La historia de Leighton Roose es la historia de un futbolista que triunfó en su equipo y en su liga; que alcanzó una gran notoriedad en la sociedad de su país, convirtiéndose en una gran estrella mediática; que amaba la noche y todo lo que rodeaba al hecho de tener dinero; al que todas las mujeres querían poseer; y que con sus actuaciones en el césped se convirtió en una referencia para las generaciones venideras. Sí. Podría ser una historia más como tantas otras. Pero lo que la hace tan especial es que ya hace más de 100 años de su historia...
Porque Leigh Richmond Roose nació en el Siglo XIX. Concretamente, el 27 de noviembre de 1877, en Holt, al norte de Gales. A los 2 años se quedó huérfano de madre, aunque la buena situación económica de la familia le permitió crecer sin problemas. En la escuela privada fue donde conoció la práctica del fútbol, y con 18 años ya formaba parte de la primera plantilla del Aberystwyth Town. En apenas dos temporadas Roose se dio a conocer en el país, tanto por su buen rendimiento como guardameta, como por sus excentricidades fuera del campo.
El redondo año de 1900 fue el de su consagración, al conquistar la Copa de Gales, recibir la primera llamada de la selección galesa, y fichar por el Stoke City inglés. Allí se convertiría en uno de los mejores porteros del fútbol británico, además de una de las caras más reconocidas del país. En el Stoke estaría cinco temporadas -en dos etapas-, pasando también por el Everton, el Sunderland, el Celtic de Glasgow, el Aston Villa o el Arsenal. En 1912 regresaría a su Aberystwyth, donde se retiraría a los 35 años, cerrando una maravillosa carrera de 17 temporadas. Acumuló además 24 internacionalidades con Gales.
Un estilo atípico
Pero si Leighton Roose fue famoso durante décadas en Gran Bretaña no fue precisamente por su talento bajo portería. O no sólo por eso. Porque es cierto que no es nada desdeñable el hecho de que acumulara más de 50 partidos sin encajar ningún tanto -y en aquellos años eso no era como hoy en día- teniendo en cuenta que en casi todas las temporadas luchó con sus equipos por salvar la categoría (a excepción de los dos subtítulos de liga con el Sunderland). Pero no. Si Leigh Richmond Roose fue brillante por algo, decíamos, fue por su estilo de juego. Por ser un portero totalmente atípico para la época.
Recupitulemos. En aquel fútbol de finales del XIX y principios del XX, el portero era poco más que un 'parador de balones'. Apenas se atrevía a salir del área pequeña, ya que por mucho que le golpearan o le patearan, no era considerado como una acción ilegal. Vamos, que le podían hacer de todo sin que se señalara falta. Por tanto, era impensable ver a un guardameta ir a por un balón aéreo, por ejemplo, si es que tenía la intención de seguir jugando el partido. De hecho, por eso mismo en aquellos años el portero aún podía tocar el balón con la mano en cualquier lugar del campo (de su medio campo, para ser más exactos). Total, qué más daba, si jamás se atrevía a salir de los tres palos...
Sin embargo, Leigh cambió aquello de manera radical. Dada su gran fortaleza física, no rehuía el choque. Antes al contrario, lo buscaba, sabedor de que iba a salir victorioso. Y al hacerlo, iba con el balón en las manos para provocar los contraataques de su equipo. Como si fuera rugby. El rival ya dudaba, consciente de que cualquier balón en largo iba a terminar en poder de Roose, y consecuentemente se convertiría en un problema para los suyos. Aquello le granjeó una gran fama, claro, pero también un buen número de detractores. Entre ellos, la FA, que nunca fue muy partidaria de su estilo -ni de su arrogancia-. Y en 1912, en el ocaso de su carrera, decidió cambiar las reglas: los porteros sólo podían tocar el balón con las manos dentro de su área. "Su juego obligó a la Football Association a cambiar las reglas", escribiría al respecto su biógrafo, Spencer Vignes.
La primera superestrella
Aquel estilo inusual y ganador; aquella arrogancia elegante que manejaba en el campo y fuera de él; su apuesto aspecto; su facilidad para hablar con todos con una sonrisa en el rostro... eran todo características que convirtieron a Leighton Roose en un futbolista muy seguido y muy amado. Era mucho más que un simple futbolista. Probablemente, la primera gran estrella del fútbol británico. "Tenía el estilo de juego de Peter Schmiechel, la actitud de disfrutar la vida de George Best, y el interés mediático de David Beckham" declararía sobre él Spencer Vignes.
Todo aquello le permitió, claro, vivir muy bien del fútbol. Y eso que supuestamente en aquella época eso no era posible. Todos los futbolistas debían ser amateurs. Pero sólo de cara a la galería... porque Leigth Roose amasó una cantidad muy importante de dinero. Como ejemplo, baste la anécdota de cuando perdió el tren para un partido del Stoke en Birmingham ante el Aston Villa. Acto seguido contrató su propio carro, y le envió la factura (de 31 libras, casi nada, teniendo en cuenta que en aquellos años un minero ganaba poco más de una libra a la semana) a su club, que la pagó sin rechistar.
Y le permitió también estar siempre rodeado de mujeres, y en los mejores pubs y clubs del país. No en vano, en 1905 el Daily Mail escogió a Roose como el segundo soltero más deseado del país, sólo por detrás de la leyenda del cricket Jack Hobbs. Entre sus romances más sonados, sin duda, el que mantuvo con la superestrella de musicales Miss Marie Lloyd, quien popularizó entre otras la canción My Old Man (Said Follow The Van). Su relación, teniendo en cuenta que Lloyd estaba entonces casada, provocó una tremenda reacción mediática que no hizo sino acrecentar la fama del futbolista.
Un final misterioso
Retirado, como decíamos, en 1913, un año después se alistó en la Royal Army Medical Corps tras estallar la Primera Guerra Mundial. Fue condecorado con la Medalla Militar británica, supuestamente por su habilidad para lanzar granadas con enorme precisión al enemigo, adquirida de su época como portero. En 1916 acudiría con los Royal Fusiliers a la catastrófica Batalla del Somme, donde como tantos otros terminaría falleciendo en pocas horas. Tenía 38 años.
No obstante, los detalles de su fallecimiento supusieron todo un misterio durante muchos años, hasta que Spencer Vignes terminó por descubrirlo. "Sólo después de estudiar el memorial de guerra a las víctimas del Somme descubrí que él también aparecía, pero como 'Cabo Rouse' y no 'Cabo Roose'", afirma. Es por ello que nunca se encontró el cuerpo de Leighton Roose; porque, oficialmente, no existía.
Un triste y complicado final para una personalidad complicada, pero arrolladora. Exitosa en todo lo que se propuso. Demasiadas cosas en tan pocos años de vida. Y una que perdura hasta nuestros días: la regla de que el portero sólo puede tocar el balón en su área, pero con la confianza suficiente de salir a disputar los balones aéreos.