Sócrates ha pasado a la historia como uno de los mejores futbolistas brasileños que jamás ha existido. Y eso es decir mucho. Todo, gracias a una formidable clarividencia con el balón en los últimos metros, lo que unido a la indudable calidad de los jugadores de por aquellas latitudes, dio lugar a una combinación que durante más de una década enamoró a los aficionados brasileños. Y no sólo eso; también a los del resto del planeta. El Mundial de España, la Brasil del 82, una de las más recordadas de la historia por su precioso juego, fueron los culpables.
Pero Sócrates fue mucho más que un futbolista. A Sócrates le gustaba pensar, hablar, y actuar. Algo menos habitual, muy poco habitual, en el fútbol carioca. Sócrates influyó a un país entero con su ideología. Sócrates enseñó, en plena dictadura militar, otro modo de hacer las cosas; un modo más democrático. Sócrates usó su fama de futbolista como plataforma de los más necesitados. "La gente me dio el poder como futbolista popular. Si la gente no tiene el poder de decir las cosas, entonces yo las digo por ellos". Ése era Sócrates, el demócrata que enamoró en los campos de fútbol.
No fue casualidad
Un 19 de febrero, pero de hace 61 años, nacía en Belém, capital del estado brasileño de Pará, Sócrates Brasileiro Sampaio de Souza Vieira de Oliveira. Su nombre no fue fruto del azar. Fue la elección de un padre amante de la literatura, de los clásicos griegos. Otros dos hermanos suyos, más pequeños, se llamarían Sófocles, y Sóstenes. El último de los seis hermanos que fueron en total, de nombre Raí, se proclamaría campeón del mundo en el 94.
Desde bien pequeño, se vio que tenía un don especial para tratar el balón. Nadie dudaba de que llegaría lejos. Cuánto, era la única incógnita. Pero él tenía clara otra cosa: debía seguir estudiando. Eso era lo primero de todo. Así que compaginó el fútbol en el Botafogo, donde recaló con 14 años, con los estudios. Hasta que en 1977, ya consolidado en la elite del fútbol brasileño, se doctoró en medicina.
El balón como medio
Pero su talento no estaba en las manos, sino en los pies. Muy pequeños, por cierto; un 37, atípico para alguien de más de 1,90. Siempre destacó como un centrocampista con una increíble visión de juego e inteligencia sobre el verde, y una cualidad técnica excelsa, que le permitía ejecutar todo aquello que se le pasaba por la cabeza. Que era mucho. Algunos piensan, pero no saben; otros saben, pero no piensan. Sócrates pensaba, y sabía. Era formidable en las dos.
Fue en el Botafogo donde empezó, pero fue en el Corinthians donde se convirtió en ídolo. Con ellos consiguió tres campeonatos paulistas; 172 goles en 298 partidos oficiales, y todo eso sin ser delantero. Al finalizar su contrato decidió dar el salto a Europa, a la Fiorentina. Pero en Italia sólo pudo mostrar su talento con cuentagotas. En un calcio eminentemente físico, su endeble capacidad atlética pesó más que su indudable técnica.
Poco habituado a ese estilo de juego, y con escasas ganas de adaptarse a él ("hay más cosas en la vida aparte del fútbol", declararía al marchar de Florencia), decidió regresar a Brasil. En este caso, al Flamengo. Con el Fla conseguiría un campeonato carioca.
Pero fue sobre todo con la selección brasileña donde más brilló Sócrates. Él comandó, como capitán, una generación que, pese a no conquistar ningún título, quedará para el recuerdo por su excelente estilo de juego. Para muchos, la selección que mejor fútbol ha practicado nunca. Un combinado que salta al recuerdo cada vez que algún equipo, sea el Barça de Guardiola o la España de Del Bosque, roza la excelencia.
Al Doctor Sócrates se le unía el descomunal talento de Zico. Una pareja diseñada para destrozar cualquier defensa. Junto a ellos, futbolistas de la talla de Falcao, Eder, Junior, Toninho Cerezo o Serginho, dirigidos por el inimitable Telé Santana. Un equipo que se presentaba como gran candidato al título en España; que desplegó el mejor fútbol del Mundial, pero que terminó sucumbiendo ante Italia, en lo que ha pasado a la historia como el desastre de Sarrià. Quizá de haber conquistado el título, la leyenda de aquel genial equipo hubiera perdido dramatismo y, por tanto, su magia.
En el Mundial de México 86, Brasil llegaba con un equipo completamente remodelado, pero aún con Sócrates como líder. Y eso era garantía de ser favorita. Pasó impoluta la fase de grupos; goleó a Polonia en octavos; pero la tanda de penaltis volvió a mandarla a casa en cuartos de final ante la Francia de Platini. Sócrates – Zico, una de las mejores parejas que ha dado jamás el fútbol, se iba a quedar sin el ansiado título.
Su gol ante España y su penalti marcado ante Polonia sin correr fueron sus momentos más destacados, aunque de aquél Mundial Sócrates dejó para siempre una imagen: sus cintas en la cabeza con mensajes sociales, como el "México sigue en pie" después del terrible terremoto que azotó al país un año antes; o "la gente necesita justicia".
