Pasó de ser el enemigo público número uno en su país natal, Argentina, a convertirse en ídolo internacional tras ganar el Mundial de Italia'1934 con la selección azzurra.
La historia de Luis Felipe Monti (Buenos Aires, 15 de enero de 1901 - Partido de Escobar, 9 de septiembre de 1983), posiblemente el único jugador que nunca hubiera querido disputar dos finales de un Mundial, está cargada de dramatismo tras haber sobrevivido a la coacción de Benito Mussolini. Pero también su carrera estuvo trufada de éxitos.
Eran los años 20, los de la épica. Eran los tiempos en los que todavía reinaba el amateurismo y el fútbol empezaba a dar sus primeros pasos como espectáculo de masas.
Monti se forjó como futbolista en Huracán y, tras un paso fugaz por el Boca Juniors, recaló en las filas del San Lorenzo de Almagro. En Boedo fue conocido con el mote de Doble Ancho debido a su imponente físico. Fue él, además, quien sentó las bases del cinco argentino, el mediocentro capaz tanto de ordenar el juego como de destruir el del rival.
Las dotes de mando y la contundencia de Monti calaron enseguida en la afición del Ciclón, que asistió a la conquista de las ligas de 1923, 1924 y 1927. Fue en San Lorenzo donde este magnífico jugador argentino vivió los años más felices de su carrera y de mayores éxitos pese a que su salario era muy inferior a lo que llegaría a cobrar después.
Monti también se hizo imprescindible en la selección argentina, con la que ganó la Copa América de 1927 y se alzó con la medalla de plata de los Juegos Olímpicos de Ámsterdam 1928. En la cúspide del éxito llegó al Mundial de Uruguay 1930, el primero de la historia. Argentina acudía con un gran equipo en que destacaban Guillermo Stábile, El Filtrador -a la postre de máximo goleador del torneo con ocho tantos-, así como Carlos Peucelle, Manuel Ferreira o Mario Evaristo... pero el jefe no era otro que Luis Monti. La Albiceleste, dirigida por Francisco Olazar, ganó primero a Francia -con un gol del propio Doble Ancho-, después a México y luego a Chile en la fase de grupos. Estados Unidos fue la siguiente víctima de los sudamericanos (6-1), ya en semifinales.
Miel sobre hojuelas para Argentina y en concreto para Monti. Sin embargo, todo cambió en apenas cuatro días, entre la semifinal contra los norteamericanos (26 de julio) y la final contra una selección uruguaya, comandada por José Andrade y Pedro Cea, que también venía de marcar seis goles en semifinales, frente a Yugoslavia (6-1).
"No debió jugar, estaba muerto de miedo"
El clásico del Río de La Plata con la Copa del Mundo en juego. Un partido que amenazaba con hacer saltar un polvorín por los aires. Y así fue. Las puertas del Estadio Centenario de Montevideo se abrieron seis horas antes del inicio del encuentro y dos horas antes del pitido inicial, el campo ya estaba lleno. Además, debido a la tensa situación causada por los descontrolados hinchas argentinos, el colegiado belga John Langenus tuvo que pedir precauciones policiales excepcionales.
En el vestuario, justo antes del comienzo de la gran final, Monti no era el mismo. Se le veía muy nervioso y retraído. Cuentan que estuvo llorando tras haber sido amenazado de muerte en los días previos al choque contra los uruguayos: si Argentina ganaba la final, Monti y su familia sufrirían las consecuencias.
Doble Ancho saltó al césped con una actitud indolente y así se mostró durante todo el encuentro. Estaba aterrado. Su compañero Francisco Pancho Varallo lo tenía claro: "Si un uruguayo se caía, él lo levantaba. Monti no debió jugar aquella final, estaba muerto de miedo". Uruguay ganó la final contra Argentina por 4-2 y Monti salvó la vida, pero sus compatriotas lo acabarían odiando para siempre.
La afición y la prensa no dudaron en señalarlo como máximo responsable del fracaso de la selección e incluso San Lorenzo le rescindió el contrato.
Uno de los 'oriundi'
Monti estaba solo, hundido. El jugador creía arruinada su carrera hasta que providencialmente aparecieron dos emisarios italianos que le ofrecieron un contrato de 5.000 dólares mensuales con la Juventus de Turín. Estos emisarios eran, en realidad, Marco Scaglia y Luciano Benti, dos espías a las órdenes de Mussolini. Eran los mismos hombres que, meses atrás, utilizando unos anónimos, habían amenazado de muerte a Doble Ancho antes de la final contra Uruguay.
"Dentro de 90 minutos sabremos si tendremos que matarlo a él, a su madre u ofrecerle dinero para que defienda a Italia en el próximo Mundial", habría comentado uno de los dos espías a sueldo del Duce.
