Si hay un equipo capaz de resucitar cuando nadie lo espera, incluso haciendo un partido pésimo, ese es el Atlético de Madrid de Simeone. Y si hay un equipo capaz de perder un encuentro o una eliminatoria cuando nadie lo espera, incluso haciendo un gran partido, ese es el Barcelona de Ernesto Valverde. Si juntas esas dos capacidades y las colocas en un contexto en el que a uno le sale todo bien y al otro mal, te queda la histórica semifinal de la Supercopa de España que los rojiblancos le ganaron por 2-3 al conjunto catalán.
Si Rubiales quería llamar la atención del mundo con su nueva Supercopa en Arabia Saudí, el partido entre madrileños y catalanes es, a falta del derbi de la final, el mejor reclamo posible, porque guste o no guste, la afición local, que abucheó al Atlético durante todo el partido, no verá un duelo definitivo por el título entre Real Madrid y Barcelona.
El supuesto premio gordo y gran reclamo de la competición para los saudíes tendrá que esperar por lo menos un año más porque Simeone y los suyos resucitaron en Yeda cuando muchos ya se frotaban las manos. El Atlético se encargó de evitar el Clásico luchando contra todos y contra todo, sobre todo contra todo, porque el VAR estuvo a punto de dejar al conjunto de Simeone sin la final y, además, de manera muy injusta. Y ojo, lo más importante, de manera inexplicable una vez más porque te lleves la final de la Supercopa de España a Arabia Saudí o a Plutón, el penalti por mano de Piqué con 2-2 en el marcador es lo que es, una pena máxima como un desierto de grande. Para variar, ni el colegiado ni el VAR quisieron ver nada. Si alguien quiere compañerismo, el gremio arbitral parece maravilloso.
¿Hizo más el Barcelona para ganar? Sí. ¿Hizo también más para perder un partido que pudo ganar cómodamente? También. Y esa fue la diferencia. Un equipo que con todo a favor lo tiró por la borda con una defensa lamentable y otro que a falta de tener la personalidad de antaño aún mantiene la fe.
¿Ganó el Atlético o perdió el Barcelona?
Es la gran pregunta del partido y casi todos los aficionados, sean del Atlético o del Barcelona, van a coincidir si llevan un mínimo de objetividad por bandera. La respuesta de un humilde cronista es que la semifinal la perdió el equipo de Ernesto Valverde y ya van unas cuantas contando Roma (cuartos) y Liverpool, porque el Barcelona no sabe rematar partidos o eliminatorias que tiene muertas, enterradas y casi con el luto pertinente completado. Es la cura de todos los muertos vivientes y en el Camp Nou están hartos de mordeduras de zombies.
Lo que pasó en Yeda fue otra piedra más sobre el ataúd de Valverde porque el plan de Simeone falló desde el minuto 10 y a partir de ahí solo se jugó a lo que quiso el Barcelona, y concretamente a lo que propuso Messi. Pero es que, además del argentino, el partido de otros jugadores como Griezmann o Suárez fue intachable, sin embargo, nada de eso sirvió porque del minuto 81 al 86, el Barcelona se puso la granada en el pecho y le dijo al Atlético "tira tú de la anilla y acaba con nosotros". ¿Qué hizo el Cholo? Le faltó salir él al campo para tirar de dicha anilla.
Ya en la primera parte el Atlético se dedicó a sobrevivir con Oblak como Mesías, pero con Messi delante no te vale solo con tener al mejor portero del mundo. Si el 0-0 al descanso ya pareció milagroso, más lo fue aún el 0-1 de Koke nada más salir de vestuarios. Aún así, el Atlético siguió sin dar muestras de su antigua personalidad y con el conjunto rojiblanco perdiendo vida a cada minuto que pasaba llegó el 1-1 de Messi, el 2-1 de Griezmann para hacer más grande la herida madrileña, y además, dos goles bien anulados antes y después del segundo tanto culé. Uno de ellos por un milimétrico fuera de juego. ¿Quieren más clavos para sepultar al Atlético? Koke recayó de su lesión jugando solo la mitad del segundo tiempo.
Con todo lo dicho anteriormente parecía imposible que el Barcelona perdiese el partido, pero lo perdió. ¿Cómo? Ni Griezmann supo explicarlo al final del partido aunque la explicación es sencilla: defensa lamentable y actitud de equipo atenazado por fantasmas pasados. En solo cinco minutos, penalti a Vitolo que marcó Morata, mano clamorosa de Piqué que González González y el VAR no quisieron ver y el 2-3 de Correa. En la grada, la ola se convirtió en charca y en el césped, la palidez de los muertos pasó de la cara de Simeone a la de Valverde. Si alguien quería una Supercopa de España agitada, aquí tiene su primera dosis, y además en vena.