La Democracia Corintiana
Y es que si Sócrates fue brillante en los terrenos de juego, también lo fue, o trató de serlo, fuera de ellos. Siempre pendiente de aquello que sucedía en su país, mucho más allá del fútbol. Siempre dispuesto a hablar, a actuar como portavoz de su sociedad desde una posición privilegiada. Siempre presto a luchar por la democracia, en medio de una dictadura militar. Siempre con un único objetivo: "ayudar a los demás"
De hecho, su principal idea de democracia la llevó a cabo en el Corinthians. El club que le llevó a la fama, y al que él llevó a la fama, en toda su extensión. Ahí, después de ganar un Paulista y que los egos llevaran al año siguiente al equipo a realizar una temporada desastrosa, se ejecutó una profunda remodelación y reestructuración, impulsada por el mismo Sócrates.
Su funcionamiento era simple. En el equipo, todos tenían importancia. Todos tenían el mismo valor, la misma capacidad de decisión: del entrenador al utillero, pasando por el portero y el preparador físico. Y el capitán.Y el presidente. Todos. Y entre todos, decidían por consenso sobre los asuntos que les afectaban: los horarios de los entrenamientos, las alineaciones, los fichajes, las comidas… y también por supuesto la libertad de horarios para salir de fiesta. Una práctica de la que gustaba mucho Sócrates.
Un movimiento pionero de autogestión en el deporte nacional, que también sirvió para concienciar a la sociedad brasileña contra la dictadura. Se valió del poder del fútbol para denunciar las injusticias que sucedían en el país, con camisetas con mensajes como "democracia" o "Día 15 Vote" (en referencia a las primeras elecciones a gobernador en São Paulo). "Si hoy brasil es un país libre y democrático, hay que agradecérselo en gran parte a Sócrates", declararía recientemente un periodista brasileño.
Fue lo que se denominó "la democracia corintiana". Su resultado, dos campeonatos paulistas consecutivos, un fútbol excelente, y la demostración de que en el país se podían hacer las cosas de otro modo. Fueron muchos los que poco después lo imitaron. Entre ellos, la plataforma "Directas Ya" que luchó para que Brasil recuperase la democracia.
Siempre con sus mensajes, como el día que apareció en la final del Torneo Paulista de 1983 ante un Pacaembú a rebosar, con el brazo alzado, el puño cerrado, y una camiseta con un claro mensaje: "ganar o perder, pero siempre con democracia".
Su influencia era notoria. No sólo sobre el césped. Una vez retirado, también como columnista en prensa –escribió para varios diarios de Sao Paulo opinando no sólo sobre temas deportivos, sino también políticos y económicos- y como comentarista deportivo. Tanto, que no fueran pocas las ocasiones en que le solicitaron meterse en la política. El que más, Lula da Silva, con el que simpatizaba en el Partido dos Trabalhadores y con quien disputaba pachangas. Pero Sócrates nunca aceptó. "Si yo estuviera del otro lado, no habría nadie que escuchara mis opiniones".
Su última voluntad
Con el Botafogo, en 1989, disputó su último partido. Probó carrera en los banquillos, pero no tuvo suerte. En 2004 recaló en un equipo de la novena división inglesa, el Garforth Town, para ejercer de entrenador-jugador. Duró un mes. Entre tanto, inauguró una clínica médica especializada en atención a deportistas, el "Medicine Socrates Center". Y murió a los 57 años.
Lo hizo a causa de un choque séptico de origen intestinal, causado por una bacteria. Era la consecuencia de una vida rodeada de excesos. Siempre defendió su derecho a fumar y a tomar una cerveza tras otra. "El vaso de cerveza es mi mejor psicólogo", solía decir. Tampoco le hizo falta lo contrario. En un mundo, el fútbol, donde ya comenzaba a primar el apartado físico, a él nunca le hizo falta correr; le bastaba con su cerebro.
"El fútbol es un deporte en equipo, y no hace falta que corran todos. Están los que corren, y están los que piensan". Con su look descamisado, sus habladurías sobre los problemas del mundo –siempre con un cigarrillo en la mano- y sus costumbres de vida precisamente no de un atleta. Daba igual, en el fondo, Sócrates nunca trabajó para ser una estrella. Sencillamente lo era.
Como si fuera una última concesión, se cumplió su única petición a la hora de marcharse. "Quiero morir en domingo, mientras el Corinthians se proclama campeón". Era el 4 de diciembre de 2011 cuando Sócrates, después de tres intervenciones y un coma inducido del que salió unos meses antes, se marchaba. Y ese 4 de diciembre, domingo, el Corinhians empataba con el Palmeiras, y se alzaba con el título de campeón. Todo el equipo, en el centro del campo, le dedicó un minuto de silencia. Con lágrimas en los ojos, y con el puño cerrado hacia el cielo. Su gesto.
"Muchas veces pienso si podremos algún día dirigir este entusiasmo que gastamos en el fútbol hacia algo positivo para la humanidad, pues a fin de cuentas el fútbol y la tierra tienen algo en común: ambos son una bola. Y atrás de una bola vemos niños y adultos, blancos y negros, altos y bajos, flacos o gordos. Con la misma filosofía, todos a fantasear sobre su propia vida". Sócrates, 1983.