Lo cierto es que Monti no se lo pensó dos veces y aceptó la oferta. Y el tiempo acabaría demostrando que no era una casualidad que jugara con los azzurri. Mussolini se había obsesionado con ganar el Mundial de 1934, en casa, y estaba convencido de que con Monti en el equipo nacional tendrían mayores posibilidades.
Así, el revitalizado Luis Monti se convirtió primero en el mariscal de la Juventus, a la que llegó en 1931 junto al técnico Carlo Carcano y con la que ganaron cuatro scudetti consecutivos. En la Vecchia Signora del Quinquenio de Oro (1931-1935) se juntaría con futbolistas como Renato Cesarini, Luigi Bertolini, Giovanni Ferrari, Raimundo Orsi y Felice Borel.
"Vencer o morir"
Meses después, ya nacionalizado italiano, Monti se convirtió en el jefe del medio campo de la selección azzurra, comandada por el gran delantero del Inter de Milán Giuseppe Meazza. Pero entonces volvió también la pesadilla. La presión que el régimen de Mussolini ejercía sobre el combinado nacional era asfixiante. "Vencer o morir", era la consigna del Duce. Literalmente. Italia tenía que ganar su Mundial como fuera. La derrota sencillamente no era una opción.
Después de golear a Estados Unidos en octavos de final (7-1), Italia se enfrentó a España en cuartos. Un partido con un arbitraje bochornoso por parte del suizo Luis Baert, excesivamente contemplativo con la dureza de los transalpinos. Luis Regueiro adelantó a los españoles -que acabarían perdiendo a siete jugadores por lesión- y Giovanni Ferrari firmó el definitivo 1-1. Incluso los propios italianos reconocieron que no habían jugado limpio.
Fue el primer empate en la historia de los mundiales, así que al día siguiente tuvo que disputarse el replay. Y ya en el duelo decisivo, la Azzurra ganó por 1-0 con un solitario gol de Giuseppe Meazza. "Menos mal que ganamos. Mejor dicho, ganó Monti. Les pegó a todos, creo que hasta al seleccionador español (Amadeo García de Salazar). El árbitro (otro suizo, Rene Mercet) no vio nada en el gol de Meazza y los españoles le querían matar. Pero eligió: si lo anulaba le mataban los italianos", indicó Raimundo Orsi, otro de los argentinos nacionalizado italiano junto a Atilio Demaría y Enrique Guaita.
En semifinales, otro arbitraje bochornoso (a cargo del sueco Ivan Eklind) propició que los anfitriones derrotaran a Austria (1-0) y así se plantaran en la gran final contra Checoslovaquia.
El día antes de jugar el partido decisivo, Mussolini bajó a los vestuarios y le dijo a los jugadores: "Señores, si los checos son correctos, seremos correctos. Eso ante todo. Pero si nos quieren ganar a prepotentes, el italiano debe dar el golpe y el adversario caer. Buena suerte para mañana y no se olviden de mi promesa". Al finalizar su discurso, se llevó las manos al cuello simulado el gesto de un corte.
10 de junio de 1934. El día de la gran final contra Checoslovaquia en el Estadio Nacional de Roma. Los italianos estaban muy nerviosos. No sólo por la posibilidad de ganar la Copa del Mundo en juego, sino porque sus propias vidas estaba en juego. Al descanso se llegó sin goles y Mussolini fue a hablar directamente con el seleccionador, Vittorio Pozzo: "Señor Pozzo, usted es el único responsable del éxito, pero que Dios lo ayude si llega a fracasar".
Presa del pánico, Pozzo se dirigió a los jugadores y les advirtió de lo que supondría perder aquella final: "No me importa cómo, pero hoy deben ganar o destruir al adversario. Si perdemos, todos lo pasaremos muy mal".
Y durante unos minutos se mascó la tragedia en Roma: Antonín Puc adelantó a los checoslovacos en el minuto 76, aunque Orsi empató sólo cinco minutos después y los italianos estallaron de júbilo. En la celebración del tanto, Orsi notó que Monti le estaba dando patadas como un loco y le dijo: "Quieto, Luis, no me pegues más, que no soy un rival. ¡Deja de darme patadas!". A lo que Doble Ancho respondió: "Es que nos salvaste la vida".
Al final de los noventa minutos reglamentarios, empate a un gol. Y ya en la prórroga, Angelo Schiavio, el capocannoniere del Bolonia, batió al portero Planicka para hacer subir el definitivo 2-1 al marcador. Los italianos no sólo ganaron la Copa del Mundo, sino que también recuperaron el control de sus vidas.
Para Monti fue, además, final a una persecución que años después resumió de la siguiente manera: "Si en Uruguay ganaba me mataban, y si en Italia perdía me fusilaban. Era mucho para un futbolista". Como los buenos supervivientes, tuvo una larga vida y murió de viejo en 1983, con 82 años, en Escobar, uno de los 135 partidos de la provincia de Buenos Aires.