A finales de los 80 y principios de los 90 se produjo el gran despertar del fútbol africano. Sus jugadores, y sus selecciones, pasaron de ser meras anécdotas exóticas con alguna que otra sonrisa puntual, a tener presencia importante en el planeta fútbol. Fue la época de la selección de Camerún, o de la irrupción de George Weah, entre muchos otros. Se sembró la base de lo que es hoy el fútbol africano: una potencia mundial.
Zambia, por extraño que pueda sonar actualmente, era una de las selecciones llamadas a comandar ese cambio generacional, esa transición entre el despertar y el consolidarse. El genial Kalusha Bwalya lideraba aquel equipo. Pero el destino, el maldito destino, no quiso que así fuera. Cuando pasaban unos minutos del 28 de abril de hace ahora justo 22 años, un trágico accidente de avión terminó con casi todos aquellos futbolistas y, en un momento, con los sueños y las ilusiones de Zambia y de toda África.
Kalusha Bwalya lidera el cambio
Zambia, como la mayoría de las selecciones africanas, había tenido el fútbol oculto en sus tierras. Colonia británica hasta 1964, disputó su primer partido como combinado nacional cuando ya se estaba fraguando la independencia. Ganó 1-0 a Tanzania. Desde entonces, disparidad de resultados –de subcampeón en 1974 a no participar en las tres siguientes ediciones- que dejaban entrever que la calidad existía, pero que la constancia era una utopía.
Sin embargo, a finales de los 80, algo comenzó a cambiar. Supo seguir la ola de crecimiento del fútbol africano como pocos. Además, apostó por técnicos nacionales, algo poco habitual en el continente. Y además coincidió con la irrupción de varios futbolistas de un enorme potencial.
Por encima de todos ellos, Kalusha Bwalya. Un futbolista que en el 85 decidió probar fortuna en el Brujas, y terminó triunfando en el PSV Eindhoven. Un futbolista que es el que más partidos y más goles acumula con la selección. Un futbolista, sobre todo, que en 1988 fue elegido mejor jugador del continente africano. Por delante de estrellas de la talla de Rabah Madjer, poco antes campeón de Europa con el Oporto; George Weah, fichaje estrella del Mónaco ese mismo año; Abedi Pelé, consolidado como uno de los mejores jugadores de la liga francesa; Roger Milla, líder de la Camerún convertida en la mejor selección africana; o Youssouf Fofana, delantero del Mónaco y líder de Costa de Marfil. Kalusha era mejor que todos ellos. Era el líder que tenía que guiar a una enorme selección.
Un lustro de ilusión
En gran parte, la elección de Bwalya como mejor futbolista africano vino por la exhibición ante Italia en los Juegos Olímpicos de Seúl 88. Tres goles marcó el delantero, para ayudar a Zambia a golear 4 – 0 a los transalpinos, con Evani, Rizzitelli o Carnevale, y así comenzar a darse a conocer en el mundo del fútbol. Sólo la Alemania de Klinsmann pudo con ellos en Seúl.
El mismo equipo consolidó su enorme proyección cuando se proclamó tercero en la Copa de África de 1990. Nigeria, con Okocha, Amokachi o Yekini, fue su verdugo en semifinales. Al año siguiente se proclamó campeón de la Copa CECAFA, que enfrenta a las selecciones del Este y Centro de África.
Además, a nivel de clubes, el país también estaba exultante. En 1990, el Nkana sólo perdió en la final de la Copa de Campeones de África, y en 1991 el Power Dynamos se proclamó campeón de la Recopa Africana. No había duda: Zambia se había convertido en una superpotencia del fútbol africano.
Una sensación que se acrecentó en 1993. Tras ser primeros en su grupo de clasificación para el Mundial de 1994, debía terminar de jugarse el pase ante Marruecos y Senegal. Las opciones eran reales; por primera vez, Zambia podía clasificarse para disputar un Campeonato del Mundo de fútbol. Sin embargo, la desgracia no quiso que así fuera.
