Cada cierto tiempo aparece en el mundo del fútbol una estrella que nunca llega a cumplir con aquello que se le presume. Este concepto no entiende de países ni de culturas, sino de mentes. A uno se le viene a la cabeza la idea de Mágico González, de Zigoni, o de Adriano.
Jugadores que durante más o menos ocasiones tocaron la gloria de jugar en la elite del fútbol. Que pudieron ser mucho más de lo que fueron, pero por un motivo u otro no pudieron o no quisieron. Pero quizá uno de los casos más desconocidos y, a su vez, más paradigmáticos, fue el de Ezio Vendrame. Su talento le daba para llegar alto. Muy alto. Pero él nunca quiso. Él nunca se consideró un futbolista, sino un artista del balón.
El fútbol como entretenimiento
Ezio Vendrame nacía en Casarsa della Delizia, un pueblecito del Friuli, el 21 de noviembre de 1947. A los seis años ingresó en un orfanato enviado por sus propios padres, que se habían separado y no tenían ni ganas ni dinero para educarlo. Algo que, sin duda, le marcaría de por vida. Poco aplicado y poco disciplinado, la diversión que sentía cuando jugaba al fútbol con sus compañeros era lo único que le hacía feliz. "Sentí que con el balón tenía una vía de escape. Descubrí que también yo podía soñar".
El primer equipo importante de una carrera que realmente fue poco importante fue el Udinese, que le incorporó en sus categorías inferiores cuando Vendrame contaba con 13 años. Con 20 años, da el salto a la Primera División italiana, de la mano del modesto SPAL.
Con el primer sueldo que ganó se compró un abrigo "muy bueno y muy caro". Al salir de la tienda, se cruzó con un vagabundo descalzo y con la camiseta rota. Se lo regaló. "Tenía más frío que yo". Así era Vendrame.
Pero, inesperadamente, comienza a faltar a los entrenamientos. ¿El motivo? Se había enamorado de una joven prostituta genovesa, Roberta. "¿Con cuántas mujeres he estado en la cama? Centenares. Pero las he amado a todas. Nunca he hecho el amor sin sentimiento", declararía años más tarde.
Vendrame se metió de lleno en un mundo paralelo, de prohibiciones y libertad. Hasta que su presidente lo descubrió, y lo despidió sin tan siquiera haber debutado. Es cedido a diferentes equipos, comenzando un deambular de tres años por tres conjuntos diferentes de la Serie C. Pero ahí, fuera de presiones, fuera de exigencias, Ezio se siente libre, feliz. Y comienza a llamar la atención como un futbolista realmente talentoso, al que la tercera categoría italiana se le queda muy pequeña, pero al que nadie se atreve a darle una oportunidad ante su falta de compromiso.
Hasta que en 1971 un club se decide a apostar por él: el Lanerossi Vicenza, un equipo consolidado en la Serie A italiana. Con el Vicenza, aquel joven que parece más propio de Belfast que de Casarsa della Delizia estará tres temporadas, alternando grandes momentos con desapariciones del campo. Su debut en la Serie A no pudo ser más brillante: un túnel al que era su ídolo Gianni Rivera. En su autobiografía publicada años después de su retirada afirma que es lo único de lo que se arrepiente en su vida. En el campo hacía magia. Fuera también.
"Mi casa parecía la de un ginecóloco. La jornada de visitas comenzaba a las 9 de la mañana con la señora Giuliana. A las 11 llegaba la señora Carla. A las 14, mi amiga Lella. A las 18 aquella furcia de Fernanda. Y a las 22, la novedad de la semana. Cuando llegaba el partido del domingo, yo ya estaba destrozado".
En el mismo libro relata una historia cuando menos curiosa. En el último encuentro de la temporada 1972-1973 el Vicenza necesitaba un punto para salvarse en su visita a la Roma. "Tres horas antes del partido el médico nos suministró una pastilla. Me la puso en la boca como si fuera un sacerdote ofreciendo la ostia. Cuando saltamos al campo estábamos empanados, dormidos. Por suerte la Roma parecía estar en las mismas condiciones, y empatamos 0 a 0. Por la tarde regresamos al hotel, y a una cierta hora de la noche nos encontramos todos corriendo por los pasillos. Se me caía la baba, y sentía una extraña agitación en mi interior. La bomba que nos habían dado tenía efectos retardados".
