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Agostino di Bartolomei: el suicidio más terrorífico en la historia del fútbol

La historia de un ídolo del calcio que no supo evitar el vacío generado después de la retirada, de los focos diarios, de la gloria que no es eterna.

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En unas fechas en las que, por desgracia, el tema del suicidio ha estado en boga, recuperamos la historia del que probablemente haya sido el más terrorífico de todos en el mundo del fútbol. Historias como las de nuestro protagonista de hoy o la del guardameta alemán Robert Enke empiezan a hacer comprender que los futbolistas son, antes que nada, personas, y que su vida no queda inmune a los sufrimientos y desventuras del resto de mortales.

Pero sobre todo es una vez que abandonan el campo de fútbol por última ocasión, una vez se quitan las botas para no volver a calzarlas nunca más, cuando el futbolista se encuentra ante su mayor desafío. Es una situación complicada, para la que la mayoría no están preparados. Esto es lo que le sucedió al italiano Agostino di Bartolomei hace ya casi 20 años. "Me siento cerrado dentro de un agujero", decía la nota que redactó instantes antes de suicidarse. Quizá no fuera el primero en hacerlo. Pero sin duda, fue el más conmovedor.

Romano y romanista

Agostino di Bartolomei nacía en el corazón de Roma hace justo 60 años, un 8 de abril de 1955. Una Roma que, después de años turbulentos, se abría de nuevo al mundo lleno de sueños. Como el sueño del pequeño Ago: convertirse en futbolista en el equipo que amaba desde que nació, la Roma.

No tardó en hacerlo. Concretamente, 18 años. La edad con la que debutó en el primer equipo giallorosso, en un estadio mítico: San Siro. Era un guiño del destino, sin duda. Y lo hacía, además, con el número 10, con todo lo que eso conlleva. Para un centrocampista no era lo habitual. Cuando posteriormente pasó a jugar de central, era aún más singular. Basta ver su calidad para constatar que todo seguía una lógica.

Sus primeras apariciones hacían presagiar el enorme futbolista que estaba por llegar. Pero entonces el calcio era realmente difícil. Una cosa de hombres complicada para un futbolista aún con miedo al choque. Su cesión al Cesena, y una dolorosa lesión de menisco le ayudaron a crecer y a saber afrontar los complicados momentos.

La mejor Roma de la historia

En 1976 regresará a la Roma para convertirse en indiscutible primero, y en capitán poco más tarde. En torno a su figura, ya fuera de centrocampista o de central, su configuraría una gran Roma. La mejor de todos los tiempos. Con jugadores de la talla de Tancredi, Pruzzo, Vierchowood, Conti, Ancelotti o el brasileño Falcao, y dirigidos por el sueco Liedholm, vivió un lustro de ensueño.

Comenzó con la Coppa Italia conquistada en 1979, después de once años sin conseguirlo, y que se repetiría en la temporada siguiente. El punto álgido llegó en 1983. La Roma conquistaba el segundo título liguero de su historia, 42 años después del primero. De Agostini, capitán y líbero de aquella Roma histórica, contribuiría con goles decisivos, como el doblete anotado en la victoria ante el Nápoles, el 1-2 definitivo en la importante victoria en Pisa, o el 2-0 en el triunfo logrado ante el Avellino que dejaba sentenciada la liga.

Al año siguiente se tocó el cielo con los dedos. La Roma fue superando a todos sus rivales en la Copa de Europa. Épica de su héroe incluida, pues fue un tanto de penalti de Di Bartolomei el que culminó una heroica remontada ante el Dundee United en semifinales. La Roma estaba en la final. Y no era una final cualquiera. Era su final: se jugaba en el Olímpico de Roma. Curiosamente, allí comenzó el declive de Di Bartolomei.

Porque la Roma, presa de los nervios, no pudo con el Liverpool. Jugó mejor, pero encajó un gol absurdo, y se vio obligada a ir a los penaltis. Ahí, aunque el capitán marcara su lanzamiento, la escuadra italiana acabaría sucumbiendo. Lágrimas inundaron la capital. Pero en el vestuario sólo se oyeron gritos. Sobre todo, los de Di Bartolomei recriminando a Falcao, una de las estrellas giallorosse, que no quisiera lanzar en la tanda de penaltis.