Un sueño truncado por un accidente
El estreno de Zambia en esa última fase para acceder al Mundial comenzaba en Senegal. La Federación decidió acudir directamente desde Islas Mauricio, donde habían disputado el último partido, alquilando un avión de la Fuerza Aérea del país. Para llegar a Dakar debía hacer hasta tres paradas para repostar. La segunda de ellas, en Libreville, Gabón, resultaría mortal.
Al volver a despegar, uno de los dos motores se incendió. El piloto cometió el error de apagar el otro motor. El avión se fue directo al Océanto Atlántico. Los 30 pasajeros fallecieron. Entre ellos, el presidente de la federación de fútbol Michael Muape; el entrenador, Godfrey Chitalu; su ayudante, Alex Chola; el médico, Wilson Mtonga. Y un total de 18 futbolistas de la selección.
Se acababa de un plumazo, de la manera más trágica posible, el sueño de un equipo y de un país entero de coronar su mejor momento futbolístico con la disputa de un Mundial. Aquel equipo que llevaba un lustro llamando la atención del planeta ya no iba a existir nunca más. Todos sus miembros habían muerto de manera súbita, inesperada, y dramática.
Kalusha lidera el resurgir
Sólo tres futbolistas habituales en las convocatorias se salvaron. Los que jugaban en Europa, que debían incorporarse más tarde. Esto es: Musonda, del Anderlecht; Johnson Bwalya, del Bulle suizo, y la estrella, Kalusha Bwalya, entonces en el PSV Eindhoven. Afirma que no hay día que no recuerde aquél 28 de abril. "Nuestra gente no paraba de llorar. Había tanta esperanza, tanta ilusión... Y todo acabó de la forma más horrible y desgarradora".
Pero en aquel momento, Kalusha Bwalya reaccionó de una manera inesperada. Todos daban por hecho que Zambia se retiraría de la competición. Era lo lógico. Pero sucedió lo contrario. Con otro grupo de futbolistas del país, tardó semanas en configurar una nueva selección. Él hacía las veces de ojeador, entrenador, capitán, goleador…todo por rendir homenaje a los que hasta hacía sólo unos días eran sus compañeros.
Y llegó el primer partido de la fase de clasificación, en casa, ante Marruecos. Era imposible ganar. Era una selección hecha deprisa y corriendo, con jugadores nada habituales, y se medían a un equipo con Naybet, El Hadji, Chaouch, Daoudi… Pero en el estadio había magia, y Zambia logró la victoria. Remontando un 0-1, con goles de Kalusha y Johnson Bwalya. "Fue un día tremendamente emotivo", recuerda. Sólo habían transcurrido cinco semanas de la tragedia de Libreville. El Estadio de la Independencia de Lusaka fue un mar de lágrimas.
En la siguiente jornada, se empató a cero en Senegal, la misma selección a la que, de nuevo en Lusaka, se le endosaría un histórico 4-0. A Zambia le bastaba un punto en su visita a Marruecos para lograr su primer billete para un Mundial de fútbol. Pero el equipo acusó la falta de experiencia y compenetración, y terminó sucumbiendo por 1 a 0. Se quedaron a un solo gol de alcanzar el sueño del país. Qué habría sucedido de no sufrir el trágico accidente y quedarse sin casi la totalidad del equipo es sólo hacer conjeturas, pero parece bastante obvio…
Justicia futbolística
Hoy, 22 años y seis campeonatos después, Zambia sigue sin clasificarse para un Mundial. Nunca estuvo tan cerca como aquel año. El combinado ha vuelto a mezclarse entre las selecciones que juegan alegres al fútbol, pero poco más. Cero resultados. Nada que ver con el potencial de aquel equipo de principios de los 90. Pero como si de una parábola se tratara, el fútbol quiso devolverle un guiño al país…
El día antes del partido plantilla y técnicos se desplazaron hasta la costa donde, 19 años antes, habían muerto sus compatriotas. Se conjuraron para ganar la Copa África en su honor. Y lo hicieron. Después de una dramática tanda de penaltis (8-7), Zambia se proclamaba campeona. El escenario de la mayor tragedia vivida jamás por el fútbol zambio se convertía también en el escenario de su mayor alegría.