Hoy, en el día mundial contra el racismo, los actos en repulsa a esta lacra se suceden desde diferentes estamentos y lugares. Este fin de semana los campos de fútbol se llenarán de mensajes para erradicarlo del mundo del deporte y de la sociedad. Pero probablemente el mayor acto en contra del racismo en un campo de fútbol lo protagonizaron los jugadores del Treviso en su encuentro ante el Genoa el 3 de junio del 2001.
El protagonista, contra su contra, de la situación era el joven futbolista nigeriano Akeem Omolade. Unos días antes, el 27 de mayo, debutaba a sus 18 años con el primer equipo del Treviso, entonces en la Serie B. Tras su entrada al campo en el minuto 68 para tratar de resolver el partido ante el Terni, los propios aficionados del Treviso le recibieron con un sonoro abucheo, imitando los sonidos de un simio, y acto seguido plegaron las banderas y abandonaron las gradas.
Un acto deplorable que, sin embargo, encuentra su lugar demasiadas veces en los campos de fútbol de Italia. No sólo de Italia, pero quizá sea el país donde más se repitan estos deleznables episodios. Para aquellos aficionados –sus ultras, para ser más precisos- del Treviso poco importaba que su equipo se estuviera jugando en aquellos momentos la salvación del descenso, ni que un joven futbolista nigeriano pudiera destaparse como el revulsivo que, quizá, necesitaba su equipo. Para ellos aquello sólo significaba que un futbolista negro iba a defender sus colores, y eso era intolerable para su equipo.
Sus compañeros quedaron desconcertados ante aquella situación, pero no reaccionaron pues, para ellos, en ese momento lo único que importaba era tratar de sacar aquellos tres puntos para mantener al equipo en la categoría. Tampoco lo hizo Omolade, quien después del partido manifestó su estupor pues en los dos años que llevaba viviendo en Treviso jamás había visto un gesto de racismo en las calles.
La primera reacción en contra de aquellos aficionados radicales llegó de la mano de Battaglia SL, una de las empresas que patrocinaban al Treviso. Retiraron su apoyo económico al club, afirmando que "no deseaban ver su nombre asociado a un equipo que tolera ultras de esa clase". La empresa se argumentaba también en el hecho de que ni el presidente ni ningún directivo del club saliera a defender a su futbolista y a censurar la actuación de los aficionados.
Pero el mayor gesto, el que ha quedado para siempre en el recuerdo del fútbol italiano, fue el que llevaron a cabo los futbolistas del Treviso en el siguiente encuentro, disputado en casa ante el Genoa. Molestos por la situación que había vivido su compañero, decidieron salir al césped con la cara pintada de negro. Todos. Los que formaban el once inicial, los que estaban en el banquillo, y el entrenador.
"Dicen que los futbolistas son superficiales y con pocos ideales, probablemente por el mucho dinero que ganan. Pero también tenemos conciencia. Algo que dudo mucho que tengan los aficionados que silbaron a nuestro compañero de equipo. No podíamos quedarnos sin decir nada ante un acto tan grave", declararía Lorenzo Minotti, uno de los futbolistas de los que partió la iniciativa de aquel gesto.
Frente a la estupidez de los aficionados más radicales mostraron su coraje de no esconderse. Delante de los actos racistas de una parte de sus propios aficionados, los jugadores del Treviso decidieron no hacer como si nada, no restarle trascendencia a aquel suceso. Una respuesta limpia ante un gesto repulsivo. Una manera brillante de protestar contra aquello que no debe tener cabida en el fútbol. Ni en el fútbol, ni en la sociedad.
En aquel encuentro, Omolade volvió a saltar al terreno de juego en la segunda mitad. Los aficionados que no formaban parte de aquel grupo radical que se encontraba en Terni aplaudieron al futbolista. Los ultras callaron. Y explotaron cuando Omolade marcó el gol que daba ventaja al Treviso en los minutos finales. Por desgracia, el Genoa volvería a empatar en el último suspiro, condenando al Treviso al descenso. Quizá aquellos aficionados jamás merecieron poder celebrar una salvación.