Final de la Copa del Mundo de 1958. En el Estadio Rasunda de Solna todos los ojos están puestos en Pelé. No es para menos. Aquel niño de 17 años se acaba de erigir como el mejor futbolista del planeta. Suyo fue el gol que decidió el pase de Brasil en cuartos, y tres de los cinco goles que Brasil le endosó a la Francia de Fontaine y Kopa en semifinales.
Los suecos, liderados por Nils Liedholm, sabían a quién había que parar. Eran conscientes de que había otros jugadores buenos, muy buenos, en la canarinha, pero si lograban detener a aquel niño mágico tendrían mucho ganado. Y en cierta medida lo consiguieron. En toda la primera mitad Pelé apenas pudo contactar con el balón.
Sin embargo Suecia, anfitriona y ante su única ocasión de proclamarse campeona del mundo, no contaba con la irrupción de un extremo derecho que en aquella final de Solna demostró estar a la altura de los más grandes. El recital de Garrincha fue colosal.
Comenzó marcado por Axbom, crecido con el gol a los 4 minutos de su compañero Liedholm. Pero nada pudo hacer en la primera internada con peligro de Garrincha. El extremo brasileño se marchó con exultante facilidad y puso en bandeja a Vavá el empate a uno. Garrincha siguió haciendo de las suyas, y el seleccionador George Raynor decidió colocar a Gustavsson de lateral izquierdo. No es que cambiara de posición a Axbom, sino que ubicó dos laterales izquierdos para parar a Garrincha. Pero ni por esas. Garrincha siguió regateando como si los rivales fueran cuerpos inertes, y a la media hora volvió a asistir para que de nuevo Vavá marcara el 2 a 1.
Ya en la segunda mitad, con Brasil por delante en el marcador, dos goles de Pelé –el primero de ellos soberbio- y otro de Mario Zagallo redondearon la goleada final por 5 a 2. Pelé, con todo merecimiento, se llevó la gloria en aquel Mundial, y pasó ya con 17 años a formar parte de la leyenda del fútbol. Pero aquel 28 de junio Garrincha se consagró como lo que era: uno de los mejores futbolistas de todos los tiempos.
Un camino complicado
Nacido en Magé, Río de Janeiro, el 28 de octubre de 1933, la vida de Manuel Francisco dos Santos fue complicada desde el inicio. Ya de bien pequeño sufrió una polio que le dejó una marca para siempre: su pierna derecha era 6 centímetros más corta que la izquierda. Además, era zambo, con los pies girados 80 grados hacia adentro, y tenía la columna vertebral torcida.
Por eso no es de extrañar que sus propios hermanos le apodaran ‘Garrincha’, el nombre de un pájaro que vive en las selvas de Mato Grosso, de una tremenda velocidad, pero torpe y con un físico poco agraciado. Como el futbolista. Sólo que éste, además, era adicto al tabaco desde los diez años.
Una vida dedicada al Botafogo
A pesar de las advertencias contrarias de los doctores, Garrincha siguió jugando al fútbol durante su adolescencia, y bien pronto llamó la atención por su endiablada velocidad y capacidad para dejar atrás a los rivales. Botafogo fue su primer destino profesional, después de que el Vasco de Gama le descartara al llegar descalzo a su prueba. En el fogao estuvo quince años, en los que conquistó tres campeonatos cariocas, y dos torneos de Sao Paulo, con 245 goles en 614 partidos.
Posteriormente pasó por Corinthians o Flamengo, e incluso tuvo una breve experiencia en Europa, en el Red Star de París, ya con 38 años. Pero sus mejores años habían sido con el Botafogo.
Eso a nivel de clubes, claro. Porque el mejor Garrincha, el verdadero Garrincha, se pudo ver con la selección brasileña. Pese a vivir siempre a la sombra de Pelé. Pese a que estuvo a punto de ser descartado para la selección por un test psicológico. El rendimiento del futbolista llamó la atención de Vicente Feola, el seleccionador, que le convocó para una cita previa al viaje a Suecia. El doctor Joao de Carvalhaes, psicólogo de la selección brasileña, realizó un examen psicofísico a todos los futbolistas, y Garrincha sacó 38 puntos cuando eran necesarios 123 para superar la prueba.
