Tal día como hoy, un 15 de septiembre pero de hace justo 60 años, veía la luz en París Lolita, la obra maestra del escritor norteamericano de origen ruso Vladimir Nabokov. Una novela por todos conocida, obra de un autor por todos conocido. Pero quizá lo que muy pocos conozcan es que el escritor, antes de ser novelista, fue portero. Portero de fútbol, sí. Y quizá nunca dejó de serlo.
Noble guardameta 'inglés'
Nabokov nacía en San Petersburgo en 1899, en el seno de una familia rica y aristocrática. A los 20 años escapó de Rusia junto a su familia, temerosos del bolchevismo. Primero a Inglaterra, y después a Alemanía, donde poco más tarde –en 1922– su padre sería asesinado por un monárquico extremista ruso.
Tanto Vladimir como su hermano Serguei ingresaron en la Universidad de Cambridge, para estudiar literatura. Y fue ahí donde terminó de enamorarse del fútbol, un deporte que no obstante ya había practicado en su Rusia natal.
Jugó, tanto de pequeño como en su etapa como universitario, siempre de portero. De su imagen nos queda la descripción artificiosa del escritor italiano Lepri Paolo: "Los pantalones que bajaban perfectos, el jersey de lana blanca con dos rayas rojas y azules bajo el cuello, piernas delgadas, manos gruesas, frente espaciosa, físico atlético, con la fuerza nerviosa de los corredores de medio fondo".
También el propio Nabokov llegó a describirse en una ocasión como "un portero excéntrico, pero bastante espectacular, en mi etapa en el equipo del Trinity College de la Universidad de Cambridge". Lo hizo en su autbiografía Habla Memoria –traducción de Enrique Murillo –, y que recoge este texto:
De todos los deportes que practiqué en Cambridge, el fútbol ha seguido siendo un ventoso claro en mitad de un período notablemente confuso.
Me apasionaba jugar de portero.
En Rusia y en los países latinos, ese intrépido arte ha estado rodeado siempre de un aura de singular luminosidad.
Distante, solitario, impasible, el portero famoso es perseguido por las calles por niños en éxtasis.
Está a la misma altura que el torero y el as de la aviación en lo que se refiere a la emocionada adulación que suscita.
Su jersey, su gorra de visera, sus rodilleras, los guantes que asoman por el bolsillo trasero de sus pantalones cortos, le colocan en un lugar aparte del resto del equipo. Es el águila solitaria, el hombre misterioso, el último defensor.
Los fotógrafos, doblando reverentemente una rodilla, le sacan instantáneas cuando se lanza espectacularmente en plancha hacia un extremo de la meta para desviar con la punta de los dedos un disparo raso y veloz como un rayo, y el estadio entero ruge de aprobación mientras él permanece unos instantes tendido en el mismo lugar que ha caído, intacta aún su portería.
[...] Yo fui un portero excéntrico, pero bastante espectacular, en mis tiempos en la Universidad de Cambridge.
No acabé un ultimo partido, en 1936, porque recobré el conocimiento en el cobertizo desvanecido por un puntapié, pero todavía apretando la pelota que un compañero de equipo trataba de sacarme de entre mis brazos.
Un outsider
El caso es que viendo el carácter de Vladimir Nabokov, y sobre todo su manera de describir las situaciones, las historias, o la propia sociedad norteamericana –de la cual lleva a cabo una metafórica crítica en su genial Lolita –, no es de extrañar que su posición en el campo fuera la de portero.
Siempre tan distinto, y tan distante, a los demás. Individual ante todo. Siempre gustando de participar, pero más desde fuera, como un observador, como un outsider, que desde dentro. Y de ahí su frase "el portero es un águila solitaria, un hombre misterioso, el último defensor. Más que un guardián de la portería, es el guardián de los sueños".
Otro de los rasgos que caracterizó a Nabokov fue que siempre fue un escritor que partía de la realidad, para después darle su sello personal, quizá exagerado, quizá metafórico, quizá irreal... como se recoge en este texto de su poema football:
"Afortunadamente, el juego se disputaba mucho más en la otra mitad de campo. Comenzó a llover, y los sonidos llegaban ahora a mi portería de manera borrosa. Un grito, un silbato, el ruido sordo de una patada, todo lo que no tenía importancia, y ninguna relación conmigo. Yo no era tanto el guardián de una portería, sino el guardián de un secreto. Con los brazos cruzados, reposé mi espalda en el poste izquierdo de la portería. Me permití el lujo de cerrar los ojos, y disfruté escuchando a mi corazón latiendo, sintiendo la lluvia en mi cara, y oyendo de lejos los rotos sonidos del partido, pensando en mí mismo como un fabuloso ser exótico en el disfraz de un futbolistas inglés, componiendo versos en una lengua que nadie entiende, sobre un país remoto que nadie conoce. No es extraño que no fuera muy popular entre mis compañeros".
El de Vladimir Nabokov es sólo un ejemplo más de la relación que siempre ha existido entre fútbol y cultura. No ha sido el primer, ni el último, escritor que amará el fútbol.
Quizá no llegara al nivel de Albert Camus, a quien sólo una prematura tuberculosis apartó de una brillante carrera como futbolista, y siempre existirán también los Jorge Luis Borges –"el fútbol es popular porque la estupidez es popular, es uno de los mayores crímenes de Inglaterra"-, pero Nabokov fue otra mente privilegiada amante del fútbol, siempre defensor del mismo, y a quien, seguro, el hecho de jugar de guardamenta condicionó, de una manera u otra, para el resto de sus días.