Tampoco esta vez, de nuevo batidos al final de la orilla, cuando estaban a punto de hacer algo grande. Otra vez, como aquel 16 de mayo del lejano 2001, entonces en la ciudad alemana de Dortmund, ahora en Madrid. Allí, ante el Liverpool, en una final memorable de UEFA; esta vez ante el Barcelona, todopoderosos rivales, demasiado para este Alavés que ya ha hecho historia y que la hizo entonces. Pero no es suficiente.
Como siempre cuando se trata de un grande contra un pequeño el colorido estaba en la afición de estos últimos, las lágrimas de alegría se mezclaban luego con las de tristeza. Alegría durante el día, de compartir una jornada inigualable con los tuyos. La tristeza a eso de las once y media de la noche porque no fuiste capaz de ganar. Pero has competido, con eso se tienen que quedar.
Es verdad que contarán más las dos derrotas, dolorosas ambas, con un gol de oro en propia puerta hace dieciséis años, con una exhibición colosal del gigante Messi en esta ocasión. Siempre un obstáculo enfrente del Alavés y siempre insalvable. Pero para nada un reproche, cabeza alta y a seguir batallando en una Liga de héroes. Hace un año celebraban el ascenso a Primera tras un partidazo en Mendizorroza ante el Numancia. 365 días después estaban en una final de Copa. Muy meritorio
A partir de ahora, a seguir creciendo y a seguir dando brazadas a ritmo de nadador olímpico. Hasta llegar de nuevo a la orilla pero en esta ocasión intentar salir victorioso. Será casi sin seguro sin Pellegrino, sin el guía de este año. Este sábado, tras la final a Mauricio casi se le escapa que no sigue. Se limitó a un "hablaré el lunes, pero todo está decidido". Quizá vea que lo hecho es irrepetible, ni siquiera volver a intentarlo merecería la pena. El deporte es así de ingrato, nunca está con el pequeño porque las hazañas son demasiado grandes para volver a optar a ellas.