Desaprovecha una ocasión de oro
A pesar de su irregularidad, su talento estaba fuera de toda duda, y el Nápoles decidió hacerse con sus servicios. Parecía el lugar ideal para Ezio Vendrame: con la llegada de Luis Vinicio al banquillo, el conjunto napolitano iba a apostar por un sistema rompedor en Italia, basado en el "fútbol total" con el que Holanda acababa de maravillar al mundo en el Mundial del 74.
Así cuenta su fichaje el futbolista: "En el Vicenza cobraba 10 millones de libras, y cuando me contactó el Nápoles, pensé 'me la juego, les pido el doble'. ¿Cuánto quieres?, me preguntó el director técnico. 20 millones, respondí. Firma aquí, me contestó sin inquietarse. Salí convencido de haber engañado a los napolitanos. Pero en el primer día en el vestuario descubrí que Ferrandini, un joven futbolista que venía del Atalanta, cobraba 60 millones. Me sentí un tonto de pueblo".
Con su novedoso sistema, el Nápoles terminaría tercero, sólo superado por la Lazio (otro equipo realmente peculiar) y la Juventus. Pero Vendrame apenas disputó tres partidos. Ni un esquema ni un equipo que encajaban a la perfección para el futbolista fueron aliciente suficiente para convencerlo de que se tomara el fútbol en serio.
Evidentemente, en el verano siguiente volvió a hacer las maletas, en esta ocasión rumbo al Padova. De nuevo de regreso a la Serie C. Y es ahí precisamente donde se terminará de consagrar el Vendrame personaje. En una categoría en la que la compra de partidos estaba a la orden del día, Ezio protagonizaría uno de los capítulos más sonados.
Fue durante un Padova-Cremonese, en el que se había acordado un cero a cero. En un momento dado del encuentro, Vendrame coge el balón y se pone a correr hacia su portería. Incluso sus propios compañeros tratan de detenerle, pero no lo consiguen. Así, se planta en la línea de gol, dribla a su propio portero… y se gira. Se pone a correr hacia la portería contraria. Dribla ahora a los futbolistas del Cremonese, mientras todos en el estadio enloquecen. Está a punto de marcar de nuevo gol… pero vuelve a detenerse. Y pega un pelotazo al otro lado del campo. Un hincha del Padova sufrió un infarto durante aquella jugada, y terminó falleciendo. "No se viene a ver jugar a Ezio Vendrame si se tienen problemas de corazón", declararía el futbolista al respecto.
Al año siguiente protagonizará un capítulo similar. En esta ocasión, para un partido entre el Padova y el Udinese, su exequipo. El conjunto paduano atravesaba por un buen momento, y alguien ligado al Udinese le ofreció a Vendrame 7 millones de liras por "hacer un mal partido". En esos momentos Vendrame apenas cobraba 44.000 libras…
Ezio dio un tímido "ok", pero cuando arrancó el partido demostró que no iba a cumplir aquel inmoral pacto. Sobre todo cuando vio cómo la afición de su equipo de formación le silbaba a cada balón que tocaba. En un momento de la segunda parte, con el marcador 2 a 2, se escoró en el vértice del área, y soltó un zurdazo que se coló por la escuadra. "¡A tomar por culo los 7 millones, viva las 44 mil liras!".
Misma filosofía como entrenador
Tras un nuevo deambular por diversos equipos pequeños –Audace, Pordenone y Juniors Casarsa entre ellos– en 1981, a la edad de 34 años, colgó las botas. Alquiló una pequeña casa de campo en San Giovanni, en Casarsa della Delizia, y compaginó su trabajo como entrenador con su faceta como poeta, publicando diversas colecciones de poemas.
También publicó un libro en el que cuenta varias de sus anécdotas durante su carrera como futbolista. El título, Se mi mandi in tribuna, godo (Si me mandas a la tribuna, disfruto). "El nombre viene sobre todo de un partido en el Nápoles, en el que el entrenador me dijo justo antes de comenzar el partido que no estaba convocado. Me marché a la tribuna y me encontré con una mujer preciosa que ya había visto antes, cuando llegamos al estadio. Y entonces comencé ahí mi propio partido, que terminó con los tres puntos en los baños del Estadio".
Como entrenador, tenía maneras. Era bueno enseñando el fútbol, y demostró en el juvenil del Sanvitese, donde estuvo once años, que sabía formar un equipo ganador. Pero los padres no estaban de acuerdo con sus métodos. En una región rica y rígida del norte, un entrenador beat no tiene cabida. "Trato de explicarles que primero es la vida, y después el fútbol. Id a beber una cerveza, enamoraos de una chica guapa y haced el amor con ella. Eso os hace mejores personas y más bellos", les dice."A los jóvenes debes contarles la realidad, no fantasías imposibles".