"Es un débil mental no apto para desenvolverse en un juego colectivo", fue el veredicto. Fueron sus propios compañeros de selección, encabezados por su amigo y también futbolista del Botafogo Nilson Santos, quienes protestaron y clamaron por la convocatoria de Garrincha a pesar de aquellos tests.
Y no le fue mal al seleccionador hacerles caso. Garrincha se destapó en Suecia como un magnífico extremo, como uno de los mejores regateadores de todos los tiempos. Su presencia fue trascendental para que Brasil se proclamara campeona del mundo. Fue, curiosamente al igual que Pelé, suplente en los dos primeros encuentros. Pero ambos entraron de titular para darle a Brasil el pase a cuartos de final ante la Unión Soviética, y ya no salieron del equipo hasta conquistar el título.
Brillo también sin Pelé
El Mundial de Chile de 1962 se presentaba para Brasil como un arma de doble filo. Es cierto que seguían presentando uno de los mejores planteles de la competición, pero no lo es menos que la baja de Pelé a las primeras de cambio mermaba, y mucho, su potencial.
Sin embargo, ante aquella adversidad, Garrincha asumió galones y se convirtió en el líder de un equipo que se volvería a proclamar campeón del mundo. Garrincha fue el máximo goleador del campeonato, con cuatro tantos. Dos de ellos en cuartos, ante Inglaterra (3-1) y los otros dos en semifinales, para imponerse a la anfitriona Chile por 4 a 2.
Por eso, no es de extrañar que se reconociera únanimemente a Garrincha –aunque entonces no existiera un premio oficial- como mejor jugador de aquel Mundial, ni tampoco que Pelé mostrara siempre su admiración por Garrincha. "Era capaz de hacer cosas con el balón que ningún otro jugador podía hacer. Sin Garrincha, yo nunca me habría convertido en tricampeón del mundo". Y es que, con Pelé y Garrincha juntos, Brasil nunca conoció la derrota.
La caída al infierno
Sin embargo, los elogios de Pelé hacia Garrincha se convierten en tristeza si se invierte la dirección. "La diferencia con Pelé es que yo apenas supe driblar los problemas con los pies", comentaba Garrincha, cuando ya era víctima de su alcoholismo. No se sabe muy bien cuándo comenzó, pero sí cuando terminó: el 20 de enero de 1983 fallecería a causa de, según los médicos, "congestión pulmonar, pancreatitis y pericarditis, todo dentro del cuadro clínico de alcoholismo crónico".
Y es que Garrincha, siempre frágil de mente, nunca supo lidiar con la fama. Se casó tres veces y tuvo 16 hijos. Jamás superó el momento de su retirada del fútbol, en 1973, a causa de sus lesiones y ya con 40 años. En su Pau Grande natal se fue consumiendo. Su vida después del retiro fue la mayor parte en la indigencia y el olvido. Las tardes de gloria dieron paso a las de embriaguez eterna. Y así, hasta que se apagó la ‘alegría del pueblo’, como fue denominado durante su carrera, y como reza su epitafio: "Aquí descansa en paz el hombre que fue la alegría del pueblo: Mané Garrincha".
"Cuando la pelota estaba allí, el campo de juego era un picadero de circo; la pelota, un bicho amaestrado; el partido, una invitación a la fiesta. Garrincha no se dejaba sacar la pelota, un niño defendiendo su mascota, y la pelota y él cometían diabluras que mataban de risa a la gente: él saltaba sobre ella, ella brincaba sobre él, ella se escondía, él se escapaba, ella lo corría. En el camino, los rivales se chocaban entre sí, se enredaban las piernas, se mareaban, caían sentados. Garrincha ejercía sus picardías de malandra a la orilla de la cancha, sobre el borde derecho, lejos del centro. Criado en los suburbios, en los suburbios jugaba".
Así habla Galeano del que para muchos ha sido el quinto grande. Del que ha sido elegido octavo mejor futbolista del Siglo XX, a pesar de que en sus inicios fue declarado no apto para el fútbol. Su legado con un balón en los pies sigue vivo. La alegría del pueblo perdura en la memoria de los aficionados al buen fútbol.