Tal día como hoy de hace justo 54 años se producía una de las mayores tragedias que se han vivido jamás en un terreno deportivo. En el Estadio Nacional de Lima fallecían 328 personas y otras 500 resultaban heridas, tras un cúmulo de circunstancias que desembocó en un duro enfrentamiento entre aficionados y policía.
Aquel 24 de mayo de 1964 se jugaba en Lima la sexta jornada de las siete que componían el Torneo Preolímpico Sudamericano de 1964, celebrado durante todo el mes en la capital peruana. La anfitriona, Perú, debía enfrentarse a la favorita y líder en la clasificación, Argentina.
Con un empate Perú se aseguraba matemáticamente entrar en la repesca ante Brasil, ambas por detrás de la inalcanzable Argentina. Era complicado, pero jugando en casa, y ante una selección albiceleste que, como todas, tan solo podía presentar cuatro futbolistas de Primera División, la bicolor veía la empresa alcanzable. Soñaba con estar en los Juegos de Tokio.
Por eso, a las 15:30 arrancó el partido en un Estadio Nacional de Lima repleto, con más de 47.000 espectadores que confiaban en la victoria local. Pese al dominio de la selección peruana, al descanso se llegó con el marcador de 0 a 0. Y ya en la segunda mitad Manfredi adelantó a la selección argentina.
Cuando faltaban ocho minutos para el final, la grada se entusiasmó cuando vio a Lobatón aprovechando un rebote del defensa argentino Horacio Morales para anotar a puerta vacía. Enloqueció, hasta que se dio cuenta de que el colegiado Ángel Eduardo Pazos había señalado juego peligroso en el remate. Y a partir de ahí, el infierno.
Un desastre encadenado
Dos aficionados saltaron al campo para tratar de agredir al árbitro. El primero, fue controlado por las fuerzas de seguridad cuando se encontraba cerca del colegiado. El segundo, fue reducido por la policía nada más pisar el césped. Tras unos segundos de incertidumbre, Ángel Eduardo Pazos suspendió el encuentro.
La grada terminó de enloquecer. Comenzó a lanzar piedras, botellas, sillas… cualquier cosa que tuviera a mano. Se comenzaron a producir peleas en las gradas. Una veintena de aficionados aprovecharon para saltar al campo. Y ante la situación de descontrol que se había generado, la policía decidió actuar. Para muchos, no de la manera más correcta.
"A la gente no le gustó la manera en que estaban sacando al aficionado de la cancha. Los volvió locos", reflexiona Héctor Chumpitaz, uno de los mejores futbolistas que ha dado Perú, y que formaba parte de aquel equipo preolímpico. "Nunca supimos qué hubiera pasado si lo hubieran sacado de una manera pacífica, pero no podemos saberlo ahora. En realidad, no puedo explicarlo", continúa.
Se soltaron los perros de la policía, y se lanzaron bombas lacrimógenas hacia las gradas, especialmente la norte, donde más exaltados estaban los aficionados. "Yo ordené lanzar bombas lacrimógenas a las tribunas. No puedo precisar cuántas. Nunca imaginé las nefastas consecuencias", diría más tarde el comandante de la policía Jorge de Azambuja.
Evidentemente, el gas empezó a ahogar a los aficionados, que trataron de huir en estampida. Sorprendentemente casi todas las puertas de la grada norte -de la 10 a la 17- estaban cerradas, lo que provocó que la avalancha humana se aplastara entre sí en aquella zona. Los muertos caían uno tras otro. La ausencia de un adecuado sistema de evacuación y un sistema de emergencia acorde con la capacidad humana del estadio en aquellos años contribuyó a aumentar las dolorosas pérdidas.
Una vez fuera del estadio, la situación de caos continuó. Los aficionados estaban enfurecidos, y se sucedían las peleas, los saqueos a comercios, los incendios, los accidentes… y se endurecieron los enfrentamientos con la policía. No fueron pocos los que cayeron por las balas de la policía en las horas posteriores a la tragedia. También tres policías fallecieron.
Una tragedia sin esclarecer
"Después que llegamos a los vestuarios hubo personas que salieron y cuando regresaron nos contaron que había dos muertos. ¿Dos muertos?, preguntamos, pensando que uno ya hubiera sido demasiado", recuerda, de nuevo, Chumpitaz. "Regresando hacia nuestro lugar de concentración íbamos escuchando la radio y hablaban de 10, 20, 30 muertos. Cada vez que salían las noticias el número aumentaba: 50 muertos, 150, 200, 300, 350...".
La cifra de fallecidos no llegó a los 350. Al menos no oficialmente. Porque, como suele suceder en estos casos, el gobierno trató de ocultarlo. El magistrado Benjamín Castañeda, fallecido hace unos años, contaba muchos años después en la BBC el tremendo caos vivido en el Hospital Loayza. "Cuando estaba entrando vi salir a una camioneta fúnebre, pero no le hice caso. Llegué hasta el depósito donde había alguien que conocía. Le pregunté si había dos cuerpos con heridas de balas. 'Sí', fue su respuesta, 'pero se los acaban de llevar'. No tengo dudas de que en esa camioneta iba un agente de la policía o un funcionario del Ministerio del Interior".
Castañeda, encargado de la investigación de la tragedia del Estadio Nacional de Lima, concluyó en su informe judicial que en la investigación oficial del gobierno no se refleja el número real de muertos, basándose en la desaparición secreta de aquellos que murieron por balas. Por su parte, el periodista Jorge Salazar afirmaba en su libro La ópera de los fantasmas que hubo mucho más muertos que la cifra oficial, y no por asfixia, sino por disparos.
Al día siguiente de la tragedia el presidente de la República, Fernando Belaunde Terry, decretó siete días de duelo nacional y suspendió las garantías constitucionales por 30 días en el Perú.
Mientras, el torneo preolímpico se suspendió, dándose por buena la clasificación anterior a aquel partido. Argentina lideró el grupo, y fue a los Juegos de Tokio. Por su parte, Perú y Brasil se enfrentaron en una repesca para dirimir el segundo clasificado, siendo la victoria para la canarinha por 4 a 0. Pero, en realidad, Perú había perdido ya aquel fatídico 24 de mayo.