La isla sudafricana de Robben, de tan solo un kilómetro de diámetro, y a la que se llega en media hora en ferry desde Ciudad del Cabo, fue escenario de una de las situaciones más inhumanas del Siglo XX. Después de más de tres siglos funcionando como leprosorio, manicomio y cárcel por los países colonizadores, Holanda y después Gran Bretaña, a partir de 1961 se erigió como el lugar al que eran enviadas centenares de personas presas víctimas del apartheid.
Eran, sobre todo, líderes de las comunidades negras que luchaban contra el atroz sistema de segregación racial de Sudáfrica y Namibia (mientras este último era territorio sudafricano). Líderes y activistas como Jeffa Masemola –el primer prisionero condenado a cadena perpetua durante esta época–, Patrick Chamusso, Lekota, Mbeki, el expresidente Jacob Zuma y, el más reconocido de todos, Nelson Mandela, pasaron largos años entre los muros de una prisión de máxima seguridad.
La estancia en Robben Island estaba concebida para quebrar la resistencia de los prisioneros, tanto física como espiritualmente. Pero éstos hallaron sus métodos para resistir. Y entre ellos, el fútbol.
Al principio surgió como una manera discreta de evadirse. De superar el paso de las horas. Con simples pelotas hechas de papel o, con suerte, de trapo, jugando dentro de las celdas. Hasta que en 1965, gracias a la presión de la Cruz Roja Internacional, los presos adquirieron el derecho a jugar en el exterior, los sábados, en terrenos improvisados. Los propios prisioneros construyeron las porterías, y se intercambiaban los uniformes de recluso para diferenciar los equipos. Rangers, Bucks, Hotspurs, Dynamo, Ditshitshidi, Black Eagles, Gunners y Manong fueron los primeros equipos.
"Jugábamos al fútbol con pasión y alegría, pues era otra manera de sobrevivir. En una situación que buscaba socavarnos, aquello nos dio esperanza", relata Anthony Suze, quien pasó su juventud en la prisión de Robben Island. Suze añade que "alguien encontró un libro de la FIFA, y jugamos acorde a las reglas de la FIFA. Es increíble pensar que el mismo tipo de partido que se jugaba en todo el mundo era el que jugábamos nosotros, un grupo de prisioneros".
Tanto fue así que los presos crearon su propia federación, la Makana Football Association, cuyo nombre se lo debían a un preso que se ahogó intentando huir de su exilio en Robben Island en 1819. La Federación llegó a ser reconocida como miembro honorario por la FIFA.
Chuck Korr, historiador del deporte y que investigó la práctica del fútbol en Robben Island, afirma que encontró detalles de una Liga dividida en tres divisiones, con más de mil jugadores inscritos en total, y con registro de campeones, goleadores, árbitros, sanciones…
"Si un jugador realizaba una acción ilegal, era sancionado por una especie de comité de disciplina. Los directores de los equipos organizaban los partidos mediante cartas formales, pese a que podían estar en celdas una al lado de la otra", afirma Korr en su documental More Than Just A Game. "Amaban el fútbol, está claro, pero fue también una manera de demostrarse que podían hacer funcionar las cosas. Querían mostrar que entendían y podían seguir un reglamento, aunque estaban allí ilegalmente. Era una cuestión de dignidad y supervivencia", añade.
Mandela, espectador de lujo
Los partidos, que se celebraban durante la jornada del sábado, despertaban el interés de todos los prisioneros, llegando a congregarse gran cantidad de espectadores. E incluso los presos que se encontraban en el ala de aislamiento pudieron ver varios de los partidos, hasta que las autoridades construyeron un nuevo muro que les bloqueaba la visión.
Entre aquellos espectadores del ala de aislamiento se encontraba el más ilustre de los presos de la isla, Nelson Mandela. Mandela pasó 18 de sus 27 años de cautiverio en Robben Island, y pese a que nunca pudo jugar por su situación de aislamiento absoluto, "tenía la costumbre de mirarnos desde la ventana de su celda, parado sobre una silla o una caja", comenta Mark Shinners, prisionero durante 23 años. Finalmente, incluso aquello le quitaron.
No fue hasta 1996 que Robben Island se clausuró de manera definitiva. O, mejor dicho, se abrió para siempre. Hoy en día, sus enseñanzas constituyen un patrimonio que pertenece a toda la humanidad. Se puede visitar en barco desde Ciudad del Cabo, y más allá de la historia que encierra tiene una gran importancia simbólica no solo para la sociedad sudafricana sino para el mundo entero. Es un símbolo de justicia, derechos humanos y sacrificio. Y también de fútbol. De cómo el fútbol ayudó durante años a los prisioneros a sobrevivir a las duras condiciones.