da para película. Y para best seller. Y para mucho más. Uno de los futbolistas más importantes –y goleadores- de finales del XIX y comienzos del Siglo XX, innovador entrenador que triunfó en muy diferentes países, estrella del teatro que trabajó con Charles Chaplin, y protagonista de un curioso plan de huida de una cárcel durante la Primera Guerra Mundial. Difícilmente, ninguna leyenda del fútbol podría igualar una historia como la suya.
Futbolista por vocación
Fred Spiksley nacía el 25 de enero de 1870 en Gainsborough, un pueblecito de Lincolnshire, al este de Inglaterra. Hijo de un calderero, pronto se dejó seducir por la fiebre del fútbol que se arraigó en la Inglaterra de finales del Siglo XX. Y eso que ni sus compañeros de entonces, ni sus familiares, estaban muy por la labor de que perdiera su tiempo detrás de un balón…
Pero lo cierto es que se le daba bien. Muy bien. Comenzó jugando en equipos locales, como el Gainsborough Trinity, con el que, según los registros de la época, anotó nada menos que 131 goles en 126 partidos. Así que no es de extrañar que con 21 años firmara por el Sheffield Wednesday, entonces conocido simplemente como The Wednesday.
No tardó en destacar por su elegante regate, su tremenda velocidad con el balón en los pies, y su facilidad para anotar tantos. Era una estrella. Y de su mano el Wednesday pasó en muy poco tiempo de ser un equipo de la non-league a proclamarse campeón de la FA Cup y estar siempre en la zona alta de la First Division. Fue precisamente en la final de la FA Cup de 1896 cuando Fred Spiksley se convirtió en leyenda, al marcar un doblete ante el Wolverhampton que permitió a su Wednesday hacerse con el título. El primero en la historia del club.
Por si fuera poco, en su última temporada con en el Wednesday, al que había llegado 12 años atrás, se proclamó campeón de liga. También la primera en su historia. Una grave lesión de rodilla –la misma que en cierta manera le salvaría la vida años más tarde- le llevó a abandonar el club tras aquella brillante temporada, y tras alcanzar los cien goles. Siguió probando fortuna en el Leeds City, el Glossop North End, el Southern United y el Watford, pero jamás se repondría.
Durante su mejor etapa como futbolista Spiksley también se convirtió en un habitual en la selección de fútbol inglesa. En sus dos primeros encuentros lograría dos hat-tricks, convirtiéndose en el primer futbolista británico que conseguía tal hazaña.
De futbolista a actor
En 1906 colgó definitivamente las botas, aunque no iba a significar su adiós al mundo del fútbol. Aprovechando el crecimiento de este nuevo deporte desde Inglaterra hacia el resto del mundo, Spiksley ejerció como técnico en diferentes países como Alemania, Francia, España, Estados Unidos, Perú o México. Fue en Suecia donde alcanzó mayor éxito, al proclamarse campeón de liga con el AIK Solna.
Sus métodos de entrenamiento eran pioneros e innovadores, basados en un fútbol más técnico, un juego de pasar el balón y desmarcarse inhabitual en la época. Así pudo llevar a cabo el crecimiento de muchos futbolistas, tal y como se recuerda en diversas grabaciones de la British Pathe News (considerados como unos de los primeros vídeos de sesiones de entrenamiento).
Pero el talento de Fred Spiksley no se limitaba a los terrenos de juego. Poco después de su retirada comenzó una carrera como actor, generalmente rodeado de un balón de fútbol, llegando incluso a actuar en un circo itinerante.
Fred Karno, uno de los hombres más importantes de la industria teatral de la época y cabeza visible del género slapstrick (humor físico con gran presencia de acciones exageradas de violencia física que no derivan en consecuencias reales de dolor), le contrató para varias obras, como se relata en el libro sobre su vida ‘Flying over an olive grove’.
En una de ellas, ‘The Football March’, actuó junto a un jovencísimo Charles Spencer, que años más tarde se convertiría en una de las grandes estrellas de la historia del cine ya con el nombre de Charlie Chaplin.
La huida de la cárcel
Paralelamente a su carrera como actor continuó ejerciendo como entrenador, y tras su gran éxito en Suecia –donde llegó a dirigir a la selección nacional- se desplazó a Alemania. Al 1860 Munich primero, y al Nurnberg después. Fue precisamente ahí donde le pilló el estallido de la Primera Guerra Mundial, siendo encarcelado –junto a su hijo- en virtud del decreto que exigía la prisión para cualquier extranjero de entre 17 y 45 años.
De la prisión de Nurnberg fue trasladado poco después a la prisión de Lindau, gracias a las gestiones realizadas por su mujer Ellen y el propio club de fútbol al que estaba dirigiendo hasta entonces. Nada más llegar a Lindau, Spiksley hurdió su plan para conseguir salir. Cuando conoció que debía ser evaluado por un tribunal médico de carácter militar para confirmar si estaba capacitado o no para servir en el frente, se valió de su vieja lesión de rodilla que le obligó a retirarse del fútbol.
Sabía que nunca había quedado del todo reparada, y que con algunos gestos –como por ejemplo aplicarse calor sobre la misma- podía dislocársela. Y eso fue lo que hizo. Durante la mañana previa al examen estuvo horas con agua caliente sobre la rodilla, y a la hora de correr ante los médicos, se le dislocó. Al comprobarlo, el tribunal no dudó en determinar que no era apto para el frente, y se le permitió abandonar Alemania.
Adicción insalvable
Tras regresar a Inglaterra, pasó el resto de la Guerra trabajando en una fábrica de munición de Sheffield. Al concluir el conflicto bélico retomó su carrera como entrenador, cogiendo de nuevo las maletas para enseñar su fútbol en España, México, Suiza o, de nuevo, Alemania, donde repetiría el éxito de Suecia al proclamarse campeón de liga con el Nurnberg.
Pero paralelamente Spiksley cayó en la adicción al juego y las apuestas. Sobre todo en las carreras de caballos. Al principio eran pequeños gastos, pero éstos se fueron incrementando, dando lugar a generosas deudas primero, visitas a los juzgados después, y finalmente la bancarrota.
Su muerte llegó precisamente en un hipódromo. Con 78 años, sufrió un infarto en las gradas. En sus manos, mientras perdía la vida, tenía un boleto ganador.