Narciso Horacio El Loco Doval, Fernando José El Nano Areán, Victorio Francisco El Manco Casa y Héctor Rodolfo El Bambino Veira. Jóvenes imberbes, insolentes, brillantes, que marcaron una época en San Lorenzo, un recuerdo que aún hoy perdura. Fueron los carasucias porque jugaban al fútbol como lo hacen los niños en la calle: atrevidos, descarados, siempre con la cara sucia.
La historia se remonta a 1964. Pero en realidad habría que irse a unos años atrás. La grave crisis institucional y económica de San Lorenzo provocó que el club, que había vivido sus años dorados a finales de la década de los 50 –título liguero en 1959 incluido-, no pudiera competir con otros conjuntos argentinos cuando de contratar futbolistas se trataba.
Por eso, no le quedó más remedio que tirar de cantera. Bendito remedio. Ya en 1962 llegaron al primer equipo dos futbolistas brillantes: Doval y El Manco Casa, además de Telch. Y al año siguiente lo hizo el que, para el sentir popular, ha sido el mejor de todos ellos: El Bambino Veira.
En 1964 las cosas seguían sin marchar demasiado bien: en diez jornadas disputadas, tan solo dos victorias. Fue entonces cuando el técnico José Barreiro decidió apostar por otro joven, Fernando Areán. No fueron pocas las pocas las voces críticas que se alzaron contra el entrenador por dar la alternativa a tantos jugadores jóvenes ante la situación crítica reinante. No parecía que un chaval de 18 años fuera la solución. Pero lo cierto es que con la llegada de Areán se cuadró el círculo.
En un fútbol argentino marcado en esos momentos por la necesidad imperiosa de defender, contagiados por los éxitos al otro lado del charco de entrenadores como Helenio Herrera; en el que el vencedor de aquel campeonato fue Boca Juniors con tan solo 35 goles a favor en 30 partidos y con su guardameta Antonio Roma como héroe, la irrupción de aquellos jóvenes insolentes, que eran felices con el balón, regateando, atacando, supuso toda una revolución.
Es cierto que aquel San Lorenzo no fue campeón. Ni tan siquiera segundo. Terminaron quintos. Pero con una delantera donde tan solo Juan Carlos Carotti superaba la veintena, aquellos pibes valientes se ganaron a la afición, a los rivales, y a la prensa. Rompían con todo lo presente. Ni siquiera su imagen tenía nada que ver con la que imperaba en el fútbol argentino. Eran alegría frente al tacticismo y la monotonía.
La tragedia trunca el sueño
Para el año siguiente todos en San Lorenzo imaginaban algo grande. Aquellos carasucias no paraban de crecer, en todos los sentidos, y el título en 1965 no era una quimera. Pero el sueño terminó tan rápido como había comenzado. Casa perdió un brazo cuando, después de aparcar su coche frente a la Escuela Mecánica de la Armada, no escuchó una voz de alto, y un guardia abrió fuego contra él. Casa volvió a jugar a fútbol, pero nunca volvería a ser el mismo.
Fue el primer contratiempo, y el más grave, pero no el único. Para dar lugar al fichaje estrella de aquel año, Alberto Rendo, Doval fue desplazado de su posición natural, y perdió su chispa. En realidad, Casa, Veira, Doval y Areán jugaron tan solo media docena de partidos todos juntos. Los resultados tampoco fueron los esperados, y comenzó la diáspora.
El Nano Areán fue el primero en marcharse, ya en 1966, a Banfield. Continuaría su carrera en Colombia. El Manco Casa se marchó el mismo año a Platense. El Loco Doval lo haría en 1968, probando fortuna primero en España, en el Elche, y después en Brasil, donde se convertiría en una leyenda del Flamengo. Bambino Veira fue el de más recorrido, tanto en San Lorenzo, donde estuvo hasta 1969 para regresar en 1973, como en el fútbol internacional, pasando por México, Brasil, España (en el Sevilla), Chile y Bolivia; posteriormente se convertiría en un prestigioso entrenador en el fútbol argentino. Fue el único carasucia internacional.
Lo cierto es que duraron poco. Muy poco. No ganaron ningún título. Pero consiguieron quedar para siempre en el recuerdo de San Lorenzo, y del fútbol argentino. Porque no siempre se recuerda a los vencedores. Porque el pueblo futbolero argentino agradeció que en un tiempo de cerocerismo un grupo de jóvenes insolentes regalara a todos regates, sonrisas y diversión. Porque al final el fútbol es eso, diversión.