Ferdinando Valletti nacía el 5 de abril de 1921 en Verona, Italia. De buena familia, puede permitirse unos estudios que, con 17 años, le harán trasladarse a Milán para ocupar un puesto importante en la empresa Alfa Romeo. Hablamos de una de las empresas más importantes de aquella época ya no sólo a nivel nacional, sino en toda Europa, siendo una de las dominadoras del sector automovilístico –tanto de modelos de calle como de carreras- e incluso del sector aeronáutico.
Valletti, no obstante, siente más pasión por el calcio que por los coches, y comienza a jugar en el Seregno. Pronto su habilidad con el balón le hará granjearse cierta fama en la zona, y los directivos del Milan, que ya era uno de los grandes de Italia, se hacen con él. Es el verano de 1942, apenas tiene 21 años y, por lo que cuentan las crónicas de la época, un futuro prometedor por delante, pues a su capacidad de sacrificio se le une una inteligencia atípica para jugar al fútbol.
Pero sus sueños se ven truncados al poco de fichar por el conjunto rossonero, al romperse el menisco durante un partido amistoso. Evidentemente, las lesiones de hace casi cien años no eran como las de ahora, y los doctores le recomiendan parar su actividad durante, al menos, dos años.
Valletti aprovecha el momento para seguir trabajando en la Alfa Romeo y para casarse, quedando su mujer al poco tiempo embarazada. Una situación feliz para tratarse de 1944, en plena Guerra Mundial, y a la espera de, algún día, regresar a los terrenos de juego con la camiseta del Milán.
El 1 de marzo de 1944 Alfa Romeo lleva a cabo una huelga, a la que se suma Valletti, molesto por la situación actual de su país, por la Guerra, y por su empresa, uno de los objetivos principales de los bombardeos. Unas huelgas que ya venían produciéndose en otros lugares y en otras empresas, y que terminaron por asentarse en todo el norte de Italia.
Pero ese misma tarde del 1 de marzo Ferdinando Valletti es capturado por los camisas negras, después de pasar una noche en San Vittore, es enviado junto a 22 compañeros de Alfa Romeo al campo de concentración de Mauthausen.
Gracias al fútbol
A los pocos días es de nuevo trasladado, en esta ocasión a Gusen, donde se hará gran amigo de Aldo Carpi, un excelente pintor, ya de avanzada edad, que consigue sobrevivir a duras penas. "Estaba Ferdinando Valletti, otro prisionero, un joven bravo de Milán que, cada vez que corría peligro de caerme y ser castigado, me gritaba ‘Profesor, Profesor’, y corría para cogerme del brazo y llevarme lejos", relata Carpi en su autobiografía. Finalmente, fue reconocido por un oficial de las SS, quien le envió a la enfermería para que se recuperase y pintara para los nazis.
Valletti queda impactado por la fortaleza de Carpi, y decide que él también debe luchar por sorbrevivir. En su cabeza sólo está el embarazo de su mujer. Como afirma su hija en el libro ‘Deportato I 57633 Voglia di non morire’, eso es lo que le mantuvo con vida. Eso…y el fútbol. Porque a Valletti le sucedió con el fútbol algo similar a lo que le sucedió a Carpi y la pintura.
Un cierto día un oficial se paseó entre los prisioneros preguntando si alguno sabía jugar a fútbol. Valletti da un paso, y dice que él jugó en el Milan. Le llevan ante el comandante del campo de concentración, quien le comunica que necesitan un jugador para el equipo de oficiales, pero que antes deberán hacerle una prueba. Si no la supera, será 'eliminado'.
Valletti, descalzo, raquítico, sin apenas fuerza, coge un balón, y la alegría vuelve a su ser. Comienza a tocarlo, a hacer movimientos… y convence al comandante, que decide que a partir de entonces irá siempre a jugar con ellos. Evidentemente, y como ya sucediera por ejemplo con Saturnino Navazo, pasa a recibir un mejor trato, y es trasladado a la cocina, para que realice los trabajos menos duros y así poder estar bien de cara a los partidos que debía disputar.
Ferdinando Valletti se congratula, sabe que ahora el camino de la supervivencia se le hace un poco menos difícil, y decide aprovechar la situación para esconder pequeños trozos de comida de la cocina para dárselos a sus cuatro compañeros de Alfa Romeo que seguían con vida. Normalmente era un poco de pan, pero eso, entonces, era mucho.
Y así, con gran fortaleza y capacidad de sufrimiento, los cinco siguen adelante hasta que el 5 de mayo de 1945 se produce la entrada de los aliados en el campo de concentración. Según relata Valletti, tuvo que sacar a uno de sus cuatro amigos, Romanoni, en una carretilla, pues apenas podía moverse. Escena en la que se basó años más tarde la película La vita è bella de Roberto Benigni. Los cinco regresarán a Milán en el agosto del 45. Valletti podrá abrazar por primera vez a su hija Manuela.
Rehacer la vida
A su regreso a Italia, Valletti no volverá a jugar a fútbol. Ocupará un puesto como dirigente en Alfa Romeo, hasta 1978. Además, desde 1970 se dedica a la docencia, tras licenciarse en la Associaziones Meccani y el Istituto di Estudi Economici e per l’Occupazione, y a difundir la memoria del Holocausto en los institutos y adversidades.
Los reconocimientos que recibe el exfutbolista no son pocos. Ya en 1947 es distinguido con la medalla garibaldina, y calificado como Partigiano combattente. En 1976 recibe el Ambrogino d’Oro, honor otorgado por la ciudad de Milán. Y en 1979, a propuesta del Presidente de la República, es nombrado Maestro del Trabajo, acompañado de la condecoración de la Estrella del mérito al trabajo.
Pero quizá el honor más especial de todos no se lo dio nadie, sino él mismo: cada domingo, durante muchos años, acudía con su hija de la mano a encontrarse con sus cuatro amigos supervivientes en Gusen.
Ferdinando Valletti fallecerá en el año 2007, a la edad de 86 años.