Días después, el capitán anunciaba su marcha del equipo. Sorprendió a todos. Más cuando dijo que el motivo era que no quería suponer un estorbo en el club. Se dijo que después de la derrota en la final, el vestuario se había dividido. Además, Liedholm se marchaba al Milan, y en su lugar llegaba otro técnico sueco, pero con un concepto del fútbol completamente distinto: Sven Goran Erikson. No le gustaba el juego pausado de Di Bartolomei.

Eslabón en Milán

Su destino fue el Milán. No era aún el Milán de Sacchi y los holandeses, pero después del escándalo del totonero y su consiguiente descenso a Segunda División, fueron aquellos los años que permitieron establecer las bases de lo que estaba por llegar. Y Di Bartolomei fue pieza clave en ese proceso.

Pero el episodio más destacado del centrocampista fue cuando le tocó jugar el primer partido ante la Roma. Era en San Siro, y a principios de temporada, con todo aún muy reciente. Di Bartolomei hizo uno de los tantos contra su exequipo, y lo celebró con gran efusión, casi como una venganza.

Y el fútbol, que tiene una memoria muy corta, no se lo perdonó. En el partido de vuelta, recibió una atronadora pitada de la que había sido su afición, de aquellos que le habían querido como un semidios sólo unos meses atrás. Presa de los nervios por ese recibimiento hostil, el ahora milanista cometió una dura entrada sobre su amigo Conti. Se formó una importante pelea, con expulsados. Di Bartolomei se quedó solo.

Tras tres años más que correctos en Milán, la llegada de la era Sacchi dio con Di Bartolmei, ya de 32 años, en el Cesena. Ayudó al equipo a la salvación. La temporada siguiente decidió recalar en la Salernitada, de la serie C, para que su mujer pudiera vivir cerca del mar. Un gol suyo permitió el ascenso del equipo a la Serie B en la última jornada. Aún sobre el césped, y con afición y prensa volcadas sobre su nuevo ídolo, anunciaba su retirada del fútbol.

Dentro del agujero

¿Y ahora qué? Para alguien que ha estado en lo más alto del fútbol, nunca es fácil hacerse a un lado. Agostino trató de seguir vinculado a lo que más amaba. Primero, como comentarista de la RAI durante el Mundial de Italia 90. Después, como entrenador de niños pequeños y fundador de una escuela para la que encontró muchas más trabas de las que esperaba.

Su cabeza seguía estando en el césped. En aquel scudetto del 83. En sus lanzamientos de falta. En sus partidos de Copa de Europa. En aquel gol suyo que significó el pase de la Roma a una final de la Copa de Europa por primera y única vez en su historia. Aquellos que fueron los campeones ayer, son los olvidados de hoy. Aquellos que hoy son los campeones, mañana serán los olvidados. Es inevitable. Y en medio de esta espiral sin final están ellos. Los futbolistas. Todos. También Di Bartolomei. Pero él no supo soportarlo.

Por eso, en la mañana del 30 de mayo de 1994 acabó con su vida. Sí, también 30 de mayo. Justo 10 años después, ni un día más ni un día menos, de la derrota en la final de la Copa de Europa. No pudo ser casualidad.

Se levantó por la mañana, sin despertar a su mujer salió de su casa rumbo a la playa que había justo enfrente, y ahí mismo se pegó un tiro. El hombre imperturbable, siempre racional, parecía imposible que llevara a cabo un gesto tan dramático. "Me siento cerrado dentro de un agujero", decía la nota de despedida que dejó.

Roma volvía a estremecerse un 30 de mayo. Excompañeros, rivales, aficionados... todos acudieron a su funeral. Pero ya era tarde. La soledad que sintió Agostino di Bartolomei tras su retirada del fútbol ya nadie podía arreglarla. Ya había terminado con su vida. "Lleno de amigos, sólo y abandonado ahí; si hubiese amor para el campeón, hoy estarías aquí. Este mundo absurdo llora al campeón cuando ya no hace falta", decía la canción que Antonello Vendetti le dedicó.

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